Dentro de las fascinantes historias de la Biblia, con las que nos encontramos en este tiempo de pascua, ha aparecido -en el libro de los Hechos de los apóstoles- un aspecto relevante que nos hace comprender uno de los momentos más emotivos que se viven en nuestra experiencia de encuentro con Cristo, prácticamente en los inicios de nuestro itinerario espiritual.
Al escuchar en varios momentos la predicación de Pedro, después de la resurrección del Señor, logra uno percibir su amor y su ardor con el que habla de Jesucristo y de las cosas que sucedieron en Jerusalén. Sus oyentes se conmovían ante su predicación y quedaban cautivados. Su predicación lograba tocar los corazones, de tal manera que a partir de ese momento las personas sentían la necesidad de hacer algo, de responder con su propia vida al mensaje que les abría el conocimiento de las cosas de Dios.
De ahí que muchos al instante, acogiendo este mensaje poderoso, le preguntaran: “¿Qué tenemos que hacer?” (Hech 2, 37). Caían en la cuenta que Jesucristo había muerto por nuestros pecados y sentían la necesidad de aceptarlo en su vida y reconocerlo como el Mesías.
Este dato que aparece en la Biblia explica lo que también nosotros vivimos. Al encontrarnos con Cristo sentimos la necesidad de corresponder, de retomar el camino, de agradecer a Dios su inmenso amor por nosotros, de recuperar tanto tiempo desperdiciado. No hace falta que se nos diga directamente qué hay que corregir, qué cosas tenemos que cambiar, porque al sentirnos amados por el Señor tomamos conciencia de la ingratitud e indiferencia con las que hemos vivido, y sentimos la necesidad de reparar y corresponder al infinito amor de parte del Señor.
Los santos describen este momento de una manera tan emotiva que frecuentemente se remontan a esta experiencia fundante, la cual los llenó de alegría y los llevó a un cambio radical en sus vidas. Al leer con asombro cómo revelan este momento, nos ayudan a explicar lo que ha sucedido en nuestro caso concreto.
Hay tantos casos de hombres y mujeres que describen de manera impactante este momento. Quisiera, en esta ocasión, referirme prácticamente a un caso reciente, de Clare Theresa Crockett que siendo una joven encantadora y con mucho talento para destacarse a nivel artístico, donde ya se encontraba incursionando, tuvo un encuentro con Cristo un viernes santo en España, a la edad de 15 años.
Siendo de Irlanda del Norte había acudido a esta experiencia de Semana Santa en España, más por el sol y las vacaciones que por razones religiosas. Teniendo, pues, otros intereses y sin que lo esperara, el viernes santo tuvo una experiencia tan profunda del amor del Señor que llegó a decir con palabras conmovedoras: “Él murió por mí. ¡Me ama!… ¿Por qué nadie me ha dicho eso antes?”
Después de este encuentro regresó a su misma realidad, pero la presencia de Cristo la seguía inquietando hasta que decidió ingresar en la vida religiosa con las siervas del Hogar de la Madre en España. Estuvo de misiones en Estados Unidos, en España y en Ecuador, donde murió a la edad de 33 años, durante el terremoto de 2016, junto con otras de sus hermanas religiosas.
Muchas personas, como las que escuchaban a Pedro, llegaban a decir: “¿Qué tenemos que hacer?” Otras plantean de una manera que estremece, como la madre Crockett, el impacto que Jesús provocó en sus vidas: “Él murió por mí. ¡Me ama!… ¿Por qué nadie me ha dicho eso antes?” ¿Por qué he sido indiferente, ingrata e insensata frente al más grande acto de amor que alguien me haya mostrado?
Conocer a Cristo no es conocer o enterarse simplemente de una vida interesante y emblemática. Más bien es encontrarse de manera sorpresiva con una persona que está viva y que llega a tocar el corazón, desencadenando una respuesta de amor.
Eso es lo que viven tantos hermanos cuando tienen un encuentro con Cristo: cuando se dan cuenta del amor de Dios en sus vidas, cuando, a pesar de lo que han vivido, Dios los trata de manera paternal y misericordiosa. Muchos se preguntan: ¿por qué nadie me había dicho antes que Dios me ama, que murió crucificado por mí, que ha ofrecido su vida? ¿por qué he vivido en la ignorancia, indiferencia e ingratitud tantos años de mi vida?
Uno se lamenta de haber ofendido a Dios, de haber vivido lejos de él. Nos lamentamos de no haber correspondido como Dios se merece, de no haber sido conscientes del inmenso amor que nos sigue manifestando.
La madre Crockett se explaya en esta experiencia diciendo que el viernes santo al besar la cruz: “Tuve la certeza de que por mí el Señor estaba en la Cruz, me acompañó un vivo dolor. Al regresar a mi banco, yo ya tenía una huella dentro que no tenía antes. Yo tenía que hacer algo por Él que había dado su vida por mí”.
Impacta y da mucha esperanza la experiencia de esta joven religiosa como la de tantos jóvenes que siguen buscando a Dios, a pesar de las situaciones complejas que están enfrentando en estos tiempos. Anunciar a Cristo con el amor y el ardor de Pedro muchas veces hace la diferencia para que las personas, incluso las más alejadas, puedan experimentar el profundo amor de Dios.
El pasado de muchas personas y la reticencia que incluso muchos jóvenes muestran a la acción de Dios en sus vidas, nunca deben desmotivarnos o convertirse en un obstáculo para seguir anunciando el inmenso amor de Cristo Jesús. Ahí está el caso de la religiosa Clare Theresa Crockett y de tantos jóvenes que cuando se han encontrado a Cristo en su vida nos sorprenden por la forma como llegan a acogerlo y a seguirlo de manera incondicional.
Nunca debemos desesperar, sino que hay que confiar en la presencia de Dios en el corazón de las personas. Como dice Sánchez de Alba: “Un cristiano que viva la virtud recia de la paciencia, no se desconcertará al advertir que quienes le rodean dan muestra de indiferencia por las cosas de Dios. Sabemos que hay hombres que, en las capas subterráneas, guardan -como en la bodega los buenos vinos- unas ansias incontenibles de Dios que tenemos el deber de desenterrar. Ocurre, sin embargo, que las almas -la nuestra también- tienen sus ritmos de tiempo, su hora, a la que hay que acomodarse como el labrador a las estaciones y al terruño. ¿No ha dicho el Maestro que el reino de Dios es semejante a un amo que salió a distintas horas del día a contratar obreros a su viña (Mt 20, 1-7)?”
Este Año juvenil vocacional sigamos anunciando a Cristo a los jóvenes, acercándonos a ellos y facilitándoles esta experiencia de encuentro con Cristo. No escatimemos esfuerzos para hacerlo. Como decía la madre Crockett: “A veces te cansas. ¡Por supuesto que el trabajo cansa! Pero, aunque esté cansada, espero no hacerme la víctima y seguir entregándome”.
En estos tiempos de mucha información no demos por supuesto que ya se conoce a Cristo, sino que hace falta que lo sigamos dando a conocer con nuestro testimonio y con las obras apostólicas. Hay que anunciarlo como es debido y con la intensidad que una noticia como esta lo requiere, para que confiemos en la respuesta generosa y entusiasta de los jóvenes, como la madre Crockett.