La riqueza y gratuidad de evangelizar

Mons. Rutilo Muñoz Zamora
Mons. Rutilo Muñoz Zamora

Hermanos: No tengo por qué presumir de predicar el Evangelio, puesto que ésa es mi obligación. ¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por propia iniciativa, merecería recompensa; pero si no, es que se me ha confiado una misión. Entonces, ¿en qué consiste mi recompensa? Consiste en predicar el Evangelio gratis, renunciando al derecho que tengo a vivir de la predicación. Aunque no estoy sujeto a nadie, me he convertido en esclavo de todos, para ganarlos a todos. Con los débiles me hice débil, para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos, a fin de ganarlos a todos. Todo lo hago por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes. (1Cor 9, 16-19.2).

La mayoría de las personas tienen que realizar un trabajo para poder tener lo necesario a nivel personal y para el sustento de sus familias, ya sea siendo obreros, prestadores de servicios, profesionistas, empresarios, comerciantes, etc. Ser retribuidos o tener ganancias por su trabajo es normal y va de acuerdo a la justicia laboral.

¿Hay personas que realicen tareas de manera gratuita? Sí las hay, aunque sean pocas. Además de sus trabajos ordinarios, dedican un buen tiempo de cada día, o determinados días a la semana para colaborar en obras de ayuda a personas necesitadas, a través de organizaciones creadas para esos fines, o también de manera personal. Hay otras que, en determinadas fechas del año, participan en jornadas especiales para ir a comunidades rurales y prestar sus servicios profesionales; Vgr. en salud, alfabetización, talleres para capacitación en diversos oficios, etc.

Dentro del ámbito de la obra de la evangelización en la Iglesia, ¿cómo se realiza hoy lo que manifiesta el mensaje de la lectura de San Pablo de este domingo?: No tengo por qué presumir de predicar el Evangelio, puesto que ésa es mi obligación. ¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por propia iniciativa, merecería recompensa; pero si no, es que se me ha confiado una misión. Entonces, ¿en qué consiste mi recompensa? Consiste en predicar el Evangelio gratis, renunciando al derecho que tengo a vivir de la predicación.

La evangelización, el anuncio de la buena nueva de salvación, no tiene precio es totalmente gratuito, solo se requiere creer y abrir el corazón al inmenso amor de Dios. Por eso no se recibe un pago como tal por colaborar en esta tarea. Además, es parte fundamental del que ha recibido la fe en Jesucristo, de ser un enviado para seguir haciendo que crezca del círculo de sus discípulos. San Pablo, y los primeros Apóstoles, lo entendieron y asumieron progresivamente en su modalidad gratuita y también de compromiso vital, de manera corresponsable  entregando totalmente su vida para esta misión. Sólo requirieron de lo básico para vivir cada jornada y cumplir al máximo su vocación de apóstoles.

Tengamos en cuenta que todos los bautizados participamos del compromiso de ser discípulos misioneros, de colaborar en la obra evangelizadora en todos los ambientes. Y es una labor que implica realizar el anuncio de salvación con el testimonio de vida y la fuerza de la oración. El proceso es como lo describe Evangelii Nuntiandi del Papa Paulo VI:

Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad. La finalidad de la evangelización es por consiguiente este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos (EN 18).

Los  pastores de hoy están llamados a continuar con esta misma encomienda al estilo de Jesús, luego continuada por los Apóstoles, con una entrega total, radical. El evangelio de Marcos de este mismo domingo lo recuerda: De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar. Simón y sus compañeros lo fueron a buscar, y al encontrarlo, le dijeron: «Todos te andan buscando». Él les dijo: «Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido» (Mc 1, 35-38). Toda su vida debe estar al servicio de la evangelización, que sigue siendo un tesoro que se da de forma gratuita. Sólo se requieren los recursos necesarios para anunciar el Evangelio; Vgr. instalaciones, material didáctico, medios técnicos que ayuden a realizar de manera adecuada la obra misionera en nuestro tiempo.

Los apóstoles de la actualidad están comprometidos para poner su vida y todos los recursos  para la obra evangelizadora. Su vida debe ser sencilla y entregada a esta noble y hermosa tarea. Y también dispuestos a asumir los sacrificios, constancia y generosidad para superar cualquier tentación que desvirtúe la misión, sobre todo el lucrar a costa del anuncio de la Buena Nueva. Y sigue resonando fuertemente lo que dice San Pablo: ¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio!.  Cada día se debe aprovechar al máximo para compartir el tesoro valioso de la persona y el mensaje de Jesucristo que comunica vida, sana, libera y llena de esperanza. Y para el que anuncia es también esta experiencia lo que lo hace llenarse de una auténtica riqueza y alegría:  La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría (Exhortación Apostólica La alegría del Evangelio 1).

 

 

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Obispo de la Diócesis de Coatzacoalcos