El evangelio que escucharemos este domingo (Lc 11, 1-13) trata el tema de la oración. San Lucas nos presenta a Jesús en un momento de profunda comunicación con Dios su Padre. Los discípulos observaron muchas veces a Jesús en esa actitud y seguramente les llamaba la atención, de ahí la súplica que uno de ellos le hace al maestro: “SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR”.
La oración es una de las formas como nos ponemos en comunicación con Dios. Es una forma diálogo donde hablamos y escuchamos. Le hablamos a Dios y guardamos silencio también para escuchar lo que él nos dice. La oración en ese sentido nos da luz, nos orienta y nos transforma. La oración nos ayuda a ver nuestro interior y todo lo que somos y hacemos. A través de la oración establecemos un diálogo de frente con nuestro creador. La oración es necesaria porque nos alimenta, nos compromete, nos ayuda a crecer y a mejorar. La oración nos hace felices porque es una experiencia de encuentro.
Existen muchas formas de orar. Uno puede orar en silencio o en forma pública, hablar con el corazón y nuestra mente o con los labios y nuestro cuerpo. Existen oraciones espontaneas que pueden brotar de algo que estamos viviendo, disfrutando o sufriendo. Hay oraciones escritas que rezamos en forma personal o de memoria. Hay oraciones de acción de gracias, de alabanza, de bendición y de adoración. Existen oraciones de súplica e intercesión. La oración más recurrente, de ordinario es la oración de súplica o de intercesión. Esto significa que frecuentemente pedimos algo o pedimos por alguien.
En el evangelio de este domingo, Jesús enseña a sus discípulos la oración del Padre Nuestro. Esta versión de san Lucas es por así decirlo la versión corta del Padre nuestro. El evangelista San Mateo, nos presenta la versión larga (Mt 6, 9-13). Esta es la versión del Padre nuestro que rezamos cotidianamente.
En ambos casos, se parte de un reconocimiento de que Dios es nuestro Padre. Ello nos recuerda que nos ama y que busca siempre nuestro bien. La oración del Padre Nuestro nos orienta en algo que es fundamental en la vida cristiana: debemos SANTIFICAR A DIOS con nuestros labios y nuestras obras. Santificar a Dios es reconocer su grandeza, bondad y misericordia manifestada de muchas maneras. Santificar a Dios significa glorificarlo, reconocerlo como nuestro creador y reconocernos a nosotros como sus creaturas.
La oración del Padre nuestra nos recuerda que el Reino de Dios es un don y tarea, es decir debemos solicitarlo siempre pero también debemos crear las condiciones para que se convierta en una realidad. “Busquen primero el reino de Dios y todo lo demás se dará por añadidura. El reino de Dios es el proyecto del Padre que Jesús nos ha revelado.
A través de la oración debemos solicitar a Dios los bienes materiales que necesitamos para vivir, como puede ser el pan, la casa, el trabajo, la salud, el amor y la amistad. Todo esto está contenido en la expresión “el pan de cada día”. Lamentablemente no siempre sabemos administrar bien estos bienes que solicitamos y que Dios pone en nuestras manos. Por eso junto con la solicitud de estos bienes temporales, en la oración, uno debe pedir la sabiduría para saber utilizarlos adecuadamente, es decir con rectitud, con equilibrio, sin convertirse en esclavos de los bienes, sin idolatrarlos o sacrificarles todo. Los bienes terrenos deben ayudarnos a conseguir los bienes eternos.
Pbro. José Manuel Suazo Reyes
Vocero de la Arquidiócesis de Xalapa