Juan Pablo I, la sencillez de una sonrisa

Guillermo Gazanini Espinoza
Guillermo Gazanini Espinoza

El domingo 4 de septiembre, el Papa Francisco inscribió en el canon de los beatos a su antecesor, Juan Pablo I, Albino Luciani nacido en 1912 y Sumo Pontífice de la Iglesia católica en 1978.

La vida del Papa Luciani guarda curiosos paralelismos con los últimos pontífices del siglo XX, centuria oscura en la que sufrieron lo indecible de las guerras mundiales, las penurias de familia, los escasos bienes económicos, la fragilidad de la salud y opresión de los totalitarismos. Llamados a un ministerio humilde y comprometido, esos sucesores del apóstol Pedro tuvieron enfrente un compromiso pastoral y social. Luciani gozó de la predilección de Juan XXIII quien lo ordenó obispo y de Pablo VI que lo elevó a la dignidad cardenalicia. La catapulta que representó el patriarcado de Venecia hizo que Luciani fuera bien visto para guiar a la Iglesia.

Los 33 días de una sonrisa dieron lugar a muchas especulaciones acerca de la muerte más controvertida en la historia del papado contemporáneo. ¿Qué pasó con Juan Pablo I? Esa tierra fértil fue aprovechada por un hábil autor, David Yallop, escritor inglés desaparecido en 2018. Escribió un bestseller, En el nombre de Dios, publicado en México por editorial Diana. En 1997, la serie de Guido Knopp, “Vaticano, el poder de los papas” dedicó el capítulo de Juan Pablo I presentando una extensa entrevista a Yallop, uno de los principales defensores de la tesis del asesinato.

Yallop no vacila en afirmar que Albino Luciani tenía intenciones definitivas de un “desmantelamiento” de las estructuras eclesiásticas fijando su vista en la reforma de la curia y el saneamiento de las finanzas del misterioso Istituto per le Opere di Religione – IOR, coludido en turbiedades. Muchas mitras comenzaron a temblar y no pocos aliados de sectas masónicas infiltrados en el Vaticano vieron en el Papa un estorbo, como también lo presenta la tercera parte de El Padrino de Francis Ford Coppola y Mario Puzo.

El periodista Carmine “Mino” Pecorelli había expuesto en 1976 la famosa lista de masones infiltrados en la Santa Sede, entre los que estaban poderosos prelados, hoy recordados por el halo de misterio que envolvió esas horas de la madrugada del 28 de septiembre: El encargado del IOR, Paul Casimir Marcinkus y el secretario de Estado, Jean Villot.

Pero Yallop va más allá de conjeturas masónicas. En El Nombre de Dios hay verdaderos encontronazos con los prelados curiales por la manera de Luciani para revolucionar la Iglesia. Destaca, por ejemplo, la intención del papa de una revisión acerca de la moral católica acerca de la anticoncepción para tolerar medios y prevenir los embarazados o bien, disponer de los bienes culturales de la Iglesia para los pobres. La cascada de acontecimientos puso en la mira de sus enemigos al Papa Luciani. En México, el dramaturgo Luis G, Basurto estrenó en el Teatro Helénico “El Candidato de Dios” en 1986. El actor Héctor Gómez encarnó a Albino Luciani, Juan Pablo I, con este encanto trágico que pone al vicario de Cristo como mártir de las intrigas palaciegas. Esta puesta en escena también contribuyó a decir que Luciani fue asesinado.

El 28 de septiembre, la historia es, de sobra, conocida. Convenientes escenarios, verdades a medias o mentiras verdadera, papeles en las manos, un veneno administrado y jamás comprobado. Juan Pablo I tuvo la simpatía de los fieles por el estilo inusual y cercano para hacer de las audiencias, reuniones catequéticas. Rechazó la coronación y tiara, la silla gestatoria pasó al museo y Juan Pablo I llevó el estilo del cura de pueblo para hacer del Vaticano, la parroquia del mundo. A 44 años de la muerte de Luciani, la beatificación consuma la elevación a los altares de todos los Papas del concilio y postconcilio: Juan XXIII, Paulo VI y Juan Pablo II, pero en Luciani hay algo especial. No sólo derrumba las teorías del asesinato, también destierra lo que pudo ser un martirio; gracias a su intercesión, una niña de 10 años recuperó la salud de forma inexplicable. Y su vida refleja algo más más común y urgente, la sencillez y la humildad de una sincera sonrisa por encima de la parafernalia, el boato y la hipocresía.

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