Hoy el Evangelio se centra en la oración, una oración que parte desde la experiencia de Jesús. San Lucas nos muestra en muchas ocasiones a Jesús orando; su oración tuvo que ser confiada, cargada de fe hacia su Padre. Jesús ora siempre, orar no es sólo una parte de su vida, es la vida misma. Un discípulo le pide: “Enséñanos a orar”; siempre existirá la necesidad de aprender a orar, a dirigirnos a Dios. Jesús no enseña un método de oración, sino que pone la base principal que es dirigirse a Dios como a un Padre: “Cuando oren digan: “Padre”. Dios no es una entidad abstracta, es un Padre amoroso.
Hoy se nos recuerda la necesidad de buscar momentos para la oración y de cómo dirigirnos a Dios, pero sobre todo, se nos recuerda la actitud del que ora; dicha actitud se nos enmarca con un ejemplo de ‘insistencia’, de ‘constancia’, de ‘perseverancia’, de ‘no desánimo’. Concluye Jesús ese ejemplo con la exhortación: “Así también les digo a ustedes: Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá…”
Deseo invitarlos a todos ustedes para que busquemos espacios para la oración, que tengamos momentos en medio de tantas preocupaciones y ocupaciones de la vida, demos un espacio para la oración y reflexión. Que tengamos esa actitud que escuchamos en el Evangelio de ser “constantes”, que no nos desanimemos. Si sentimos que Dios no nos escucha, quizá está probando nuestra constancia, tal vez, está esperando que hagamos lo que nos toca o es porque Él tiene algo mejor. No nos cansemos de pedir, de buscar, de tocar, pero también preguntémonos: ¿Lo que pido de manera humana, es para mi bien? ¿Lo que pido a Dios no está marcado por mi egoísmo o por mi comodidad?.
Este Evangelio me lleva a reflexionar en lo que está aconteciendo en nuestro querido México, en esta situación de inseguridad y violencia, que no es nueva y que no es la primera vez que, como Obispos, señalamos como problema social.
Como Iglesia que peregrina en la Nación mexicana, de manera particular en cada Diócesis, hemos pedido por la paz, hemos buscado caminos de justicia, hemos tocado puertas de aquellos encargados de velar por el bien común; por ver la situación en que hemos caído como sociedad; una situación de inseguridad y violencia, sobre todo, una situación de desamparo y de abandono. En este mes de julio y a raíz del asesinato de los dos sacerdotes jesuitas en el Estado de Chihuahua, los Obispos que formamos la Conferencia del Episcopado Mexicano, nos hemos unido para orar a Dios en cada Diócesis por la paz, y creemos que esto incluye un llamado, sobre todo, para que se revise la estrategia de seguridad en nuestra Nación. Deseamos hacer vida el Evangelio: Estamos pidiendo, estamos buscando, estamos tocando. Deseamos comprometernos más con el pueblo mexicano para lograr la disminución de la violencia. Me parece que, como Obispos, hemos de reflexionar sobre la manera como estamos evangelizando, porque estoy convencido que el Evangelio tiene la fuerza para realizar la verdadera transformación que necesita México, una transformación que dé vida y no muerte; hemos de reflexionar: ¿Por qué los valores humanos y cristianos son dejados u olvidados tan fácilmente? ¿Por qué el Evangelio de Jesucristo, que vino a dar vida y vida en abundancia, va dejando de ser significativo para muchos hermanos?
Como Obispos, sabemos la importancia de la oración en la vida cristiana. La oración de petición es la oración de los pobres, de los que tienen hambre y sed de justicia, de los que lloran y sufren, de todos los que Jesús llamó “bienaventurados” y les prometió el Reino de los cielos. Una oración que se dirige a Dios, pero que no queda en plegaria pasiva, en dejar que Dios haga todas las cosas; una oración activa se dirige a Dios para que nos ilumine nuestra manera de actuar en la vida ordinaria; es allí donde nos toca poner nuestro granito de arena. No basta pedir, sino que debemos comprometernos, como lo dice el comunicado de la Conferencia Episcopal, dado el pasado 4 de julio: “Nuestra apuesta es por el diálogo social para construir un camino de justicia y reconciliación que nos lleve a la paz. Queremos abrir horizontes de diálogo para construir la paz. Estamos ante un problema complejo que necesita de todos y todas para atenderlo desde la raíz y así dejar que el Cristo Resucitado haga surgir una nueva mirada que permita construir los acuerdos que hoy México necesita”.
Creemos que aún se puede reencontrar ese diálogo y ese camino que conduce a la paz. Oremos y actuemos, nuestra Nación nos necesita a todos, a ti padre de familia, a ti profesor, a ti periodista, a ti servidor público, a ti médico, a ti agricultor, a ti empresario, a ti sacerdote. Que el bien común esté por encima de cualquier bien particular y la oración será criba para descubrirlo.
Por eso, para rezar bien el “Padrenuestro”, necesitamos poner como base ambiental, tres experiencias fundamentales:
1a- Experimentar a Dios como Padre.
2a- Experimentar que no rezamos solos, sino como comunidad de hijos de Dios y hermanos unos de otros.
3a- Experimentarnos como la gran familia de Dios.
Así, aunque recemos desde la soledad, nunca rezamos solos, rezamos siempre unidos a toda la comunidad y familia de Dios.
Hermanos, ¡que nuestra oración sea nuestra vida misma!.
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!