Queridos hermanos, hermanas, en Cristo Jesús:
Les saludo a todos en este VI Domingo del Tiempo Ordinario, a ustedes que están aquí presentes en nuestra Catedral de Corpus Christi y también a las personas que nos siguen en este Eucaristía en diferentes lugares de la Arquidiócesis, de México y del extranjero. La Palabra de Dios siempre nos debe motivar para ser mejores, para vivir de acuerdo al plan de Dios.
Hoy Jesus nos dice en el Evangelio de San Mateo: «No he venido a abolir la ley y los profetas, sino a darles plenitud», es decir, Él no vino a quitar lo que había en el Antiguo Testamento, sino Él abre el Nuevo Testamento y viene a darle plenitud, a fijarse no solo en la letra, sino en el espíritu de la letra.
Lo más importante es la invitación para todos a cumplir los mandamientos, esos mandamientos que Dios le dio a Moisés en el monte Sinaí y a los cuales Jesús va dando plenitud, se va quitando el “ojo por ojo, diente por diente”, lo que se decía: “si tú me la haces, me la pagas”. En cambio, Jesús nos habla de la misericordia y nos habla de vivir en el amor.
La segunda lectura de hoy es también del libro de los Corintios. Hemos platicado un poquito cómo Corinto, que es un puerto en Grecia, donde San Pablo andaba predicando en ese tiempo, era un pueblo cosmopolita, había gente de muchos lugares del mundo, era un pueblo de muchas culturas y también tenía mucho el pensamiento Griego. Recuerden ustedes que era el tiempo también de los filósofos, el tiempo del pensamiento, y había tantas ideologías, tantas confusiones, tantas maneras de pensar. Y Pablo dice: «Yo les voy a enseñar, a mostrar la verdadera sabiduría», y la sabiduría es Dios. Y empieza él a predicar el Kerigma, el anuncio de Cristo muerto y resucitado. Tal vez muchos no entendían, porque eran las grandes disquisiciones filosóficas, sin embargo, él con mucha valentía predicaba que el Señor es la salvación, que el Señor es la luz para todos nosotros. Seguramente que muchos también abrieron su corazón y les llegó ese mensaje, el mensaje de los mandamientos del Señor.
Por eso hoy Jesús nos habla en el Evangelio de cómo debemos de buscar seguir los mandamientos y no quedarnos nada más en la letra. Por ejemplo, «No matarás», nos dice que no se trata solamente de quitarle la vida a otra persona, sino el hecho de estar enojado con el hermano. Muchas veces la gente dice: “es que yo no le hago mal a nadie, no he matado, no he robado”, pero entonces la pregunta es: ¿Qué has hecho por tu hermano que está a tu lado, por aquel que lo necesita? Por eso dice: «El que tenga algo contra su hermano, que primero vaya y se reconcilie con él y después regrese para mostrar su ofrenda, así tendrá mayor agrado para Dios».
Es decir, Dios nos da los mandamientos, pero también tenemos la libertad para escoger entre el bien y el mal. El mal también a veces tiene una apariencia de bien y por eso hoy queremos pedirle al Señor que nos ilumine para buscar siempre el bien. Cuántas veces le echamos la culpa a Dios de lo que nos pasa, de que haya pobreza, de las guerras, de que haya divisiones, y ciertamente Dios nos creó con libertad. Si nosotros fuéramos títeres, el que nos está manejando es el que tendría la culpa, pero Dios nos ha dado la libertad y nosotros vamos haciendo el mundo, el mundo en el que vivimos. De tal manera que en una familia, si todos nos esforzamos por vivir mejor habrá un ambiente agradable, porque somos libres; o también a veces la expresión de que “se vive en un infierno”, pero eso también lo vamos haciendo nosotros mismos.
Por eso hoy estamos aquí, para pedirle fortaleza al Señor, para pedirle su gracia y para pedirle ese deseo de cumplir sus mandamientos y de siempre buscar el bien en nuestra vida. Así sea.
+José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla