Cada Eucaristía renueva la Promesa de la Navidad: Dios con nosotros, recuerda monseñor José Horacio Gómez

ACN
ACN

Nos encanta el día de Navidad, nos fascina esa quietud y ese silencio de la mañana, ese sentido de que el tiempo va más despacio, la entrega de regalos, la reunión con la familia y los seres queridos, los árboles, las luces, los manjares dulces.

Este día nos seduce, porque es un instante que dura para siempre, un momento en el que las asperidades de la vida parecen un poco más suaves. Tan solo por estos momentos, todo está bien en el mundo; las cosas son como deben de ser.

monseñor José Horacio Gómez.

El mundo es reacomodado por el Niño que viene, que es “Dios con nosotros”, y que se presenta mostrándonos su bondad y su generoso amor.

Durante todo el Adviento, escuchamos en nuestra liturgia las promesas de los profetas que dicen que cuando venga el Salvador, el mundo será renovado: los ríos fluirán en el desierto, las flores brotarán en medio de las arenas ardientes. Los ciegos verán y los sordos oirán; los cojos andarán y los mudos cantarán.

Escuchamos esa misma promesa en muchos de los salmos de esta temporada: Toda la tierra canta un cántico nuevo, bendiciendo el santo nombre de Dios; el mar ruge, los campos se regocijan, los árboles del bosque cantan de alegría ante el Señor que viene.

En medio de toda esta belleza, a través de esta nueva creación, los profetas ven abrirse un camino, “una calzada ancha”, como la llama Isaías. “Por ella caminarán los redimidos, volverán a casa los rescatados por el Señor”.

Cuanto más reflexionamos sobre las Escrituras, más profundamente penetramos en el misterio del plan de amor de Dios. Toda la historia había sido encauzada en dirección a este día que traería la presencia de Jesús, para abrir el camino para que ustedes y yo nos encontráramos con el Dios que, por amor, viene a nosotros.

A partir de este día, tenemos un camino que emprender, y ese camino santo lo recorremos con Dios.

Cuando leemos la historia de aquella primera Navidad, nos llama la atención la atracción que ejerció el Niño. Todos los personajes son atraídos, como por un imán, al pesebre. Vienen tanto los pastores como los Reyes Magos de Oriente; llamados por ángeles, guiados por una estrella. Inclusive el terrible Herodes se siente atraído hacia Belén y hacia el Niño.

Y, año tras año, volvemos a encontrarnos con María, con José y con el Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

Jesús entró a nuestro mundo como un Niño y nos dijo que, para entrar a su mundo, necesitamos, nosotros también, llegar a ser niños: “Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos”.

Este llegar a ser como niños comienza en el bautismo: “a todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios”.

Escuchamos esta frase del Evangelio de San Juan en la liturgia del día de Navidad. Y estas palabras nos revelan uno de los misterios de la Navidad: Dios se hace Niño y nosotros debemos hacer también lo mismo.

Hay otro misterio de Navidad que se revela en la Misa. La palabra Navidad —en inglés (Christmas)— significa “Misa de Cristo”. Y la Navidad continúa ocurriendo, Cristo viene, nuevamente, en cada Misa.

Empezamos la Misa recordando la primera noche de Navidad, cantando el cántico que los ángeles entonaron desde el cielo, un cántico que fue escuchado por los pastores que estaban en el campo: “Gloria a Dios en las alturas”.

La oración silenciosa que el sacerdote dice al mezclar el agua con el vino en el altar nos sumerge, a cada uno de nosotros, dentro del propósito profundo de la Encarnación: “Por el misterio de esta agua y este vino, haz que compartamos la divinidad de quien se ha dignado participar de nuestra humanidad”.

Por humildad, Jesús descendió del cielo para participar de nuestra humanidad. Él nos promete ahora que, si nosotros nos humillamos, él nos exaltará para tomar parte en su divinidad.

¡Esta es la alegría de la Navidad!

Nosotros bajamos al pesebre, y el pesebre nos lleva a la Misa. El Niño que viene en Navidad prometió no abandonarnos nunca.

“Sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”, dijo él.

Él renueva esa promesa —la promesa de Navidad— en cada Eucaristía. El nombre misterioso que el ángel le reveló a San José fue el de Emmanuel, “Dios con nosotros”. Jesús viene para estar con nosotros, para ser el pan de vida, para llenarnos de su propia vida divina.

Nosotros podemos encontrar a este Niño, podemos encontrarlo una y otra vez en nuestras iglesias. Él está allí, en el altar, en el tabernáculo, justo como estuvo presente en el pesebre, esperándonos ahí, esperando para entregarse a nosotros.

¡Feliz Navidad para ustedes, para sus familias y sus seres queridos!

Sigamos orando unos por otros durante esta santa temporada.

Y pidámosle a María, su madre, que ella nos ayude a vivir con toda la dignidad que tenemos como hijos de Dios y que haga nacer de nuevo a su Hijo en cada corazón humano. VN

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ

Arzobispo de Los Ángeles

Comparte:
By ACN
Follow:
La nueva forma de informar lo que acontece en la Iglesia Católica en México y el mundo.