En México, la libertad religiosa es un derecho humano que está garantizado en el artículo 18 del pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, en el artículo 12 la Convención Americana sobre derechos Humanos y en el artículo 24 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, no obstante, existen restricciones de los derechos políticos de los ministros de culto. En muchas regiones del mundo el mero hecho de ir a la Iglesia es un acto heroico que expone a las personas a la marginación y a la violencia.
Diversidad de celebraciones de culto, particularmente la celebración de la Eucaristía, no termina entre las paredes de la iglesia, sino que exige transformar la vida diaria de quienes participan en ella. Es necesario tener en cuenta el estado de vida de cada quien, sin distinción de edad o condición, pues en la fe el hombre expresa su íntima convicción sobre el sentido de su propia vida. La Eucaristía permite mirar a las personas no solo con los ojos y sentimientos propios, sino desde otra perspectiva, reconociendo a las personas como hermanos. Este sacrificio es para todos, impulsa a todo el que cree a trabajar por un mundo más justo y fraterno, hay que comprometernos por contribuir al bien.
No se debe poseer a Cristo solo para uno mismo, hay un compromiso social que derriba el muro de la enemistad; únicamente en la reconciliación se puede caminar juntos, es importante abrirse al diálogo y al compromiso por la justicia y el perdón. De esta forma se pueden ir transformando las estructuras injustas y restablecer el respeto de la dignidad de las personas; en virtud, tenemos como tarea emprender una “batalla política” para lograr una sociedad lo más justa posible, por ello, es importante argumentar racionalmente y despertar las conciencias en perspectiva de la responsabilidad social. No se vale participar de la Eucaristía sin ser operadores de paz y de justicia, sobre todo en este tiempo marcado por tanta violencia, por tantos contrastes e intereses mezquinos, sin olvidar la corrupción económica y la explotación sexual, entre otras realidades.
La Eucarística misma proyecta una luz intensa sobre la historia humana y sobre toda la creación; es luz que ilumina el camino particularmente entre las relaciones humanas. Ha prevalecido a lo largo de la historia, en efecto, en la comida y el memorial como culmen de la vida en la fe trinitaria.
El hombre admirado de sus propios descubrimientos se plantea, sin embargo, cómo resolver los problemas actuales y no encuentra manera de expresar y de actuar en solución. La luz de la Eucaristía se pone al servicio de la humanidad, la fuerza que emana de ella es capaz de renovar, desde el fondo, a todas las personas, las estructuras y “toda cosa”. Por consiguiente, es el eje y es el ícono que transforma a la humanidad, no obstante, no siempre se le da cabida en la sociedad.
Sin ninguna ambición terrena, una sola cosa pretendo, ser servidor como heraldo que lleva la buena noticia para aquellos que la quieran escuchar y para los demás también. Para realizar este cometido que pesa sobre nuestros hombros, debemos escrutar los signos de los tiempos e interpretar y, así, poder responder sobre el sentido de la vida presente y futura de toda sociedad, en la cual estamos viviendo. En esta crisis solo la Eucarística saldrá en nuestra ayuda.