El que me recibe a mí

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos

Las lecturas de este domingo continúan con las exigencias del seguimiento o el discipulado cristiano, poniendo como prioridad tomar la Cruz y amar a Dios sobre todas las cosas. Veamos.

TOMAR LA CRUZ DE CADA DÍA

El camino de la Cruz forma parte del proyecto salvífico de Cristo, basado en la libertad y el amor divinos, y que tiene un sentido redentor. La cruz es el altar del sacrificio, el camino que nos conduce a la salvación, el instrumento donde vence al diablo y a la muerte. Tomar tu Cruz es hacerte responsable de tu propia vida, comprometerte a cuidarla y valorarla, es enfrentar los desafíos de tu vida con valentía y audacia. Seguir a Cristo implica meditar su Palabra, aceptarla en el corazón, buscar la reconciliación y la paz, es iniciar un camino encuentro y conversión, de renuncias y sacrificios, de formación y misión. ¿Cómo es tu cruz de cada día? ¿Tienes un proyecto en tu vida? ¿Quieres tomar la Cruz de Cristo sobre tus hombros?

ANTEPONER EL AMOR DE DIOS AL DE LA FAMILIA

Si conocemos profundamente a Dios, sabremos que en Él está la clave de la felicidad, de la realización personal, de la alegría plena; de este modo, estaremos dispuestos a dejarlo todo por Él. El amor de Dios nos salva, nos plenifica, nos perdona y nos reconcilia; por ello, es el tesoro más valioso y sagrado que podemos tener. Debemos luchar por él y alcanzarlo, para darle sentido a nuestra vida. Sin embargo, no debemos renunciar al amor de la familia o al trabajo, sino darle su justo lugar y valor. En este sentido,  debemos amar a Dios sobre todas las cosas, con todo el corazón, con toda el alma, con toda tu mente (cf. Dt 6,4-5 y Mt 22,37). Este amor a Dios nos conduce a amar a nuestra familia en un sentido verdadero y auténtico. ¿Cómo amas a Dios? ¿Cómo amas a tu familia?

PERDER LA VIDA POR CRISTO

La vida es el bien más preciado que tenemos, es como un tesoro, un don sagrado, una bendición de Dios; por ello, estamos llamados a cuidarla, respetarla y valorarla, poniendo todos los medios para dicho cometido. La vida tiene sentido, el cual encontramos de manera plena en Dios; de Él obtenemos la paz, la felicidad y  el amor, fines indispensables para crecer y realizarnos como personas e hijos de Dios. Sin embargo, no debemos tener miedo de  arriesgar la vida por un fin  más grande y pleno, que vale la pena vivir: Jesucristo. En este sentido, la vida se tiene que gastar y desgastar por Cristo (cf. Mt 10,39, 2ª Cor 12,15 y 2ª Tim 4,2), en todo tiempo y lugar, sin demoras y sin miedos (cf. EG # 23). Tú ¿cuidas tu vida o la arriesgas? ¿Enfrentas los desafíos que te presenta la vida o te escondes de ellos? ¿Eres capaz de entregar la vida por un ser amado? ¿De qué modo?

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