La visión económica cristiana

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En el mundo actual la visión imperante en las doctrinas económicas parece dividirse en dos grandes bloques únicos y hegemónicos: por un lado, el capitalismo liberal representado mayormente por la escuela ortodoxa neoclásica, y por otro, el socialismo marxista proclamado por la escuela homónima. El primer sistema tiene más antigüedad de existencia y fue el que integró el industrialismo en reemplazo de la visión económica tradicional agrarista y rural, además de quebrar las cadenas de la usura para formar los grandes conglomerados de prestamistas, bancos y financistas haciendo del capital un fin para acelerar el crecimiento económico a cualquier costo. Los resultados se pueden observar en la civilización del siglo XVIII en adelante, la concentración de capital y con ello la de los medios de producción hace a unos pocos los dueños de los movimientos de remuneraciones, bienes y servicios, en contraposición con el trabajador común, masa que crece mediante la perdida de la pequeña empresa familiar, que caracterizaba a los tiempos medievales, absorbida por las sociedades anónimas con sus gigantescas corporaciones expandiéndose mundialmente.

El segundo sistema nacido de las ideas del materialismo dialectico es la del socialismo científico, propuesta que dio luz a partir de la cuestión social y pretendía resolverla mediante la desaparición las clases sociales y la propiedad privada. En consonancia con el hegelianismo el marxismo veía en el curso de la historia una fuerza inevitable y determinante a acabar con el modo de producción capitalista mediante la revolución proletaria para implantar un nuevo Estado, cual se extinguiría para dar aparición a la utopía comunista, donde cada uno aportaría según su capacidad y tomaría según su necesidad. Está transición solo puede darse mediante el monopolio absoluto del Estado, quién en manos de la dictadura de los trabajadores dirigiría a toda industria con la meta de eliminar las condiciones de miseria y opresión.

Pero ninguno de los dos a podido alcanzar ese sueño donde la pobreza y la injusticia desaparezca para dar a cada cual según merece, sino que ambos han dejado un lastre para quienes el sistema los hizo serviles de quienes poseen el poder económico. Para el cristiano la respuesta no está ni en el liberalismo ni el socialismo, a diferencia de los marxistas quienes dicen que la concentración de capital está determinada por la dialéctica histórica, nosotros manifestamos que es posible y debe existir un sistema en el cual las familias puedan gozar del fruto de su trabajo y asegurar su patrimonio. La verdadera solución está en distribuir la propiedad de los medios en las más manos posibles, de forma que cada hombre sea dueño de su labor, revirtiendo los axiomas implantados con el liberalismo, se pasará de consumir para producir a producir para consumir, y se volverá a establecer el comienzo de la vida económica en el campo y no en la industria. Esto conllevaría una verdadera revolución en la manera en que entendemos la economía, pues ya no se hablará de proletarios o capitalistas, sino de propietarios, quienes en un estado de cooperación mediante la vieja tradición de los gremios y corporaciones hallan su función plena en la economía, al contrario del trabajador asalariado quien solo sabe que su labor será recompensada con una paga cada lapso de tiempo, el propietario se siente integrado en su comunidad.

La vida económica debe estar regida por el corporativismo, con cada uno de los individuos funcionando como órganos dentro de un gran cuerpo humano, quienes establecen relaciones dentro de la sana competencia, sin el fin de destruir al otro para imponerse, sino de hallar un equilibrio entre los intereses entre los productores, así como los consumidores, representados por el Estado. Es hora de enfocar a la economía como medio y no como fin, a ponerla a servicio del pueblo y no viceversa, a valorar la libertad por encima del crecimiento desenfrenado, a abandonar el culto al gigantismo para entender que lo pequeño es hermoso, y a tomar la caridad cristiana para derribar al dios Mammón.

Por: Raúl Jorge Rodríguez Garza, Presidente de la Comisión de Filosofía de Gladium

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