Jesús no promete a sus seguidores honores o triunfos

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el XIII Domingo del tiempo Ordinario.

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

La imagen que se tenía en el Antiguo Testamento de un ‘dios’ que premia a los buenos y castiga a los malos; de un ‘dios’ que protege a los que quiere y permite el sufrimiento de los que no son allegados a él o practicantes de la religión. Esa imagen Jesús viene a cambiarla, Jesús nos recuerda que Dios “hace salir el sol sobre buenos y malvados”. Por eso, estuvo tres años con aquellos discípulos mostrándoles el rostro de Dios, mostrándoles que el sufrimiento es parte de la condición humana y que nadie está exento de él. Les deja claro que el seguir los mandatos de Dios no consiste sólo en practicar ritos religiosos, sino en ser compasivos con el que sufre.

Este domingo, Jesús invita a los que quieran seguirlo a una entrega total: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí”. Por lo tanto, nada de “medias tintas”, el seguimiento es radical, las renuncias son reales y la cruz está garantizada.

Jesús exige del discípulo la valentía de permanecer sin apoyos, sin protección y sin seguridades materiales por amor a su Persona y al Evangelio. Además de las renuncias, pide que se tome la cruz para seguirlo. Ante todas las exigencias termina siempre con la frase: “…no es digno de mí”.

Jesús no promete a sus seguidores honores o triunfos, no promete que les quitará las dificultades del camino, más bien, les deja claro “el cargar la cruz”. Todos, en su tiempo, conocían la imagen terrible del condenado, que desnudo e indefenso, era obligado a cargar la cruz hasta el lugar de la ejecución; cargar la cruz era parte del ritual de la crucifixión. El objetivo era que apareciera ante la sociedad como culpable, un ser indigno de seguir viviendo entre los suyos, así todos descansarían viéndolo muerto.

Las exigencias de la cruz cambian para cada generación de creyentes, así en la época de Jesús existía la amenaza inminente de la muerte física, bien fuera por la cruz o por la espada. Los cristianos eran vistos como una amenaza para el imperio y con frecuencia se les acusaba falsamente y se les martirizaba de muchas maneras. Todos estos intentos de bloquear, anular o eliminar la verdad del Evangelio, fueron vanos porque la fuerza del cristianismo radicaba en la cruz de Cristo. Pero Jesús ya les había dicho de muchas maneras a sus discípulos: Si me siguen, van a ser rechazados; les va a pasar lo mismo que a mí, los perseguirán, tienen que cargar la cruz. Hermanos, hoy el compartir la suerte con los crucificados de la sociedad, es decir, con los desplazados por causa del crimen, con los desterrados y abandonados, con los que menos tienen, conduce a asemejarse más a Jesús y a tener la esperanza más clara de gozar del Reino de Dios.

Nos encontramos ante un Evangelio crudo, que lastima y nos parece incomprensible. Pero estas exigencias las vivieron los cristianos de los primeros siglos, padecieron persecuciones y dieron su vida por el Evangelio; esa sangre derramada hacía que muchos se convirtieran, ya que decían: “¡Cómo es posible que éstos den la vida por un tal Jesús que fue crucificado y ellos afirman que está vivo!”. La adhesión a Jesús, de mente y de voluntad, ha existido en personas a lo largo de los siglos y a lo ancho de cada cultura. Pero hoy estamos en la era de las grandes transformaciones; esas transformaciones para el bienestar del ser humano, donde se percibe que el hombre no tiene que sufrir. El mismo cristianismo está corriendo el riesgo de ser un ‘cristianismo del bienestar’, vivido de una manera light.

Pareciera que el ser humano quisiera erradicar el sufrimiento de la tierra, quiere vivir sin dolor, buscando la felicidad en la ausencia de todo sufrimiento, que sin embargo le sigue dejando vacío. De allí que el ser humano se empiece a fabricar un Dios a su conveniencia, un Dios permisivo, comprensivo, donde por amor tiene que perdonarnos todo; podemos decir, un ‘dios’ a la medida del ser humano, un ‘dios’ que está para cumplir antojos y que está para el día que se le necesite. Pero ya escuchamos que el seguir a Jesús supone un sacrificio que nos desgarre por dentro. Jesús es claro y enérgico, para seguirle hay que coger la cruz, hay que negarse a sí mismo; hermanos esto duele, pero Dios no nos abandonará y si nos decidimos a seguirle, Él mismo será nuestro cirineo y nos ayudará en nuestro camino, por eso nos dice: “El que pierda su vida por mí, la salvará”.

Este Evangelio me lleva a pensar en la petición que muchas veces me hace la gente: ‘Sr. Obispo pida para que me vaya bien’. Desde luego, hay que pedir, pero sobre todo, hay que pedir que se haga la voluntad de Dios. No es fácil cuando las cosas no salen como las pedimos, pero si somos seguidores de Jesús, no debemos olvidar que nuestro cristianismo está marcado por la cruz y la cruz es aceptar siempre la voluntad de Dios. Por eso, después de nuestra oración de petición, no debemos olvidar decirle a Dios: ‘Que se haga tu voluntad’, y pedir que nos dé la fortaleza para aceptar las cosas así como Él quiere. La voluntad de Dios siempre nos llevará a vivir una vida entregada a los demás, no una vida centrada en nosotros mismos, egoísta; hay que saber perderse en una vida llena de sentido, plena, abierta, una vida como la de Jesús.

Hermanos, este Evangelio nos lleva a reflexionar y preguntarnos: ¿Cómo entiendo el seguimiento a Jesús?, ¿Somos cristianos porque participamos en la Eucaristía? o ¿Participamos en la Eucaristía porque nuestra vida es cristiana?, ¿Qué renuncias he hecho en la vida ordinaria por Jesús?, ¿Qué entiendo por cargar la cruz? Considero que como cristianos, debemos analizar nuestra manera de creer y nuestra manera de cómo expresamos lo que creemos. Nuestro cristianismo está marcado por la cruz, pero ¿es por la cruz de Cristo? No desvirtuemos esa cruz, porque ella no es principalmente signo de muerte, sino de amor y de vida; de la cruz de Jesucristo surgió la vida para todos, el triunfo definitivo sobre la muerte. Llevar la propia cruz y ayudar al hermano a llevarla, es un signo de amor, y amar es dar vida.

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!.

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan