El viernes santo 29 de marzo, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días anunció la apertura del décimocuarto templo en el país y segundo más grande, después del de la Ciudad de México en el área de San Juan de Aragón, abierto en 1983.
Una ocasión de fiesta y agradecimiento que se aprovecha para anunciar una jornada de puertas abiertas; antes de su dedicación, anunciada para el19 de mayo de 2024, todos los fieles y público en general tienen la oportunidad de recorrer la novísima construcción que inició en noviembre de 2019 en la acomodada colonia Los Cipreses de la capital de Puebla. Una jornada de puertas abiertas para fieles y paganos que se extendió desde ese viernes de semana santa y concluye el 14 de abril para su “clausura” a lo mundano. Una oportunidad que abriría los misterios de los templos y por qué son “exclusivos”, sólo para los “fieles” que realizan las ordenanzas por ellos y sus antepasados.
Al conocer de esta jornada de puertas abiertas, un gran y apreciado amigo sacerdote y yo decidimos atender esta invitación de los Santos de los Últimos Días. Ser infieles en tierra de una religión tan extraña y que brilla por su proselitismo aguerrido, su estructura de dirigencia, sus signos y símbolos y el significado de lo sacro que la hacen hermética y exclusiva, no obstante su empeño de hacer ver que todos, en la iglesia, son iguales.
Rayando el medio día, la primera sorpresa se dio al llegar a la entrada del amplio estacionamiento. Hospitalidad y calidez. Bien señalado, el ingreso tuvo las precisas instrucciones de los jóvenes voluntarios que indicaron cómo y dónde estacionar el vehículo. Siempre corteses, la sonrisa a flor de rostro nunca faltó en las decenas de misioneros y voluntarios quienes ponían su mejor esfuerzo para que el extranjero se sintiera como en casa. A cada tramo, derrochaban saludos y más saludos para darnos una bienvenida con las preguntas obligadas: ¿Vienen al recorrido? ¿De dónde nos visitan? ¿Cómo se enteraron? ¿Los invitó alguien de manera especial?
Era la primera fase que tuvo una peculiar característica: la agilidad porque el tiempo es valioso. Anexo al templo, un centro de visitantes cuenta con salones, librería y servicios. Siempre controlados por los voluntarios, las indicaciones precisas eran también las de vigilar que nadie estuviera en el lugar que no le corresponde. Ahí, uno de los muchos salones con capacidad de unas 20 a 25 personas, estaba dispuesto. Dos jóvenes voluntarias, una de profundos ojos verdes y otra, de sonrisa amable, nos invitaron a sentarnos. ¡Bienvenidos al templo! Aquí verán ustedes un video para que conozcan lo importante qué es para los Santos de los Últimos Días. Ese video es el mismo que se acompaña en este artículo a continuación:
Habíamos advertido a un hombre con gafas oscuras. Un ciego, el señor Contreras junto con su esposa, forman la familia Contreras Hernández. Ellos compartieron el testimonio de su vida en la Iglesia, de la bendición del templo en sus vidas, afianzados por la importancia de su sellamiento en el matrimonio. De elocuencia sencilla, con una capacitación para comunicar sin complicaciones, el matrimonio Contreras Hernández fue la llave para ingresar al templo con el mensaje claro de la importancia del matrimonio y de la familia.
Sergio Church nos iniciaría en esos misterios del templo como guía del pequeño grupo conformado por un matrimonio de misioneros extranjeros activos en el área de Balbuena de la Ciudad de México, un matrimonio y su hija adolescente, mi amigo sacerdote y yo. “Pueden tomar las fotografías del templo que quieran en el exterior, pero no adentro porque la Casa del Señor es santa”; así la amable prohibición, Sergio Church nos daba cuenta del sentido de esta jornada de puertas abiertas del templo construido de una sola planta y de 3,332 metros cuadrados.
A esa hora, la afluencia de visitantes era considerable y nutrida. De diferentes partes del país, en completo orden, ningún desmán ni altercado. Pulcritud por todos lados y sobrada atención. A las puertas del templo un módulo amplio con sombra donde un grupo de jóvenes voluntarios ponían a los visitantes protectores de calzado para conservar la impresionante pulcritud del interior del templo.
“Los templos se construyen de acuerdo a las características del lugar, así podrán ver la talavera, típica de Puebla”. Church nos indicó que este templo, el segundo más grande, se une a los otros 13 en funciones. “Ustedes se podrán dar cuenta por qué son tan importantes. Este tiene 4 salas de instrucción y tres de sellamientos. Y siempre verán que está escrito “Santidad al Señor”.
Al ingresar, otro matrimonio nos da la bienvenida. Siempre alternándose la palabra y con apoyo de guías escritas, en cada sala, los sellados en matrimonio prodigan elogios al lugar que nos recibe teniendo detrás una pintura de Cristo con personajes de piel morena. “Al templo, sólo ingresan quienes tienen una constancia de fidelidad, aquí se instruye y se hacen las ordenanzas y convenios”. Era la antesala al templo que más daba la impresión de una mansión con imágenes y pinturas, alfombras inmaculadas y mueblería bien tapizada, cargado por los espejos con un significado que pronto conoceríamos con otro objetivo: resaltar el propósito de la vida, de la importancia de la familia hasta llegar a la eternidad, por los vivos y muertos.
Abundantes rincones para pasar un rato en el lugar que pretende ser distinto a lo de afuera. El bullicio de los visitantes quebraba el silencio. Previo a la sala de la pila bautismal, el closet con las vestiduras blancas, las prendas del templo, impecables. La primera sala, quizá sea de las atractivas por la pila montada en 12 bueyes y el agua corriente, símbolo del bautismo. Todo justo y adecuado con diversos aspectos de la vida de Cristo. Pinturas y cuadros, como el que se exhiben en la capilla o en el bautisterio, quieren retratar que la vida de los fieles está enmarcada con esos compromisos eternos, sea con espejos, pinturas de relatos evangélicos o del Antiguo Testamento (como el de Daniel en la fosa de los leones que me pareció muy atractiva), de paisajes de la provincia poblana, todo rompiendo con esa preconsabida iconografía de los mormones.
Pero los observadores notan la decenas de los espejos. Sergio Church le diría a mi buen amigo sacerdote su significado: “Para que te veas siempre a ti mismo y recuerdes tu pasado y futuro”. Insistente, sobre el papel del matrimonio y la familia como para borrar toda reliquia y superar la poligamia fundacional, todavía subsistente en sectas radicales del mormonismo. En cada sala, cada pareja, hombre y mujer, esposo y esposa, tenían, en sí mismos, el orgullo de sentirse útiles sirviendo en el templo, quizá por única vez en su vida.
Pero otro detalle salta de inmediato. Flores, por todos lados, flores frescas y hermosas. No son ornato nada más. Son signo de la presencia del “Padre Celestial” y del Espíritu. Y en este ornato, las mujeres visitantes no pueden ocultar su emoción al pisar la antesala de las novias donde se preparan, previo al sellamiento matrimonial. Claro, toda adornada de espejos y uno, de cuerpo completo, donde la novia se ve, previo al sellamiento por la eternidad con su esposo.
Sin embargo, el corazón del templo late en una Sala más grande, aparte del bautisterio. En la Sala celestial no hay un tabernáculo o sagrario; tampoco altares ni ambones. Es más un sitio de descanso y de reposo que se aleja de nuestra particular idea de adoración. Nada más que sillones. Ni una imagen o espejo.
¿Por qué de esa manera? El élder Dorny, uno de los que iba con nosotros, me explicaría la razón. Estar con Dios ya no necesita de medios e imágenes. Ahí termina la jornada de la vida para entrar a la eternidad con Dios. No son necesarios otros medios. Esa gran sala será, algún día, la visión del cielo, según esa religiosa cosmovisión.
Al final del recorrido, los voluntarios nos quitarán los protectores de calzado. Una breve charla con el élder Dorny, siempre amable, me daría más datos acerca de la vida del templo y de las capillas. El templo no es para todos. No es un lugar abierto los domingos. Es un lugar santo de adoración se hacen convenios sagrados con Dios, me insistía el élder. Y quizá, para algunos, era la única oportunidad en su vida antes de dedicarse y clausurar definitivamente sus puertas a los paganos y a los mormones que no se hayan preparado debidamente y sean estimados por “fieles”, si así lo dicta su obispo.
Mi visita al templo mormón de Puebla, en el cual, por cierto, nadie usó tal adjetivo, hizo que en mi amigo presbítero y un servidor, nos abriera la oportunidad para reflexionar, criticar y reconocer. Fue un acento en la importancia de la familia y el matrimonio eterno; de los hijos y los antepasados con un propósito celestial. El templo es un lugar distinto, diferente donde pasan cosas del cielo. Extremadamente custodiado, tuvo por vigías a cada voluntario, guía y matrimonio en una franca actividad proselitista donde los hechos arrastran. Sin estridencia de música ridícula ni de espectáculos indecentes, no había ministros homosexualistas ni desgarbados padrecitos que han hecho de la liturgia, burocracia clerical. Sin pretensiones más que el de estar decorosos ante los ojos de Dios, cada persona ahí sabía que su papel es importante para presumir un poder que, para otras iglesias, se ha eclipsado o disminuido.
Mientras, por el mundo y México no es la excepción, nuestras parroquias, objetos y culto y lugares dedicados a Dios cada vez son profanados y arruinados, no pude dejar de pensar en qué momento decididos renunciar a nuestra primogenitura por un plato de lentejas. Monasterios convertidos en restaurantes, exconventos hechos hoteles, preciosas iglesias remodeladas como cervecerías o, peor aun, sacrilegios cometidos en nombre de la inclusión, la diversidad y la igualdad de género donde los ministros han traicionado a Cristo inclinándose para libar en favor de sus preferencias personales.
Mi visita al templo mormón fue el recordatorio de lo que hemos hecho y en dónde hemos arrinconado al catolicismo. Y esa iglesia, la de los Santos de los Últimos Días, va por más. Diez templos están en construcción en México. Saben bien que la Iglesia católica ya no es un temible rival.