Desde el Concilio hasta la fecha -unos 60 años- hemos caminado recio, pero no juntos. El soplo del Espíritu entró impetuoso por las ventanas de la iglesia, pero las diversas corrientes invernales y tropicales han generado remolinos que no han volcado la barca de Pedro, pero numerosos tripulantes han confundido al Señor con un fantasma. Mucha vida cristiana y católica es fantasmal. Como de aerosol; aparenta ser lo que no es; mantiene el nombre pero no el compromiso. Entre olas y marejadas la confusión reina, la verdad se diluye, la caridad se enfría, la esperanza se debilita y el mundo se muere.
Pero la iglesia de Jesucristo, como Él, está aquí para que el mundo viva, a pesar de su terquedad por llamar a la muerte. Porque si la gloria de Dios es que el hombre viva, la injuria y el olvido de Dios es mortal.
Si los cristianos de la era primera de nuestra fe, arriesgaron la vida y la dieron muchas veces por celebrar la Cena del Señor el domingo, el día de Dios, la inmensa mayoría de los católicos aquí y ahora, los de la puerta de al lado, burlan el mandato del Señor de “hacer esto en memoria mía”, y hacen su voluntad contradiciendo al mismísimo Padre nuestro. Sin negarle mérito a los estudiosos de las religiones, los católicos así son un peso que la santa Madre Iglesia lleva en su corazón y una deshonra para el nombre que llevan, el de la comunidad a la que pidieron pertenecer y juraron obedecer.
Aludo a este dato de la celebración eucarística dominical porque la Iglesia vive de la Eucaristía y ese Pan del peregrino que allí compartimos es el único alimento que nos permite llegar a la salvación. Sin Eucaristía no hay fraternidad, ni crecimiento familiar, ni compañero con quien compartir el Pan. Este caminar juntos se llama “sinodalidad” y es el método escogido por Dios para obtener la salvación.
+Mario De Gasperín Gasperín
Obispo Emérito de Querétaro