«La palabra santidad ha desaparecido del lenguaje»; obispo Stegmeier, de Chile.

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Monseñor Francisco Javier Stegmeier, obispo de Villarrica, en la Araucanía chilena, ha concedido una entrevista a InfoCatólica para conversar sobre la santidad. En ella nos habla de la estrecha relación entre la santidad de los sacerdotes y la de los fieles, entre la santidad de los cristianos y la santificación del mundo, entre una educación cristiana en familia de los hijos y su vida eterna.

—Monseñor, hace poco se ha publicado Historias de santidad en Chile, un libro sobre cristianos que han vivido en “olor de santidad” en tierras chilenas. En el prólogo, escrito por usted, afirmaba que “también nosotros estamos llamados a ser santos. Es lo que quiere el Señor”. ¿De verdad todos estamos llamados a ser santos? ¿No es solo para algunos elegidos especiales?

 

En la Iglesia siempre ha estado presente el llamado universal a la santidad de todos los bautizados. Esto ya desde los inicios, según las palabras de San Pedro: “Así como el que los ha llamado es santo, así también ustedes sean santos en toda su conducta, como dice la Escritura: Ustedes serán santos, porque santo soy Yo” (1 Pe1,15-16).

El anhelo de ser fiel a la voluntad de Dios va creciendo en la medida en que la vida cristiana es más intensa en las virtudes teologales de la fe, de la esperanza y de la caridad, con la consecuente participación asidua en la Eucaristía y el Sacramento de la Confesión, con la oración fervorosa y la meditación de la Palabra de Dios.

Hay que reconocer con pesar que hoy, al menos en los países más afectados por el secularismo, entre la mayoría de los bautizados la palabra “santidad” ha desaparecido del lenguaje habitual e, incluso, muchas veces, de la catequesis y de la predicación. Para el común de los católicos el llamado a la santidad es algo desconocido o, al menos, se piensa que es algo reservado para algunos elegidos muy especiales. En Chile, como nunca en su historia, es tan baja la participación de los católicos en la vida eclesial, especialmente en lo que se refiere a recepción de todos los Sacramentos, principales fuentes de la gracia. No es, por tanto, de extrañar la generalizada mundanización de los cristianos y lo extraño que les parece la santidad.

—Me ha parecido curioso que, en Historias de santidad en Chile, se cuentan las historias de sacerdotes y religiosos, pero también de laicos, tanto hombres como mujeres. ¿Cuál es el camino de la santidad para los laicos?

La respuesta más autorizada y profunda a esta pregunta la ha dado San Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Christifideles laici. Recomiendo volver a leerla, toda vez que es un documento magisterial referido específicamente a los laicos.

El fundamento de la santidad es la comunión de vida del bautizado con Jesucristo. Es decir, se es santo en la medida en que se participa de la vida divina de Cristo comunicada por la gracia del Espíritu Santo. Por tanto, el germen primero de la santidad es el Bautismo, que nos concede la gracia de nacer de nuevo del agua y del Espíritu Santo. El Bautismo es la fuente de la santidad y, de alguna manera, nuestra prenda de santidad y nuestra obligación de ser santos. Es decir, hemos recibido todas las gracias necesarias para que crezca y se desarrolle el hombre nuevo a lo largo de nuestra existencia terrena.

Supuesto lo ya señalado en la primera respuesta, en el caso de los laicos hay que añadir lo propio de su vocación. Ellos están llamados a santificarse en medio de su vida familiar, social y laboral. Y están llamados a santificar esas realidades, de modo que por medio de su apostolado por la palabra y el testimonio propaguen el Reino de Cristo en todos los ámbitos de la vida humana. En este sentido, los laicos están invitados a leer muchas vidas de laicos ejemplares en la fidelidad a Dios, como es el caso de los Santos, Beatos, Venerables y Siervos de Dios. En las actuales circunstancias de nuestra cultura, cuánto bien le haría a una persona con responsabilidades sociales y políticas leer, por ejemplo, una buena biografía de Santo Tomás Moro.

—¿Tienen algo que decirnos los santos, beatos y venerables de siglos pasados o la Iglesia de hoy es diferente?

Tienen mucho que decirnos, más de lo que podemos imaginarnos antes de conocer sus vidas. Es por ello que hemos de recuperar el hábito católico de leer en los hogares, parroquias y colegios las “vidas de Santos”. El conocimiento de la vida de Santos tan distintos unos de otros en épocas, geografías, culturas, idiomas, estados de vida, circunstancias históricas… son un estímulo a querer ser también nosotros santos. Hombres y mujeres, niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos de carne y hueso como nosotros, engendrados con pecado original y, la mayoría de ellos, con pecados personales, tan perecidos a nosotros han llegado a ser Santos por la gracia de Dios. ¿Por qué no yo?

Es muy necesario que los padres lean a los niños pequeños vidas de santos y fomentar en los hijos ya mayores su lectura. Además hoy hay muchas películas buenas en contenido y en calidad técnica  disponibles en internet. ¡Cuánto bien nos hace a todos conocer a los Santos! Pero un bien aún mayor se le hace a quienes están en la edad de recibir los criterios fundamentales que orientaran todos los aspectos de su vida hasta el momento de su muerte y de los que dependerá en gran medida la eternidad.

—Uno de los cristianos cuya vida se relata en el libro, el beato Ceferino Namuncurá, fue mapuche. ¿Son verdaderas esas acusaciones que se escuchan de que la Iglesia fue enemiga de los mapuches y otros pueblos indígenas?

El beato Ceferino Namuncurá es el mejor argumento para desmentir la leyenda negra que se ha creado en torno a la relación entre pueblos originarios e Iglesia.

El padre de Ceferino es totalmente mapuche y su madre, Rosario Burgos, tiene sangre mapuche y blanca. En su vida personal, Ceferino supo unir armoniosamente las riquezas aportadas por las dos razas. Nunca renunció a sus raíces, que lo acompañaron toda su vida, hasta su temprana muerte.

Ceferino, orgulloso de ser mapuche y con el profundo sentido religioso característico de este pueblo, descubrió, iluminado por la fe, que la plenitud de todo lo verdadero, bueno y bello de su cultura originaria es Jesucristo. En efecto, sus padres lo bautizan a la edad de dos años. Ceferino siempre manifestó su inmensa alegría de haberse convertido en hijo de Dios naciendo de nuevo del agua y del Espíritu Santo. Se da cuenta que Cristo no le quitó ningún bien de su cultura, sinoque su ser mapuche adquirió todo su sentido.

Al ir creciendo y madurando, Ceferino va profundizando más y más en el misterio de Cristo como Salvador de toda la humanidad y único Camino para tener vida eterna. Se sabe amado entrañablemente por el Señor y lo que más desea, a su vez, es amarlo a Él con todo su corazón. Muy joven, todavía adolescente, quiere anunciar el Evangelio a los suyos. Le dice a su padre: “Papá, me duelen los infortunios de nuestra gente, quiero hacer algo. Quiero estudiar para ser útil a mi gente”.Quiso hacerlo siendo sacerdote, porque sabía que el mayor bien para su pueblo mapuche era conocer y amar a Cristo.

El Beato Ceferino nunca vio en la Iglesia a una enemiga de su cultura y de su pueblo, sino que en Ella vio una Madre y una Maestra portadora de la vida y la verdad de Cristo, único capaz de llevar a su plenitud todas las cosas.

—Dos obispos del sur de Chile, que también aparecen en el libro, están en proceso de beatificación: Mons. Valdés Subercaseaux y Mons. Guillermo Hartl. Como obispo de Villarrica, ¿no le han dejado el listón muy alto?

Ambos están vinculados con la Diócesis de Villarrica y son muy recordados y queridos por sus fieles. Mons. Guillermo Hartl fue el segundo Obispo del Vicariato Apostólico de La Araucanía y Mons. Francisco Valdés fue Párroco de la Parroquia de la Santa Cruz de Pucón. Es verdad que han dejado la vara muy alta. Pero por lo mismo son un estímulo para vivir en plenitud el don del orden sagrado y también para encomendarse a su intercesión, que es lo que todos los días hago.

—Una de las cosas más bonitas de Historias de santidad en Chile, a mi juicio, es que permite contemplar algunos retazos de la evangelización de América y de Chile en particular. ¿Pasaron ya los tiempos de la evangelización o sigue siendo algo actual?

El tiempo de la evangelización es el que transcurre entre la Ascensión y la Parusía. Siempre es actual el mandato de anunciar el Evangelio a todas las gentes. Hoy también lo es. Y mientras más hay que hacer, más urge evangelizar.

—En el libro aparecen muchos sacerdotes ejemplares, como es lógico. Es conocido el gran empeño que ha puesto usted en cuidar y promover el Seminario Mayor San Fidel. ¿El pueblo de Dios necesita sacerdotes santos?

En efecto, los frutos apostólicos de los sacerdotes santos hacen ver que la santidad de los ministros es esencial para un fecundo pastoreo del rebaño del Señor. Es verdad que el Señor quiso que la eficacia salvífica de la Iglesia y de los Sacramentos no dependiese de la santidad de sus ministros. Pero es evidente, como lo demuestra la historia de la Iglesia, que a mayor santidad de los ministros habrá mayor santidad en los fieles. Con toda razón, Jesucristo asocia el apacentar las ovejas con el amor que se le tenga a Él: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21,17).

 

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