La ascensión

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

De nuevo en la Gloria del PADRE. La Ascensión representa la vuelta de JESÚS al PADRE después de haber pasado por la Cruz. La Ascensión nos ofrece una perspectiva nueva de la misión del VERBO, que todavía no ha concluido. El HIJO deja misteriosamente su modo glorioso junto al PADRE, para ir adoptando una condición compatible con el hombre, en la que se va a encarnar. “CRISTO, siendo de condición divina no se apegó ávidamente a ella; al contrario, se despojó de su rango” (Cf. Flp 2,6-7). Pareciera que el descenso del VERBO –hijo de DIOS- hacia el encuentro con la humanidad fue realizándose de forma gradual. Las distintas jerarquías angélicas, desde los Serafines –Ángeles del Primer Coro- hasta los Ángeles más cercanos a nosotros del Noveno Coro, pudieron contemplar el verdadero abajamiento realizado por el HIJO de DIOS en la fase celestial; misteriosamente, sin que ello afectase a la unión esencial intratrinitaria entre el PADRE, el HIJO y el ESPÍRITU SANTO. El HIJO en su descenso hacia el encuentro con la humanidad se va despojando del rango mantenido hasta entonces frente a todas las jerarquías angélicas. El HIJO estaba descendiendo al encuentro con la humanidad que está en gran precariedad a causa del pecado. No obstante las jerarquías angélicas se mantuvieron en adoración incondicional: “adórenle todos los Ángeles de DIOS” (Cf Hb 1,6). Los Ángeles que no aceptaron el Plan de  DIOS sobre la Encarnación estuvieron al margen de este proceso de abajamiento del HIJO de DIOS. La primera venida del HIJO de DIOS fue realizada en relación con el pecado, pero la Segunda Venida tendrá lugar sin relación al pecado (Cf. Hb 9,28). El HIJO de DIOS desciende a las regiones tenebrosas del pecado abiertas por la humanidad con su pecado. La Resurrección de JESÚS destruye el núcleo mismo de la muerte y del pecado; y el HIJO de DIOS de nuevo asciende a la Derecha del PADRE y lleva consigo a una multitud de hermanos redimidos. La Ascensión a la Derecha del PADRE está cubriendo el tiempo entre la Resurrección y la Segunda Venida que se producirá. Mientras tanto se va completando el número de los que se han de salvar (Cf. Ap 6,11).

 

La conciencia de JESÚS sobre SÍ mismo

“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo JESÚS que había llegado su “Hora” de pasar de este mundo al PADRE; habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Cf. Jn 13,1). El amor hasta el extremo de JESÚS es el Amor incondicional del mismo DIOS, que perdona sin límites. Los hombres hemos sido redimidos gracias a este Amor sin límites. JESÚS sabía para que estaba en el mundo y cuál era su misión esencial. Los tres años de misión por las tierras de Palestina tocaban a su fin: la Hora había llegado en aquella Pascua. Del PADRE había venido y al PADRE volvía y llevaría consigo a una incontable multitud de hijos de DIOS y hermanos suyos. Se podía presentar ante el PADRE, ante el TRONO de DIOS y tomar en su mano el “el Libro de la Vida: “digno es el CORDERO  degollado de tomar en su mano el Libro de la Vida; y digno es el CORDERO degollado de recibir el honor, la grandeza, la fuerza y el poder; pues con su sangre adquirió para DIOS hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y ha hecho para nuestro DIOS un pueblo de sacerdotes” (Cf. Ap 5,7-10),

 

Sentado a la Derecha del PADRE

Para no interferir en la consideración sobre el PADRE, el autor sagrado del Apocalipsis prescinde de cualquier descripción antropomórfica sobre la apariencia del que se sienta en el Trono de DIOS, y se limita a mencionar la existencia del TRONO del que emana la Luz Divina refractada a través de distintas piedras preciosas, que son tomadas como metáforas de la realidad. En el mismo libro del Apocalipsis, el CORDERO aparece de pie con aspecto de haber sido degollado; pero en ese estado el CORDERO posee todo el Poder: “ÉL puede tomar el Libro de la Vida y abrir sus sellos” (Cf. Ap 5,6-7). Con la apertura de los siete sellos, el sonido de las siete trompetas y el derramamiento de las siete copas se pone en evidencia el verdadero Poder del CORDERO, contra el que siguen combatiendo las fuerzas del mal. La bestia, el dragón o el anticristo nada pueden hacer directamente contra el que se sienta a la derecha del TRONO de DIOS; pero Satanás y los aliados del anticristo no dejan de perseguir a los discípulos del CORDERO. La batalla continúa hasta el momento de la Segunda Venida con la plena revelación del HIJO, que pondrá punto y final a la historia del hombre sobre la Tierra.

 

El ESPÍRITU SANTO

JESUCRISTO en su vuelta al PADRE obtiene para todos sus hijos el don del ESPÍRITU SANTO: “os conviene que YO me vaya pues pediré al PADRE que os mande otro CONSOLADOR” (Cf. Jn 16,7) De forma permanente la intercesión de JESUCRISTO, SUMO SACERDOTE, por nosotros ante el PADRE mantiene la acción santificadora del ESPÍRITU SANTO en medio de los hombres, ofreciéndonos los tesoros de Gracia de la Redención. Los Sacramentos, y de forma especial la Eucaristía, representan poderosas acciones del ESPÍRITU SANTO que nos unen a JESUCRISTO como ÉL lo había pedido en la Oración Sacerdotal (Cf. Jn 17,1ss). El PADRE supedita toda acción de poder en el Cielo y en la tierra a la invocación del Nombre de JESUCRISTO: “DIOS le concedió el Nombre sobre todo Nombre. De modo  que al Nombre de JESÚS toda rodilla se dobla en el Cielo, en la tierra y en el abismo. Y toda lengua proclama: JESUCRISTO es SEÑOR para gloria de DIOS PADRE” (Cf. Flp 2,9-11). Los hombres débiles por naturaleza y dañados a causa del pecado por propia culpabilidad nos vemos asistidos por el ESPÍRITU SANTO en nuestro propio camino de vuelta a DIOS: “el ESPÍRITU SANTO se une a nuestro espíritu para confirmarnos como hijos de DIOS” (Cf. Rm 8,16). El ESPÍRITU SANTO tiene la difícil misión de cristificar al hombre débil, que camina con paso vacilante en el seguimiento de JESUCRISTO. “Dadas las instrucciones oportunas, el SEÑOR JESÚS subió al Cielo, se sentó a la derecha del PADRE. Los Apóstoles salieron a evangelizar y el SEÑOR confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban” (Cf. Mc 16,19). La evangelización se hace poderosa gracias al envío permanente del ESPÍRITU SANTO, que el RESUCITADO, a la derecha del PADRE, manda a la Iglesia para extender la Palabra. La Iglesia se renueva para su SEÑOR a imagen de la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, que desciende del Cielo (Cf. Ap 21,2). El poder del RESUCITADO sigue manifestándose a lo largo de los siglos, a pesar de las oscuridades momentánea. Mientras tanto, y de forma incesante el ESPÍRITU SANTO y la Esposa –la Nueva Jerusalén- dicen, “Ven, SEÑOR JESÚS! Sí, vengo pronto” (Cf. Ap 22,20). Aquellos discípulos le preguntaban a JESÚS cuando estaba a punto de la Ascensión: “¿es ahora cuando vas a instaurar el Reino de Israel?“ (Cf. Hch 1,6) La pregunta de los discípulos sugiere inmediatez: “¿es ahora?” Y la respuesta del SEÑOR lleva pensar en un tiempo mucho más largo e indeterminado: “no os toca a vosotros saber los tiempos que el PADRE ha dispuesto” (Cf.  Hch 1,7). En este gran lapso de tiempo nos movemos nosotros, y teniendo en cuenta algunos indicadores cabe afirmar que el cierre de la historia por parte del SEÑOR va a dilatarse siglos o milenios; y mientras tanto vivirá la humanidad la gran lucha entre las fuerzas de la bestia, del dragón y del anticristo, y las fuerzas alineadas del que va en el caballo blanco y lleva inscrito el Nombre de REY de reyes y SEÑOR de señores (Cf. Ap 17,14; 19,11-16.). Detrás de nuestras guerras, hambres, pestes, enfermedades y catástrofes naturales, están las fuerzas espirituales que inclinarán la balanza de la contienda. Se conoce quien ostentará la victoria final, y nosotros decidimos el tiempo y la intensidad de la tribulación intermedia. El gran libro sagrado del Apocalipsis ofrece las claves espirituales para leer la acción del SEÑOR a lo largo de los siglos, hasta que vuelva. Los acontecimientos se van produciendo en una tensión, a veces extrema, entre las fuerzas satánicas y el SEÑOR que ostenta en su mano todo el Poder de la Redención. Así de forma misteriosa se va realizando el sometimiento de todas las cosas al HIJO, hasta que llegue el momento de haberlo integrado todo en ÉL (Cf. 1Cor 15,28).

 

Cuarenta días

Un Poder especial era necesario para iniciar la marcha de la Iglesia. El libro de los Hechos de los Apóstoles establece el intervalo de cuarenta días entre la Resurrección del SEÑOR y su Ascensión para preparar a los discípulos a recibir de forma especial la presencia del ESPÍRITU SANTO. Según el evangelio de san Juan la Ascensión estaría a renglón seguido de la Resurrección: “no trates de retenerme –no me toques-, pues todavía no he subido al PADRE. Ve y diles a mis hermanos: subo a mi PADRE y vuestro PADRE, a mi DIOS y vuestro DIOS” (Cf. Jn 20,17). Ese mismo día por la tarde, el SEÑOR se encuentra con los discípulos en el Cenáculo e infunde sobre ellos la presencia del ESPÍRITU SANTO, con lo que cabe pensar en una plena integración del HIJO en la vida intratrinataria; y por tanto con todo el Poder para enviar al ESPÍRITU SANTO sobre los discípulos que ponen en marcha la Iglesia. El libro de los Hechos concede a este acontecimiento el intervalo de tiempo de cuarenta días, y aclara que durante ese tiempo el SEÑOR estuvo dando una enseñanza especial sobre el Reino de los Cielos (v.3). En el evangelio de san Juan está recogido: “muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis con ellas ahora” (Cf. Jn 16,12). Cuanto más nos acercamos a la Escritura nos damos cuenta de la ley de la gradualidad presente a lo largo de la misma para hacer asequible la revelación de acuerdo con las posibilidades o capacidades de la persona. Todos los creyentes nos podemos sentir representados por Teófilo, a quien Lucas vuelve a  dedicar los Hechos que recogen las acciones del SEÑOR en los inicios de su Iglesia. El ESPÍRITU SANTO va a producir un salto cualitativo en la condición de los discípulos de JESÚS, con una sorprendente capacidad de testimonio, elocuencia y unción en su predicación.

 

Desde la Pasión a la Ascensión

Acciones importantes del RESUCITADO entre la Pasión y la Ascensión: instrucción a los Apóstoles bajo la acción del ESPÍRITU SANTO (v.2), apariciones a los Apóstoles e instrucción pormenorizada sobre el Reino de DIOS (v3). El ESPÍRITU SANTO tiene que venir de forma nueva sobre los Apóstoles, pero ya está con ellos y lo perciben en la unción con la que están dadas las enseñanzas acogidas por ellos. ¿Si el ESPÍRITU SANTO está en ellos –los discípulos-, por qué tiene que venir sobre ellos? De la misma forma que tendrán necesidad de una poderosa renovación cuando las persecuciones arrecien después del acontecimiento de Pentecostés, entonces pedirán con verdadera necesidad una renovación de la presencia del PARÁCLITO pues las fuerzas humanas no son suficientes ante el ímpetu de las fuerzas contrarias al Evangelio (Cf. Hch 4,31). El segundo hecho constatado tiene un valor fundacional para la Iglesia, que no se puede olvidar: las apariciones del RESUCITADO. JESÚS funda una Iglesia realmente histórica como lo fue su Encarnación, nacimiento, vida pública, y muerte. La Resurrección es un acontecimiento que ocurre en nuestra historia y puede acotarse el tiempo en el que sucedió a una franja de minutos, si apuramos la cosa; pero no existen testigos humanos del hecho en sí mismo. Sin las apariciones a los testigos, la Resurrección quedaría en la irrelevancia histórica. Los seguidores del MAESTRO tienen que tener constancia de la misma identidad del RESUCITADO para dar solidez a la novedad de la predicación evangélica. La nueva religión es de salvación eterna, y no se trata de una moral o espiritualidad para ser mejores en este mundo simplemente. Las cosas del Reino de DIOS tienen que ver con los medios adecuados para mantener una relación de comunión con JESUCRISTO. Sólo después de la Resurrección los discípulos podían elevar la mirada por encima de las condiciones humanas para reconocer al GALILEO. Aquel hombre es, además, DIOS. Muchos periodos de cuarenta días van a ser necesarios para entrar en el conocimiento de las cosas relacionadas con el Reino de DIOS, que pertenecen de forma directa a JESÚS de Nazaret ya Resucitado.

 

Comiendo con los discípulos

JESUCRISTO el RESUCITADO no es un fantasma. Ningún espectro o fantasma come, porque vive solamente de las alteraciones psíquicas o sensoriales de los receptores. El RESUCITADO pertenece al orden de las realidades fundamentales. DIOS-con-nosotros -el EMMANUEL- vino para quedarse y establecer una comensalidad real con los hombres. La comida aquí mencionada pertenece al campo del ágape eucarístico, en el que se invierte la manifestación: aparece la materialidad del pan y el vino y se oculta la realidad del SEÑOR en esas apariencias de pan y de vino, que lo han dejado de ser. En el desarrollo de aquella comida con el RESUCITADO reciben la orden de prepararse para recibir de nuevo la presencia del ESPÍRITU SANTO, sin el que no es posible ser testigos ni hacer nada por el Reino de DIOS. El ESPÍRITU SANTO tendrá que venir con poder y sacarlos de las penumbras de la debilidad y el miedo. El RESUCITADO no quiere superhombres, porque es DIOS el que ha de llegar a los corazones de los hombres, a través de personas débiles pero ungidas por el ESPÍRITU SANTO.

 

Dentro de pocos días

Entre la Ascensión y Pentecostés se abre un breve intervalo de tiempo que se debe cubrir mediante la vigilancia y la oración. Con la concisión que caracteriza a los textos sagrados, sin embargo es posible considerar que aquellas reuniones de oración estuvieron dirigidas por la MADRE de JESÚS (v.14). Este mismo texto nos da la cifra de los ciento veinte reunidos, de forma que amplía la imagen fijada de un número diez veces menor. Por otra parte decir que los reunidos eran unos ciento veinte tampoco limita los presentes a ese número que podía ser todavía más amplio. El conjunto de los creyentes encontraba en la MADRE de JESÚS un nuevo pilar donde sustentarse. ELLA era con propiedad la persona más próxima al ESPÍRITU SANTO, del que había recibido gracias y dones únicos. ELLA era la persona indicada para mantener una línea de continuidad que abriese nuevos cauces a los propios discípulos de su HIJO.

 

En Jerusalén

La revelación y la historia se encargaron de cargar a Jerusalén de significado. JESÚS no rompe la línea que venía marcada y se acerca a Jerusalén para darse a conocer, pero es rechazado como MESÍAS. JESÚS muere fuera de las murallas de Jerusalén. JESÚS resucita en Jerusalén. JESÚS asciende a los Cielos en Jerusalén desde el Monte de los Olivos en la vertiente que mira a Betania. El ESPÍRITU SANTO se manifiesta en Jerusalén para dar inicio a la predicación oficial y pública de la Iglesia de JESUCRISTO. JESÚS da instrucciones para que se comience la predicación por Jerusalén, se continúe por Samaría y alcance a los confines de la tierra (v.8). Años de presencia de la Iglesia madre presidida por Santiago, el pariente del SEÑOR, no fueron suficientes para que el Judaísmo aceptase la novedad del Cristianismo. Ese capítulo se cerró con la destrucción en el año setenta de Jerusalén y su Templo por las tropas romanas.

 

JESÚS fue levantado al Cielo

La misma expresión en modo pasivo se utiliza para indicar la muerte, la Resurrección y la Ascensión. En las disputas con los judíos, JESÚS dice: “cuando sea levantado de la tierra, sabréis que YO SOY” (Cf. Jn 8,28). San Pablo en distintos lugares señala: “y si el ESPÍRITU de Aquel que resucitó a JESÚS de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a CRISTO JESÚS de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su ESPÍRITU que habita en vosotros” (Cf. Rm 8,11). “Pedro en casa de Cornelio, al dirigirse al grupo allí reunido les dice que JESÚS fue levantado de la muerte” (Cf. Hch 10,39-41). Ahora el libro de los Hechos de los Apóstoles recoge de nuevo la forma pasiva de acción que con toda propiedad debemos atribuir al ESPÍRITU SANTO.

 

Los discípulos siguen mirando

Los discípulos siguen mirando al Cielo, a pesar de que una nube se interpuso en su mirada y ya no veían nada del ascenso del SEÑOR arrebatado a lo alto (v.9). Los discípulos pudieron contemplar algo del MISTERIO, y permanecían con ganas de prolongar aquellos momentos de verdadera beatitud, pero unos varones vestidos de blanco vinieron a cortar aquel éxtasis: ”galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al Cielo? El mismo JESÚS que os ha dejado para subir al Cielo, volverá como lo habéis visto marcharse” (v.11). La primera lectura de este domingo termina en el versículo once, que asegura la vuelta de JESÚS tal y como lo contemplaron los discípulos. La Segunda Venida del SEÑOR se prevé con rango universal y constatable para todos, pues nadie podrá quedar al margen de su revelación. Alguna similitud debió presentar la Ascensión con el impacto universal dispuesto para la Segunda Venida. Tendemos a pensar la Ascensión como un desplazamiento hacia arriba de JESÚS y podría ser más factible la revelación de JESÚS en la plena Luz de DIOS a semejanza de la aparición a Pablo de Tarso (Cf. Hch 9). En esa esfera de luz espiritual, los discípulos permanecían extasiados aunque con una percepción limitada. Los Ángeles los devuelven a la realidad de este mundo en el que deberán moverse por bastante tiempo.

 

Vuelta a las Escrituras

“Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos a cerca de MÍ. Entonces abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras” (Cf. Lc 24,44-45). Muy pronto comienzan los discípulos del SEÑOR a leer las Escrituras con ojos nuevos buscando las líneas de revelación, que conducían al MESÍAS JESÚS de Nazaret. El mismo ESPÍRITU SANTO que en su momento dio lugar a la revelación, tiene que ser ahora quien desvele lo que está oculto a una mirada superficial. Ellos, los discípulos comenzaban a ser testigos del RESUCITADO porque lo estaban viendo y reconocían que no era un fantasma o ilusión imaginativa. JESÚS el RESUCITADO podía confraternizar con ellos participando de su comida, e incluso dándoles pruebas de poseer un cuerpo real, que al mismo tiempo no le impedía hacerse presente estando las puertas de la estancia cerradas (v.40). En esta aparición de san Lucas, el RESUCITADO les muestra las manos y los pies con las señales de la crucifixión; por tanto la prueba era prácticamente irrevocable. Las apariciones a los discípulos constituyen una vertiente fundante de la Fe cristiana. Nosotros tenemos la gran ventaja de una experiencia espiritual cristiana a dos mil años de distancia de aquellos acontecimientos, pero dependemos de la tradición que arranca de los primeros discípulos, pues de lo contrario estaríamos abocados a todas las deficiencias del subjetivismo. Las apariciones de los inicios marcan una singularidad, el fundamento  y el canon que confiere autenticidad a la Fe. También a nosotros el SEÑOR ha de abrirnos el entendimiento para comprender las Escrituras tanto del antiguo como del Nuevo Testamento. Tenemos por delante el desarrollo de un sentido interior que perciba lo auténtico de JESUCRISTO a partir del encuentro con la Escritura. Si esto se produce nos mantendremos alerta contra las mentiras flagrantes, o las perniciosas medias verdades, que tienen por objeto, precisamente, devaluar a la persona de JESUCRISTO.

 

El registro de la Revelación

“Está escrito que el MESÍAS padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día; y se predicara en su Nombre la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén” (v.46-47).La Iglesia pone en evidencia, domingo tras domingo, en la Liturgia de la Santa Misa como estas palabras de san Lucas son totalmente ciertas. Puede ser que en algunas ocasiones las homilías no hagan suficiente hincapié en las correspondencias existentes entre las verdades contenidas en el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. La constatación de las conexiones internas de los textos ayudaría a ver con claridad creciente la unidad de la Revelación, y como ésta sólo ha podido darse bajo la acción misteriosa y real del ESPÍRITU SANTO, que también en la antigüedad habló por los profetas, como rezamos en el Credo. Los profetas y los autores inspirados en general fueron movidos por la inspiración del ESPÍRITU SANTO y se constituyeron en los verdaderos portavoces de DIOS. La insuficiencia de la Ley, siendo santa; la insatisfacción del culto sacrificial de animales; la precariedad de diversas normas que admitían la venganza o una justicia en exceso punitiva, acentuaban el anhelo de una situación social y personal bastante distinta. La época mesiánica se describe en muchos textos antiguos como la reedición de un nuevo paraíso donde los hombres y los animales hayan dejado para siempre la violencia. Sólo el MESÍAS puede traer un cambio radical que esperamos los hombres. A dos mil años de distancia de los acontecimientos nucleares de la Redención nos mantenemos a la espera de esta manifestación, cuya acción ya ha dado comienzo en medio de serias dificultades.

 

La Promesa del PADRE

“Vosotros sois testigos de estas cosas. Mirad, YO voy a enviar la Promesa del PADRE. Por vuestra parte permaneced en la ciudad, hasta que seáis revestidos de la Fuerza de lo Alto” (v.48-49). Durante tres años los discípulos siguieron a JESÚS y ÉL los instruyó, les hizo partícipes de la Providencia del PADRE y los protegió. Nada esencial les faltó a los discípulos mientras acompañaron a JESÚS por Palestina. Los discípulos estaban localizados donde estaba JESÚS; pero ahora los términos se van a invertir, y JESÚS estará donde vayan los discípulos. Los discípulos entraron en una nueva forma de estar con el SEÑOR y en cierta medida de vivir. Por la acción del ESPÍRITU SANTO, al SEÑOR lo van a llevar dentro de sí y también variará en cierta medida la instrucción y la protección ante las adversidades. La Fe adquiere los rasgos que ofrece a todos los discípulos durante el tiempo de la iglesia. La nueva unción del discípulo destinado a la evangelización se caracterizará por el Poder espiritual, pues contra las dominaciones tenebrosas tendrá que combatir; y la cosa no tendrá nada de metafórica. Cuando se pierde la noción del combate espiritual el Cristianismo queda diluido en una solución amorfa y viscosa, que no dice nada a nadie. El Evangelio es una fuerza transformadora que requiere una predicación ungida con el Poder de lo Alto. La inteligencia del predicador debe ser sencilla pero altamente lúcida con la precisión que el ESPIRITU SANTO aporta en cada caso. La predicación del evangelizador no es una opinión diletante, sino la Verdad reveladora que da la presencia salvadora de JESÚS. Palabra, Unción y Poder son términos a conjugar en la acción evangelizadora. Los discípulos no reciben el ESPÍRITU SANTO para ser poseedores de experiencias personales de carácter espiritual o místico, sino  que el objetivo está en la evangelización.

 

Hacia Betania

En san Lucas el momento de la Ascensión ocupa un lugar propio y bien diferenciado dentro del tiempo de la Resurrección y apariciones siguientes. El final del evangelio de san Lucas y el comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles no ofrecen dificultad alguna si los leemos despacio. Betania no está lejos de Jerusalén y la orientación del Monte de los Olivos apunta en esa dirección. Betania es el lugar del descanso en el SEÑOR, donde la revelación serena conforta los espíritus. Jerusalén por su parte es el lugar de las grandes luchas espirituales, que aún hoy se dejan sentir, independientemente de las tensiones políticas producidas por la difícil convivencia. ”Los sacó hasta cerca de Betania y alzando sus manos los bendijo. Y sucedió que mientras los bendecía, fue llevado al Cielo” (v.51). “Los discípulos volvieron a Jerusalén con gran alegría y estaban siempre en el Templo bendiciendo a DIOS” (v.52-53). Para san Lucas una de las reacciones comunes de la presencia del ESPÍRITU SANTO es la alegría. Cualquier don espiritual mueve el interior del hombre a la alegría. La reacción de los discípulos aquí señalada es una foto ideal que debe reproducirse en los cristianos de todas las épocas: la alegría espiritual debe llevar a los cristianos a la alabanza incesante en su santo Templo. Sea cual sea el lugar y las circunstancias no deben faltar la alegría y la alabanza al SEÑOR. Pablo y Silas encarcelados y encadenados prorrumpen en alabanzas durante la noche en la prisión, porque este lugar inhóspito no impide a los discípulos alegrase en el SEÑOR (Cf. Hch 16,25). Pero volviendo a Jerusalén con los discípulos de JESÚS en aquellos días próximos a la muerte del MAESTRO parece difícil que se decidieran a aparecer por el Templo cuando había un riesgo muy alto de ser apresados con peligro de sus vidas. Después de la venida del ESPÍRITU SANTO, el libro de los Hechos de los Apóstoles nos cuenta la curación del tullido en el Templo y las consecuencias de aquel episodio con las autoridades religiosas, que no tuvieron nada de amables. Pero estos últimos versículos del evangelio de san Lucas cierran el relato desarrollado en veinticuatro capítulos en el mismo tono de alegría espiritual con el que se inició el Evangelio. La epifanía de la Iglesia tiene lugar en medio de la alegría espiritual como sucedió con la epifanía de su SEÑOR.

 

San Pablo, carta a los Efesios 1,17-23

Después de iniciar esta carta con el himno cristológico equivalente a una gran profesión de Fe, el Apóstol ratifica con una acción de gracias la adhesión a JESUCRISTO presente en las comunidades cristianas de Éfeso: “no ceso de dar gracias a DIOS recordándoos en mis oraciones” (v.16). La oración para el Apóstol no es un acto ocasional, sino un estado permanente de su espíritu. En aquellos momentos la presencia de las comunidades de Éfeso y sus necesidades eran motivo de una continua acción de gracias: “presentad vuestras oraciones y súplicas incesantemente con acción de gracias” (Cf. Fl 4,6). La oración incesante del corazón san Pablo la deseaba para todos y cada uno de los cristianos. Todos los recursos espirituales son necesarios para librar la batalla espiritual a la que en cualquier tiempo debe librar el cristiano principalmente.

 

Los dones del ESPÍRITU SANTO

“Que el DIOS de nuestro SEÑOR JESUCRISTO, el PADRE de la Gloria, os conceda espíritu de Sabiduría y Revelación para conocerlo perfectamente” (v.17). El PADRE es la fuente de todo don perfecto (Cf. St 1,17), que viene a nosotros por la acción del ESPÍRITU SANTO y perfecciona las virtudes teologales que de forma especial nos hacen capaces para la lucha espiritual y nos mantienen vigilantes a la espera de las cosas venideras. El don de Sabiduría y conocimiento ayudan a la Fe y la inteligencia a profundizar en la oscuridad de la Fe en lo que respecta a DIOS y los beneficios que nos tiene preparados en su gran Misericordia.

 

Las cosas del más allá

La vida es corta o muy corta en este mundo. La muerte aparece a nuestros ojos como la disolución de la dimensión material que nos acompaña, y sin embargo nos inunda la aspiración por la vida permanente. “Iluminando los ojos de vuestro corazón, para que conozcáis la Esperanza a la que habéis sido llamados y la riqueza de la Gloria otorgada por ÉL a los santos” (v.18). La vida no termina con este mundo y las cosas que nos esperan están muy por encima de nuestros cálculos, porque la herencia prometida excede cualquier don, ya que es el mismo DIOS. El SEÑOR nos pide que levantemos la mirada hacia este destino y seamos agradecidos por anticipado. Como hijos suyos constituidos en el HIJO debemos una y otra vez realizar actos de agradecimiento por estar inscritos en el Libro de la Vida (Cf. Ap 5,1); por haber sido redimidos por JESUCRISTO; por la elección desde toda la eternidad para ser hijos suyos (Cf. Ef 1,5); por abrirnos de par en par las moradas eternas (Cf. Jn 14,1-2 ); por hacernos partícipes de una innumerable comunidad de bienaventurados (Cf. Ap 7,9); por reinar eternamente con CRISTO (Cf. 1Tes 4,17).

 

El Poder de la Resurrección

“La soberana grandeza de su poder para con nosotros los creyentes conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en CRISTO resucitándolo de entre los muertos y sentándolos a su derecha en los Cielos” (v.19-20). Sin nombrarlo aparece el ESPÍRITU SANTO en acción, realizando la Resurrección. Todo el Poder que los creyentes podemos esperar por parte de DIOS lo tenemos confirmado en la persona de JESUCRISTO. El Poder manifestado en JESÚS es de nuevo el Poder recuperado por HIJO conforme a la Oración Sacerdotal (Cf. Jn 17). Con ese mismo Poder y Gloria los cristianos participamos de la Vida en CRISTO, que está para manifestarse en toda su plenitud pese a las dificultades del presente.

 

Jerarquías angélicas y demoníacas

En algunos momentos las jerarquías angélicas mencionadas por san Pablo no tienen bien atribuido su signo, JESUCRISTO está por encima de principado, dominación y virtud y todo cuanto nombre en este mundo, sino en el venidero. “Bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza Suprema de la iglesia, que es su Cuerpo, la plenitud del que lo llena todo en todos” (v. 21-22). Los Ángeles aparecen en la Biblia como seres personales creados por DIOS colaborando con el SEÑOR en misiones especiales como intermediarios entre ÉL y los hombres. El escepticismo hacia los Ángeles por parte de algunos viene de los seres intermedios recogidos en otras religiones, que parece a primera vista coincidir en muchos aspectos, pero la cosa no es así. El Ángel en todo momento advierte que él es una criatura a la que el hombre no ha de rendir culto de adoración (Cf. Ap 19,10). Las jerarquías angélicas aquí mencionadas están relacionadas con acciones de poder: Principados, Dominaciones o Virtudes. Virtud es equivalente a “fuerza”. La carta a los Efesios mantiene una cierta ambivalencia en la designación de las jerarquías angélicas, que pueden ser tomadas en algún caso como fuerzas angélicas satánicas, abiertamente opuestas al Plan de DIOS. Sobre estas el señorío de JESÚS extiende todo su Poder: “el Príncipe de este mundo está ya condenado” (Cf. Jn 16,11). A partir de un momento indeterminado para nosotros Lucifer, el Diablo o Satanás cae del Cielo (Cf. Ap 12,9), y es repelido por el Arcángel san Miguel en una batalla que dura hasta nuestros tiempos con mayor o menor incidencia en el mundo. Satanás sabe que le queda poco tiempo y su suerte está echada, e intenta llevar a la perdición a todos los hombres posibles, porque el odio es su motor y fin último su triunfo. Con JESUCRISTO como Cabeza de la Iglesia los creyentes estamos llamados a vencer todas las estratagemas del Maligno en este verdadero drama, en el que el hombre arriesga su destino eterno. Nosotros vencemos gracias al Poder dado a JESUCRISTO en virtud del sacrificio redentor en la Cruz. En este lugar del mundo prevaleció el Amor perfecto frente al Mal absoluto, pues no se pudo llegar más allá del deicidio. Para siempre el Poder de JESÚS será la Redención de todos los mundos posibles, porque ÉL es DIOS.

Comparte: