Alfonso Ricucci y Elisabetta Rossi, él de Puglia y ella de Lombardía, se enamoraron, se comprometieron, se casaron, se separaron y se reencontraron…
Inicialmente, como creyentes no practicantes, pensaron que eran lo suficientemente fuertes como para sostener su matrimonio sólo con su fuerza de voluntad.
Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que con el tiempo, y a pesar de sus hijos, su amor se fue apagando poco a poco hasta agotarse. Desde aquí se separaron hasta que, gracias al redescubrimiento de una fe auténtica, redescubrieron la belleza de su llamada al amor en Cris
to. En Hands Off Our Marriage (ESD, pág. 128) vuelven a trazar la historia de su amor problemático pero brillante en una historia escrita a cuatro manos que se lee como una novela y está disponible en las librerías desde el 5 de abril.
- Alfonso y Elisabetta, ¿podéis contarnos brevemente cómo fue el inicio de vuestra historia y vuestro matrimonio antes de conocer a Cristo?
Elisabetta:
«Nos comprometimos cuando yo tenía casi 17 años y Alfonso casi 21. Nos caímos bien y, tras tres años de compromiso, nos casamos por la iglesia, aunque prácticamente como creyentes no practicantes, con esta declaración mía: “Me caso contigo para siempre. Mantendré este matrimonio hasta la muerte con todas mis fuerzas, completamente sola”».
Alfonso:
«Con el entusiasmo de mi juventud, pero también con sentido de la responsabilidad, dije: “Me caso con ella. Quiero formar una familia”, solo para darme cuenta de que sola no llegarás a ningún lado».
- ¿Qué no funcionó entre ustedes cuando se casaron por primera vez?
Elisabetta:
«Antes de casarnos teníamos relaciones sexuales, mientras que ya desde la primera noche de nuestra boda experimentamos serios problemas. Mi deseo de unirme a él fue menguando poco a poco, así que intentamos reavivarlo con pornografía, claramente en vano.
«Sin embargo, tenemos la suerte de tener dos hijos, Nicolò y Tea, en los primeros tres años de nuestro matrimonio. La vida cambia, se llena de sorpresas y aventuras. Luego los hijos crecen y mientras tanto ese vacío cósmico que teníamos dentro empieza a hacerse sentir, así que tratamos de llenarlo por todos los medios, pero ni la dieta, el gimnasio, el baile y el teatro son suficientes.
Mientras tanto, descubrí a los 35 años que estaba en la menopausia precoz y ¡ya me veo muerta a los 38 años por cáncer de ovario como mi madre! Me enojo con mi esposo porque no podemos tener más hijos, lo cual creíamos que era la única manera de ser felices. ¡Qué terrible ilusión la de hacer de los niños un ídolo, una “curita” para curar las heridas!
- En este punto tienes un encuentro que inicia un cambio de dirección…
Elisabetta:
«Sí, conocí a una mujer a la que le confié mi dolor por no poder tener más hijos y ella me respondió:
Dios es Padre, te ama y no ve la hora de hacer algo por ti”.
Desde aquí entiendo que Jesús puede ayudarme y me entrego totalmente a esta mujer y a su marido que frecuentaban un grupo de carismáticos. Pero esta pareja en realidad comenzó a manipularme y al mismo tiempo a ponerme en contra de mi marido: ellos decidían cómo debía vestirme, qué amistades debía cortar, cómo debía pensar, cualquier cosa, mientras me decían:
Tú ya estás en el camino a la santidad, mientras que tu marido está en el infierno».
También asistimos a un seminario de sanación, pero nada: asumí que ya era una santa; Él era el que tenía que cambiar pero no lo hizo. Así que el 7 de enero de 2009 Alfonso llega a casa y me dice:
¿Todavía me amas?”.
Le respondo:
No” con extrema sencillez.
Después de 23 años de matrimonio, hace las maletas y se va.»
Alfonso:
«Sí, aquella noche, obviamente en presencia de aquella pareja “carismática”, salí de casa, en un estado lamentable a nivel psicológico y moral. Llamo a mi hermano para que venga a recogerme y él me lleva con mi hermana, que es soltera y budista. Ella abre la puerta y me dice:
Por favor, Alfonso, dime quién murió”.
El muerto era yo, así que respondí: “¡Betti ya no me quiere!”
Durante los primeros quince días fui un zombi que lloraba desesperado: todas mis certezas se habían derrumbado. Pensé en el suicidio e incluso en cómo hacerlo, hasta que una mañana entré en una iglesia en Milán, leí la Palabra y empecé a llorar. Entonces me acerqué al Crucifijo y le grité a Jesús, señalándolo con el dedo:
¿Por qué me hiciste esto? Yo, que soy un buen hombre, un buen esposo y padre, un trabajador que nunca ha dejado que a nadie le falte nada. Quiero a mi Betti de vuelta, devuélveme a mi Betti».
Y así cada mañana iba a encender una vela a la Virgen y mientras tanto el Señor ponía delante de mí personas de fe que me escuchaban y me abrazaban, que lloraban conmigo sin juzgar jamás a mí ni a mi esposa. Entre ellos en particular Pino que, al final de mis arrebatos, me invitó a quedarme en la realidad y dejar abierta la puerta de mi corazón.
Desde aquí comencé a asistir a la Escuela Comunitaria del Sagrado Corazón con Don Carron y Don Eugenio Nembrini. Aunque no sabía nada sobre Don Giussani, poco a poco fui encontrando en sus escritos muchas de las respuestas que buscaba. Al mismo tiempo, Jesús se hizo presente también a través de los pobres y humildes que poblaban la Vía Larga de Milán, que me miraron en mi necesidad y a quienes comencé a conocer en la sencillez. De ahí también nacieron hermosas amistades”.
- Después de tu separación, ¿qué más pasa?
Elisabetta:
«Me convierto en una adolescente inquieta, sigo con la danza moderna y paso las noches en Facebook. Pero poco a poco el Señor va quitando todos mis pequeños ídolos. Mis padres ya habían fallecido cuando yo era pequeña, soy una decepción para mi hermano, mis hijos van a trabajar lejos de casa. Pierdo mi trabajo y ni siquiera puedo pagar la hipoteca. Yo iba a misa todos los días, me sentía santa, pero no entendía que lo primero que me pedían después de Dios era amar a mi marido.
Desde aquí era yo quien debía dar consejos a Dios, para que Él trajera a mi marido convertido y sanado (¡porque pensaba que no tenía necesidad de arrepentimiento!), o que se encontraran las causas para la nulidad matrimonial, o que Él lo llamara a Sí para poder casarme nuevamente.
Alfonso:
«¿Sabes por qué no funcionó? Porque justo cuando ella estaba allí en la Iglesia y le daba estas sugerencias a Jesús, yo estaba en Lourdes consagrando mi familia, mi esposa y mis hijos, a Nuestra Señora”.
- Llega el día de la audiencia de separación. ¿Qué pasará el 15 de octubre de 2009?
Elisabetta:
«Llegamos a los tribunales después de nueve meses de separación y con hijos destrozados, como dos boxeadores en el ring con sus respectivos abogados a su lado. Pero Alfonso sorprendentemente decide dejarme todo y se va sin pedir nada a cambio. En ese momento me pregunté:
¿Pero quién es el que lo da todo sin pedir nada a cambio? El único que conozco se llama Jesús».
Así que salgo a buscarlo y le invito a tomar un café conmigo: hablamos más en esas tres horas que en 23 años de matrimonio. Aquella noche hicimos el amor por primera vez, experimentamos una efusión del Espíritu Santo, nos lavamos con lágrimas, nos perdonamos y nos reconciliamos.
Desde ese día comenzamos a trabajar juntos seriamente a nivel relacional, haciendo verdad en nuestro interior a partir de nosotros mismos sin querer nunca cambiar al otro, y a nivel espiritual, a través de la vida sacramental, la oración en común hasta el apostolado a los matrimonios jóvenes con “La Casa sobre la Roca”. Nuestro objetivo es encender muchas antorchas en los lugares donde vamos, desde Italia hasta Australia, compartiendo con muchas parejas jóvenes las dificultades del matrimonio y la oración”.
- “No toquen nuestra boda”. ¿A quién va dirigida esta advertencia?
Alfonso:
«A todos aquellos que se interponen entre marido y mujer; “pueden ser un padre, una madre, la familia de origen”.
Elisabetta:
«A los “ídolos” que pueden destruir el matrimonio dentro de la misma pareja, incluidos los hijos si son vistos como una “curita” para curar las propias heridas. Se trata entonces de entender que primero viene Dios, luego el marido o la mujer, y por último los hijos”.
- Por último, ¿hay algún consejo que le gustaría ofrecer, basado en su experiencia, a los jóvenes recién casados?
Isabel:
“Que el día de tu boda sea el día menos feliz de tu vida, porque a partir de ese día, con el sacramento del matrimonio, aprenderás, si quieres, a amar más”.
Cuando las parejas vienen a nuestros seminarios les sugerimos que partan de este principio:
No soy capaz de amar”.
De esta manera ya habrán hecho la mitad del recorrido. Desde aquí nos centramos en la necesidad de trabajar en uno mismo porque nadie puede cambiar al otro. Y además, si la otra persona no conoce a Cristo, debe encontrarlo a través de ti, no porque le hables de Cristo, sino porque te conviertes en Cristo en la medida en que piensas, vives, actúas y amas como Él. Por otro lado, el marido es para la mujer, y viceversa, la mayor ocasión y oportunidad que el Señor te da para tu salvación, es decir, vivir tus debilidades, tus carencias y crecer en el amor.”
Por FABIO PIEMONTE.
LUNES 7 DE ABRIL DE 2025.
IL TIMONE.