Jesucristo subió al madero de la cruz, su muerte llevó a reconciliar todas las cosas en sí mismo, Dios es quien se entrega para dar la garantía del perdón, pero las cosas debían renovarse, todo había sido creado por Él y para Él. La pasión no podía quedar en la sepultura para ser testigo del fracaso, del temor, del miedo y la huida de los mejores amigos de Jesús. Algo nuevo surge en el momento de la resurrección, no se trata de volver a la vida después de estar sometido a un trance; no es una revivificación ni reactivación de las funciones suspendidas. Realmente padeció y, por más escandaloso, es la expresión del amor más grande en la historia.
Resucitado para nuestra justificación. El cosmos entero se conmueve ante lo inaudito, lo inverosímil, abre la salvación, la vida eterna. El hombre no es un ser para la nada, no termina sus días en el polvo. Sólo el poder de Dios es capaz de levantar a aquél que no conoció la corrupción como signo de la victoria final de la muerte. Se levanta distinto a Lázaro, diferente a la hija de Jairo. Su resurrección rompe todas las barreras del tiempo y del espacio, es un hecho de alcance universal para revelarse a sus amigos y decirles que estará con ellos hasta la consumación de los siglos. La resurrección es definitiva, diferente, nueva en todo sentido. Es tan real como fueron las torturas en la cruz; es verdadera como las llagas en sus manos y costado, es inigualable y, al mismo tiempo, irrepetible.
En la vigilia, la cristiandad anuncia este hecho, fundamento de nuestra fe, repasando la historia de la Salvación desde el inicio de los tiempos hasta la promesa del Reino y del mundo futuro en Cristo resucitado. ¿Cómo ha sido posible esto? Por puro amor y misericordia de Dios. Cada día, mientras la incertidumbre parece derrotarnos, la novedad de la resurrección de Cristo brilla en cada persona, cada hombre y mujer, de todas las razas y pueblos.
No es mito, no es metarrelato justificante del aparato religioso; por el contrario, contra aquéllos que pugnan por la obsolescencia del cristianismo, la novedad de la fe imprime en nuestro ser, año tras año, la realidad viva de Cristo como hermano de todos. Su resurrección es el evento máximo de servicio al ser humano. La apertura de la pascua moverá en nosotros el ímpetu de amor y del compromiso cierto para el anuncio de la resurrección que no quede como eslogan de una religión. El mundo está urgido del testimonio del resucitado quien abre las puertas de la vida eterna.
En nuestra pobreza, podríamos decirnos abandonados y sometidos a las fuerzas del mal cuando vemos que el inicuo prospera, que el corrupto se hace más fuerte o el mentiroso se encumbra por encima de los demás; sin embargo, Jesucristo disuelve toda desesperanza, liberó del odio, enseña la capacidad infinita del perdón abriendo el porvenir. Eso dio un ánimo nuevo a los discípulos para recorrer el mundo, “sólo un acontecimiento real de una entidad radicalmente nueva era capaz de hacer posible el anuncio apostólico y que superaba cualquier imaginación”. (Benedicto XVI. Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección. 320)
¿Qué nos hace falta entonces? Conmovernos realmente. Sumergirnos y escrutar el misterio del don de la resurrección no como la historia de un final feliz de alguien crucificado, por el contrario, sorprendernos y estremecernos porque nos alcanza en lo particular, a cada individuo, al santo y al pecador, al que hace el bien y se empecina en su maldad. La resurrección es el anuncio liberador de la opresión del pecado y de la oscuridad que parece más espesa en esta hora de la historia. Y ¿cómo hacerlo posible?
Tal vez, la clave está en un sencillo párrafo escrito en 1972 por el Patriarca de Venecia, cardenal Albino Luciani. Todos sabemos de sus dilectas cartas a personajes reales e imaginarios. Cuando escribe a San Francisco de Sales reveló cuál es el secreto de la verdadera devoción. Quizá el mismo para decir al mundo que Jesucristo está vivo, resucitado: “El ideal del amor de hombres y mujeres que tengan alas para volar hacia Dios con la oración y con pies para caminar amablemente con los demás hombres, no de ceño fruncido sino sonrientes, conscientes de que se dirigen a la alegre casa del Señor”. (Cf Albino Luciani. Ilustrísimos Señores, A San Francisco de Sales, Navegar en la nave de Dios). ¿Acaso hay mayor novedad de alegría y amor que la resurrección del Señor?
“Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nu