El amor de Dios da sentido a nuestra vida

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el VI Domingo de Pascua.

Mons. Cristobal Ascencio García

Hoy el Evangelio, dentro del contexto de la “Última Cena” y en el gran discurso de despedida, nos enmarca dos temas importantes, como son: El amor a Jesús y el envío del Paráclito. Ya habíamos escuchado el domingo pasado esa invitación de “amarnos los unos a los otros”. Pero ahora, se trata de ese amor dirigido a Jesús y a su Padre. Este amor le da un sentido a la vida, proporciona energía, da una luz nueva, proporciona alegría en todo lo que se hace. Ya desde la edad media existe este refrán: ‘Los justos caminan, los sabios corren, los enamorados vuelan’. Veamos:

1°- El amor a Jesús que implica amar a Dios Padre: Jesús sigue instruyendo a sus discípulos antes de partir; si el domingo pasado les dejaba como testamento un mandamiento nuevo, que hacía alusión al amor que se deben tener entre los unos y los otros, un amor horizontal; ahora se centra en el amor que debemos tenerle a Él y ese amor trasciende al Padre, un amor vertical: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada”. Nos queda claro que no es suficiente decir que amamos a Jesús si no cumplimos su palabra; cumplir la palabra de Jesús implica un estilo de vida, unas actitudes concretas en relación a Dios y al prójimo.

Este es un domingo para reflexionar en el amor a Jesús y en el amor a Dios su Padre.

¿Cómo amo a Dios? Recordemos que tenemos el primer mandamiento de la ley mosaica y que lo aprendimos de memoria desde niños: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. ¿Qué significa?: Significa que el primer deber del ser humano es dar honor y gloria a Dios; implica que no tengamos otros dioses o ídolos. En un mundo como el nuestro, donde se habla de la ausencia de Dios, de que las personas se han alejado de las iglesias; de que se vive como si Dios no existiera. Creo que no podemos erradicar a Dios de nuestras vidas, tal vez en nuestra ignorancia lo sustituimos por falsos ‘dioses’, sea: el dinero, el poder, el placer, la fama, etc. Tal vez, nos hemos hecho un ‘dios’ a nuestra medida, un diosecillo que cumpla mis antojos y caprichos, muy lejos de ser el Dios de los cristianos.

Dice Jesús: “El que me ama, cumplirá mi palabra”; sabemos que cumplir la palabra de Jesús implica conocerla, reflexionarla y hacerla vida; que se convierta en un estilo de vida, de lo contrario, ni cumplimos su palabra y nos engañamos pensando que lo amamos. Sería muy importante que reflexionemos; ¿Cómo cumplo el primer mandamiento? ¿Amo a Dios sobre todas las cosas? ¿Qué imagen tengo de Dios? ¿Tengo otros diosecillos como: visitar a los brujos y adivinos; buscar que me lean el café y echen las cartas; ando detrás de las limpias; acaso adoro a la santa muerte?

Amar a Jesús es cumplir su palabra, una palabra no fácil de llevarla a la vida. Recordemos que nos dejó dicho: “Perdonen hasta setenta veces siete”, y también: “Si te piden la túnica, dales también el manto”, o también: “Amen a sus enemigos”

Jesús quiso formar una comunidad de seguidores, no fundada en doctrinas o ritos, sino en un estilo de vida, donde el rasgo central debería ser el amor, como Jesús nos ha amado. Escuchamos el domingo pasado, que en la práctica del amor se conocerá a quien es discípulo de Jesús. Es momento de preguntarnos: ¿Cómo muestro que amo a Jesús? ¿Qué acciones concretas realizo para mostrar ese amor hacia Él?. Jesús promete hacer del que lo sigue una morada de Dios, el tabernáculo donde Dios puede habitar. Si es que se practica el amor, la persona será el lugar de encuentro entre Dios y la humanidad, entre la compasión de Dios y la fragilidad humana.

2°- El envío del Paráclito: Aunque Jesús se está despidiendo y habla de su retorno al Padre, no dejará la primera comunidad abandonada, tendrá otra forma de presencia, además, les habla del envío del Paráclito, del Espíritu Santo. Paráclito tiene un significado muy amplio, significa: ayudante, defensor, protector, abogado, animador, iluminador. Sabiendo Jesús que no podrá estar mucho tiempo acompañando a sus discípulos, les promete el Espíritu Santo, el alma y motor de la vida y de su propio proyecto. Aquella promesa muy pronto se hará realidad, el día de Pentecostés. A dos mil años de aquel acontecimiento, pensemos: ¿Comprendo la fuerza del Paráclito? ¿Confío en el Espíritu Santo? ¿Me dejo guiar por Él?

Hermanos, la invitación de este domingo es para que reflexionemos sobre el amor que le tenemos a Jesús y que veamos cómo mostramos ese amor. No basta esa relación vertical y personal con Dios, esa relación centrada sólo en la piedad, como diciendo: ‘Dios y yo y que el mundo ruede’; recordemos que la fe y el amor, se muestran en la relación con los otros, con los más necesitados; a Dios amamos cuando amamos al hermano, cuando nos preocupamos de las necesidades de los demás, cuando vivimos el estilo que Jesús vivió. Cuando decimos que amamos a Jesús, que cumplimos su palabra, es momento de reflexionar: ¿Qué acciones nos respaldan?

Hermanos, el amor de Dios es el único que dio sentido a la vida de Jesús y el que da sentido a nuestras vidas, a menudo tan zarandeadas por circunstancias difíciles. El amor que viene de Dios y el que queremos dar a Dios, sea la roca firme sobre la cual construyamos nuestro proyecto de vida, la brújula con la cual dirigirnos, el motivo para levantarnos cada día y la causa de nuestra alegría y de nuestra paz, porque la paz sólo puede nacer en un corazón habitado por el AMOR que todo lo da. No borremos a Dios y su amor de nuestro horizonte, porque sin Él nos convertiremos sólo en el producto de una evolución ciega del que se puede usar y abusar.

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Feliz domingo para todos.

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan
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