El cristianismo de Gorbachov

Guillermo Gazanini Espinoza
Guillermo Gazanini Espinoza

Tras la muerte de Mikhail Gorbachov, fueron manifiestas reacciones de reconocimiento y rechazo al último secretario general del Partido Comunista y presidente de la Unión Soviética. La caída de la URSS y el fin del sistema comunista, acelerados por la crisis de los derechos humanos, de libertad y, lo que afirman como definitivo, la descomposición de la burocracia tras la crisis nuclear de Chernobil, colapsaron al socialismo soviético en el que el ser humano entregaba alma, corazón, conciencia a cambio de una frugal ración.

De Gorbachov se han escrito decenas de biografías y su producción literaria fue clave para comprender el por qué de la caída del bloque comunista y las perspectivas del futuro para entender el nuevo orden mundial. Uno de sus libros esenciales fue Perestroika, concepto que, contrario a lo que se cree, era una especie de tabla de salvación para impedir el hundimiento de la URSS que, paradójicamente, ocurrió el día después de la navidad de 1991 cuando el pabellón rojo bajó para siempre del Kremlin.

Gorbachov es asociado también al íntimo vinculo que anudó con Juan Pablo II sin el cual no se puede entender la caída del régimen. El Papa santo estimó a Rusia como europea. Era eslavo y sus biógrafos conocen cómo era un erudito empapado de lo ruso, sus literatos, pensadores y cultura, de Vladimir Soloviev, el teólogo del siglo XIX quien pretendía una reconciliación de los cristianismos oriental y occidental y de otros pensadores de la unidad cristiana convencidos de que la fe de Rusia podía dar más a occidente.

Para el acercamiento con la Unión Soviética, la conmemoración de mil años de cristianismo en Rusia en 1988 fue clave.  Se recuerda cómo Juan Pablo II, a través de la carta apostólica Euntes in Mundum Universum, dio gracias a Dios por el bautismo de la Rus de Kiev indiscutiblemente asociado a los orígenes de la fe que pasaron por Ucrania.

Gracias a las gestiones del cardenal Agostino Casaroli, el secretario de Estado artífice del acercamiento con la URSS, una delegación vaticana viajó a Rusia en las conmemoraciones del milenio de fe en junio de 1988. Casaroli, junto con otros prelados como los cardenales Johannes Willebrands y Roger Etchegaray, además del estratega de la comunicación vaticana, Joaquín Navarro-Valls, portaban una carta personal de Juan Pablo II a Gorbachov lo que resumía la intención pontificia de que la celebración fuera más que un acto religioso, una visita “no oficial” con el carácter de estado.

Se temió que la carta no llegara a las manos del secretario general del PCUS, pero al final, Eduard Shevarnadze, ministro de relaciones exteriores, y Gorbachov recibieron a los prelados. La escena, pincelada por George Weigel, describió la inquietud de los legados pontificios y la confianza de los soviéticos. Gorbachov dijo a Casaroli: “No estén nerviosos” y enseguida, la confesión del secretario general: Él y Shevarnadze había sido bautizados y Gorbachov revelaría la posesión de un ícono religioso “escondido en su casa detrás de un cuadro de Lenin”.

En la carta, el pontífice dijo que “Iglesia católica guarda  el mayor respeto y afecto al gran patrimonio espiritual de los pueblo eslavos del Este…” y no ocultaba la seguridad sobre la confianza puesta en Gorbachov: “Estoy convencido, señor secretario general, de que su tarea ha generado grandes expectativas en los creyentes y una legítima esperanza”.

El líder soviético respondió en agosto de 1989 con la intención de apertura al diálogo propiciado desde la Santa Sede. En una carta a Juan Pablo II escribió: “Ha llegado la hora de una nueva integridad en el mundo. Para nosotros, eso significa una postura nueva sobre la religión y la Iglesia, el movimiento ecuménico y el papel que desempeñan las grandes religiones del mundo”.

El 1 de diciembre de 1989 se dio el histórico encuentro en Roma con el “Presidente del Sóviet Supremo de la URSS”, al cual Juan Pablo II perfiló como “un acontecimiento importante en la historia de las relaciones de la Unión Soviética con la Sede Apostólica, y como tal es considerada con profundo interés por los católicos del mundo entero, así como por todos los hombres de buena voluntad”.

Tras la reunión de 1989, Gorbachov fue estimado como “un humanista interesado por la religión como algo positivo para la vida personal y de la sociedad”. Y el presidente de la URSS tuvo al pontífice como un verdadero amigo, pero Juan Pablo II fue más allá. No dudo en decir que el encuentro con el último líder soviético fue “preparado por la Providencia”.

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