La lengua castellana, la religión cristiana y el Derecho de Indias justifican la presencia española en América desde el primer momento. La lengua española fue el vehículo principal que hizo posible la evangelización y las leyes presididas por el humanismo cristiano como fueron las Leyes de Indias, elaboradas por la Escuela de Salamanca y queridas desde el primer momento por los reyes de todos los españoles.
La lengua, no obstante, es mucho más que un vehículo de comunicación, pues establece en gran medida lo que sentimos y lo que pensamos. La religión, el derecho, la literatura, las relaciones comerciales, el reconocimiento de la propia historia fue volcada en el idioma español, que llega hasta nuestros días y hace que nos entendamos más seiscientos millones de personas desde los Pirineos, hasta la Tierra de Fuego o Filipinas en el Extremo Oriente.
La gran riqueza del mestizaje en América se manifiesta de forma especial en la lengua común, que es el canal para compartir experiencias ancestrales de lo más diversas, y al mismo tiempo presentar los factores comunes que nos unen a los distintos pueblos establecidos. Perfectamente nos entendemos los españoles de la península con los españoles colombianos, argentinos, mejicanos o cubanos. Indígenas o mestizos nos entendemos perfectamente cuando utilizamos el español para comunicarnos.
Las dificultades actuales para el encuentro y la comunicación vienen dadas por factores ajenos al espíritu de entendimiento presente e intencionado desde los comienzos de la presencia española en tierras americanas.
Las lenguas originarias, o indígenas, han convivido desde el primer momento con la lengua española. De forma especial es un hecho el esfuerzo de las comunidades religiosas por transmitir la religión católica por medio de catecismos escritos en la lengua propia de los grupos indígenas.
El Imperio Español fue generador desde el primer momento, y no depredador, por lo que necesitaba la lengua común como elemento vertebrador de los pueblos descubiertos, respetando en todo momento las lenguas de los propios indígenas.
Los cuatro grupos religiosos que actuaron inicialmente en América, dominicos, franciscanos, jesuitas y agustinos, sirvieron la Fe con un gran esfuerzo de inculturación, que contribuyó a la preservación de las lenguas originarias. Por otra parte las comunidades religiosas actuaron como reguladores de las instituciones civiles salvaguardando los derechos de los aborígenes.
La gramática aportada por Antonio de Nebrija (1492) también resultó útil para establecer las gramáticas de las lenguas indígenas. Ese esfuerzo corresponde principalmente a los religiosos aquellos, que entendían de modo integral la Evangelización.
El español rescata a las lenguas indígenas del darwinismo social al que estuvieron sujetas, pues el Quechua y el Aimara prevalecieron sobre las otras lenguas indígenas de la zona –Perú, Ecuador, Chile- gracias a la mayor capacidad comercial de los pueblos oriundos. Fueron esas dos lenguas, principalmente las que los españoles se encontraron a su llegada en aquella región.
En la zona del actual Méjico la lengua dominante fue el Ahuatle, que los españoles pasaron para su comprensión a caracteres latinos. Esta lengua era hablada por los mexicas y los tlascaltecas que estaban enfrentados. Por el dominio militar de los mexicas, el ahuatle era la lengua más extendida cuando Hernán Cortés llegó por aquellas tierras.
Las familias religiosas mencionadas conocían las disposiciones de las Leyes de Burgos (1512), anteriores a las Leyes de Indias de la Escuela de Salamanca (1554). La preocupación de los monarcas españoles inicialmente fue la evangelización y la salvación de las almas, y a tal efecto se disponía: aleccionar a muchachos en la lectura y escritura, para que instruyan a los demás; y los caciques y principales entreguen a sus hijos menores a los franciscanos, para que estos les enseñen a leer y a escribir durante cuatro años, y después los reintegren a sus tierras, para que enseñen a otros indios”.
Los religiosos por su parte tienen que aprender las lenguas vernáculas, estableciendo manuales y libros litúrgicos para administrar los sacramentos. También se elaboraron catecismos y evangeliarios.
Por otra parte se comprobaba que no era posible exponer las grandes cuestiones espirituales y teológicas con el léxico de aquellas lenguas, por lo que era preciso introducir la lengua castellana. Nuestra mentalidad secularista tiene dificultad para entender, que en el siglo dieciséis los monarcas españoles concibieran la salvación de las almas como el objetivo principal, pero exactamente era así para unos monarcas que se consideraban como los guardianes de la Iglesia Católica y de la Cristiandad.
En las universidades creadas por España se mantiene la presencia de las lenguas indígenas: Santo Domingo (1538), Lima (1551), Méjico (1551). Un estudiante en la universidad de Méjico aprendía el español, el latín y el “ahuatle”. En el inicio fueron los dominicos quienes estaban al frente de las universidades y sus misioneros obligados a conocer las lenguas de los indígenas a su cargo.
La implantación de la lengua española vino prácticamente por sí misma, pues resultaba mejor para la comunicación de unos grupos con otros, las relaciones comerciales entre ellos y la propia experiencia religiosa que experimentó un impulso muy importante a partir de la aparición de la santísima Virgen al indio Juan Diego (1531).
La religión católica tampoco necesitó ser impuesta, pues libraba a los indios del tributo a pagar en vidas humanas para los sacrificios idolátricos. La nueva religión tenía características totalmente distintas. Por muchas zonas se afianzó el bilingüismo.
La participación de los indígenas en el ámbito del funcionariado favoreció que en determinado momento hubiera una preeminencia del español sobre las otras lenguas de una forma clara.
En el siglo diecinueve, el periodo de las independencias de la metrópoli, se produjo una emigración de las zonas rurales a las ciudades donde se hablaba mayoritariamente español, y eso contribuyó al olvido de las lenguas indígenas de forma general por las nuevas generaciones.
La lengua sigue siendo uno de los principales vínculos que nos hermanan a los españoles de uno y otro lado del Atlántico. No es posible separa la lengua del mestizaje, de la religión o de la organización social, administrativa y política. La leyenda negra ha podido fragmentar la España americana, pero no ha conseguido todavía anular la vitalidad de la lengua española.