¿Cómo prepararnos para recibir con alegría el nacimiento del Hijo de Dios?

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el IV Domingo de Adviento

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

Nos encontramos ya en el IV domingo del tiempo de Adviento, y este año celebramos hoy domingo por la noche, el nacimiento del Hijo de Dios. Hemos escuchado el Evangelio que nos revela los comienzos de la encarnación del Verbo Divino. Dios elije a una jovencita humilde y sencilla de nombre María, para concretizar la promesa del Salvador. Si en los dos domingos pasados la figura central fue Juan el Bautista, ahora María es la destinataria del mensaje del Ángel, pero el centro de interés, tanto del mensaje como de la aceptación de la Virgen, es Cristo, en ella toma carne y sangre.

El anuncio del nacimiento de Jesús, tiene lugar en un pueblo sin relevancia llamado Nazaret; un pueblo del que no se esperaba que pudiera salir algo bueno, en una casa pobre, a una joven llamada María; no se dice ¿dónde está? ¿qué está haciendo? El anuncio trae una gran novedad: el Mesías nacerá de María, una joven Virgen. El Espíritu de Dios estará en el origen de su aparición en el mundo; por eso será llamado Hijo de Dios. El Salvador del mundo no nace como fruto del amor entre dos esposos; “no ha sido generado ni del deseo de carne, ni del deseo del hombre, sino de Dios”, como dice Juan 1,3. Nace como fruto del Amor de Dios a toda la humanidad. Jesús no es un regalo que nos hacen María y José, es un regalo que nos hace Dios; es el perfecto Don de su Amor.

Vale la pena que reflexionemos en las palabras que el Ángel Gabriel le dirige a María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”… “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios”.

“Alégrate”: Ésta es la primera palabra que María escuchó de parte de Dios; es la primer palabra que Dios dirige a toda criatura. Vivimos tiempos de incertidumbre y oscuridad, palpamos la inseguridad y la violencia; pareciera que son más las situaciones negativas que las positivas, pero en medio de esto que parece ‘caos’, la voz de Dios se sigue escuchando: “Alégrate”. Sin la alegría en nuestras personas, las dificultades son más difíciles y a la vida no le encontramos sentido. La alegría ha de ser la impronta primera de nuestra fe, de tal manera que, a más fe, más alegría. La razón de la alegría la proporciona el propio Ángel.

“El Señor está contigo”: No vivimos solos, no estamos perdidos en el mundo; como humanidad no estamos abandonados. Todo cambia cuando el ser humano se siente acompañado por Dios. A la alegría que se nos invita es a esa alegría que brota de la fe, esa actitud que brota del no sentirnos solos. Podremos quejarnos de muchas cosas, pero nunca decir que estamos solos o abandonados por Dios, porque una vida habitada por Dios, conlleva esa alegría de las Bienaventuranzas que no desaparece cuando aparecen los problemas o el sufrimiento.

“No temas”: Son muchos los miedos que pueden despertarse dentro de nosotros mismos: el miedo a la enfermedad, miedo a la muerte, miedo al futuro, miedo a la situación de violencia originada por el crimen organizado, que en el pueblo deja la sensación de tener más poder que el Estado. El miedo es malo, hace daño; el miedo ahoga la vida, paraliza las fuerzas, nos impide caminar. No olvidemos que cuidar nuestra vida interior es más importante que todo lo que nos viene desde fuera. Si vivimos vacíos por dentro, seremos vulnerables a todo. No permitamos que se diluya nuestra confianza en Dios. Que los temores no opaquen la alegría de vivir.

Ante las dudas de María, el Ángel le recuerda que “no hay nada imposible para Dios”; a lo que María contesta con una adhesión de mente y voluntad: Yo soy la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que me has dicho”. Ante nuestras dudas y desánimo, recordemos siempre que no hay nada imposible para Dios, pero también debemos tener esa adhesión que tuvo María a Dios.

Al darnos cuenta que no hay nada imposible para Dios”, vivamos con gozo y alegría cada acontecimiento de nuestra vida; nada debe arrebatarnos la alegría. Recordemos las palabras de Jürgen Moltmann, el gran teólogo de la esperanza: “La palabra última y primera de la gran liberación que viene de Dios no es odio, sino alegría; no es condena, sino absolución. Cristo nace de la alegría de Dios y muere y resucita para traer su alegría a este mundo contradictorio y absurdo”.

Como cristianos tenemos un gran desafío en este mundo gris, donde pareciera que la “alegría” quiere ser arrebatada por tanta violencia e inseguridad, donde pareciera que el “miedo” va paralizando a muchas personas, donde la “confianza” en Dios la hemos ido perdiendo. Hagamos lo que está a nuestro alcance para prepararnos al nacimiento del Hijo de Dios, debemos despertar la alegría, desterrar miedos y creer que Dios está cerca, dispuesto a transformar nuestra vida.

Estamos por celebrar un aniversario más del nacimiento de Aquel que todo lo puede, del que es el Alfa y Omega; de Aquel que nos invita a hacer de este mundo un mundo más humano. Aunque se inserta en la historia, asumiendo la fragilidad humana menos el pecado, Jesús seguirá siendo el que todo lo puede. Valoremos la grandeza de su pequeñez, su fuerza en la debilidad, su confianza en la incertidumbre. Alegrémonos con la alegría de María de recibir al Salvador del mundo, expresando: “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”; adhirámonos como María de mente y de voluntad al mensaje de Dios y así podremos vivir la alegría en un mundo que poco a poco se ha ido deshumanizando. El Dios con nosotros, llena nuestros corazones de esa alegría divina que nos da alas de águila para superar las dificultades y para que nuestro testimonio de Cristo ante los demás, sea un anuncio alegre, ya que no lo podemos anunciar desde la tristeza, el abatimiento, la amenaza o el miedo.

En la alegría del Señor, deseo para todos una muy feliz navidad. Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan