¿En su lecho de muerte se vengó Francisco de un cardenal?

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* Supuestas cartas de Francisco impidiendo al cardenal Becciu participar enel cónclave.

Queridos cardenales conclavistas:

Soy el católico número 1 billón 406 millones, es decir menos que nada, el último según las últimas estadísticas, pero tengo la ilusión de que alguien pueda leerme. Entre vosotros está el nuevo Papa y entre vosotros hay hombres extraordinarios: sacerdotes verdaderos y no teatrales, pastores de la fe, discípulos auténticos y fieles, no maestros, y hombres de altísima integridad moral, con los corruptos y mundanos.

Lo que les escribo es sólo mi opinión, pero creo que muchas personas en el mundo, en estas horas dramáticas para los católicos, piensan lo mismo.

Llevo más de 50 años escribiendo, no como periodista, no lo soy, sino como un católico laico que ama a su Iglesia y se preocupa por su vida sana y creativa al servicio de su Fundador, Cristo resucitado, Hijo de Dios, y por tanto al servicio del hombre, «su camino real».

En un catolicismo maduro y adulto todos los fieles son discípulos de Cristo y no súbditos de un soberano.

Ni el mismo Cristo ni Pedro fueron nunca soberanos. El Papa no es un soberano aunque algunos documentos lo afirmen con gran solemnidad. El Papa es el Sucesor de Pedro llamado a guiar la Iglesia de Cristo en el amor y la unidad; no dividirla, no polarizar a los fieles y a la jerarquía, y mucho menos oponer a unos contra otros.

Además, ya estoy viejo y mi salud es frágil. Hasta el martes nunca hubiera imaginado que sentiría la urgente necesidad de escribir estas pequeñas reflexiones en defensa del cardenal Angelo Becciu, por el que rezo desde hace cinco años.

No sé, no tengo ningún recurso para demostrar si el cardenal Becciu es culpable o no de algún delito. Espero que el Papa fallecido y sus colaboradores más cercanos sepan realmente esto y puedan demostrarlo con hechos y documentos y no con papeles firmados por el Pontífice en su lecho de muerte.

Defiendo, y he defendido siempre, al cardenal porque mientras no se demuestre lo contrario, con un juicio justo y garantizado, transparente y correcto, es un ser humano, un sacerdote y un cardenal inocente.

Nadie, incluido el Papa, tiene derecho a condenar a ningún castigo sin una sentencia legítima resultante de un proceso garantizado y transparente.
Lo que hizo el Papa Francisco en los últimos días de su vida en el llamado “caso Becciu” es inaceptable porque es oscuro, nada transparente, incluso misterioso, y la pregunta es una sola:
¿por qué no lo hizo cuando todavía estaba vivo, lúcido, con el control de sus capacidades cognitivas, con las herramientas jurídicas que poseía y que a menudo usó con abundancia incluso en asuntos pequeños e irrelevantes?

Para millones y millones de católicos, la fe, las verdades del Credo, el Evangelio de Cristo no están en discusión. Lo que se pone en cuestión es un modo de gobernar la Iglesia católica que ya ha cumplido su período de validez. El mismo Papa Francisco, en numerosos pasajes de su pontificado, ha demostrado que el ejercicio del poder petrino necesita ser reformado.

El Papa Bergoglio, y no es la primera vez –basta   recordar la historia del ex jesuita Marko Rupnik–, ha superado los límites más allá de los cuales la comunión de fe empieza a disociarse en la indiferencia del “no me concierne”. Una Iglesia así, tarde o temprano, se hunde en el descrédito y la irrelevancia. Se necesitan reformas reales, y pronto.

El próximo sucesor de Pedro está llamado a reformar primero la cabeza si verdaderamente desea reformar el cuerpo.

POr LUIS BADILLA.

CIUDAD DEL VATICANO.

MIÉCOLES 30 DE ABRIL DE 2025.

MIL.

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