La Iglesia «no tiene puertas» y por tanto todos pueden entrar, pero realmente «todos, todos, todos, sin ninguna exclusión». Este es el mensaje en el que más insistió el Papa Francisco durante su viaje a Lisboa, en vísperas de un sínodo que –en su “ Instrumentum laboris ”– sitúa en los primeros lugares de la lista de invitados a entrar “a los divorciados vueltos a casar, polígamo casado, personas LGBTQ+”.
Mientras tanto, sin embargo, en Italia, donde Francisco es obispo de Roma y primado, las iglesias se están vaciando.
Una encuesta en profundidad realizada para la revista » Il Timone » por Euromedia Research constató que hoy sólo el 58,4 por ciento de los ciudadanos italianos mayores de 18 años se identifican como «católicos», frente al 37 por ciento de los «no creyentes». Y los que van a misa los domingos son apenas el 13,8 por ciento de la población, en su mayoría mayores de 45 años, con cifras aún más bajas en Lombardía y Véneto, las regiones que han sido el bastión histórico del «mundo católico italiano».
No solo. Incluso entre los católicos «practicantes», es decir, entre los que van a Misa una o más veces al mes, sólo uno de cada tres reconoce en la Eucaristía «el verdadero cuerpo de Cristo», los demás lo reducen a un vago «símbolo» o un “recuerdo del pan de la última cena”. Y solo uno de cada tres son también los que se confiesan al menos una vez al año, convencidos todavía de que es un sacramento para la «remisión de los pecados». No es de extrañar que el teólogo benedictino Elmar Salmann dijera en una entrevista el 14 de junio con «L’Osservatore Romano» que está preocupado incluso más que el número de fieles por el declive de la práctica sacramental, que «está a punto de hundirse».
Una decadencia que va acompañada de una notoria cesión al «espíritu de la época» en el campo doctrinal y moral. El 43,8 por ciento de los católicos practicantes considera el aborto un derecho, el 41,6 por ciento cree que es correcto permitir los matrimonios homosexuales, el 61,8 por ciento niega que el divorcio sea un pecado, el 71,6 por ciento aprueba la anticoncepción. Se registra una cierta resistencia sólo con respecto a la matriz de alquiler, contra la cual toman partido dos de cada tres practicantes.
Pero si esta es la realidad de los hechos, ¿cuál podría ser el efecto de la persistente invitación a acoger en la Iglesia a «todos, todos, todos», es decir, incluso a personas, como precisamente «los divorciados vueltos a casar, las personas en poligamia matrimonios, personas LGBTQ+”, que según lo que siempre ha enseñado la Iglesia “no pueden recibir todos los sacramentos”?
Esta es la pregunta que Anita Hirschbeck, de la «Katholische Nachrichten-Agentur», le hizo al Papa en la rueda de prensa en el vuelo de regreso de Lisboa el 6 de agosto.
Francisco respondió que sí, todos deben ser acogidos en la Iglesia, «feos y hermosos, buenos y malos», incluidos los homosexuales. Pero “la ministerialidad en la Iglesia es otra cosa, que es la forma de sacar adelante al rebaño, y una de las cosas importantes es, en la ministerialidad, acompañar a las personas paso a paso en su camino de maduración… La Iglesia es madre, acoge a todos, y cada uno hace su propio camino dentro de la Iglesia».
Dicho así, esta respuesta del Papa frena la carrera del «camino sinodal» de Alemania, pero no una revolución en la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad.
Y es una respuesta totalmente en línea, más bien, con lo que estaba escrito en la mucho más sólida » Carta Pastoral sobre la sexualidad humana » publicada por los obispos de Escandinavia la última Cuaresma: «Puede suceder que las circunstancias hagan imposible para un católico recibir los sacramentos por un tiempo determinado. No por eso deja de ser miembro de la Iglesia. La experiencia del exilio interior abrazado en la fe puede conducir a un sentido de pertenencia más profundo”.
Pero cabe señalar que Francisco no siempre habla y actúa de manera coherente sobre estos temas.
La bendición de parejas del mismo sexo, por ejemplo, aunque prohibida -con el consentimiento por escrito del Papa- por el dicasterio para la doctrina de la fe presidido por el cardenal Luis Francisco Ladaria Ferrer, de hecho fue aprobada por el mismo Francisco en varias ocasiones .
Y ahora que Ladaria será sucedido por Víctor Manuel Fernández, el controvertido teólogo argentino favorecido por Jorge Mario Bergoglio, se puede dar por cierto que ha llegado a su fin el tiempo de los custodios de la doctrina “que señalan y condenan”, sustituido por un nuevo e irénico programa de “crecimiento armónico” entre “las diferentes líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral”, que “preservará la doctrina cristiana más eficazmente que cualquier mecanismo de control”, como se lee en la inusual carta del Papa que acompañó el nombramiento del nuevo prefecto.
Un golpe decisivo en esta dirección es la entrevista que «L’Osservatore Romano» publicó el 27 de julio a Piero Coda, de 68 años, secretario general de la comisión teológica internacional, miembro de la comisión teológica del sínodo y profesor del Instituto Universidad Sophia de Loppiano, del movimiento de los Focolares del que es miembro destacado.
La entrevista se titula: «No hay reforma de la Iglesia sin reforma de la teología». Y en él, además de las respuestas, son reveladoras las preguntas del director del diario vaticano Andrea Monda y Roberto Cetera, ambos ya profesores de religión en institutos.
El punto de partida supuesto del que ellos parten es que la teología que todavía se enseña en facultades y seminarios “es anticuada”. Y lo es porque “el hombre cambia”, también en las “relaciones entre los géneros”, y “corremos el riesgo de hablar a un hombre y a una mujer que ya no existen”, cuando en cambio “una renovación de la teología debería comenzar precisamente con una revisión del pensamiento antropológico”.
Así también, según ellos el hombre Jesús debe ser repensado en una forma nueva, sin la «fijeza» adoptada hasta ahora. Coda dice: “La antropología teológica, tal como la representamos a menudo, debe ser archivada en gran medida: ciertamente no en sustancia, sino en la interpretación que se le da. Porque es abstracto e idealista. Presenta una visión escultórica del mundo y del hombre. Necesitamos revivirlo y repensarlo y volverlo a proponer”.
De ahí una serie de propuestas de reforma, que los entrevistadores enumeraron así al final de la entrevista: “Rebobinando la cinta de esta conversación, hemos partido del pecado original: a repensar; luego la gracia: a repensar; luego la libertad: a repensar; luego los sacramentos: a repensar. Si estuviéramos en su lugar, monseñor Coda, pensando en el trabajo que hay que hacer – partiendo de la base de que no hay reforma de la Iglesia sin reforma de la teología -, nos temblaría el pulso…”.
.Si ésta es el plan de trabajo planteado, en el que todo se puede cambiar, es difícil imaginar un ocaso de pontificado más revolucionario que el actual. O más bien, más confuso.
Por SANDRO MAGISTER.
JUEVES 10 DE AGOSTO DE 2023.
CIUDAD DEL VATICANO.
SETTIMO CIELO.