* Si no tratas a Cristo en la oración y en el Pan, ¿cómo le vas a dar a conocer? (Camino, 105)
Me has escrito, y te entiendo: «Hago todos los días mi «ratito» de oración: ¡si no fuera por eso!» (Camino, 106).
¿Santo, sin oración?…
–No creo en esa santidad. (Camino, 107).
Te diré, plagiando la frase de un autor extranjero, que tu vida de apóstol vale lo que vale tu oración.(Camino, 108)
Deseo que tu comportamiento sea como el de Pedro y el de Juan: que lleves a tu oración, para hablar con Jesús, las necesidades de tus amigos, de tus colegas…, y que luego, con tu ejemplo, puedas decirles: «respice in nos!» –¡miradme! (Forja, 36).
Cuenta el Evangelista San Lucas que Jesús estaba orando…: ¡cómo sería la oración de Jesús!
Contempla despacio esta realidad: los discípulos tratan a Jesucristo y, en esas conversaciones, el Señor les enseña –también con las obras– cómo han de orar, y el gran portento de la misericordia divina: que somos hijos de Dios, y que podemos dirigirnos a Él, como un hijo habla a su Padre. (Forja, 71).
Al emprender cada jornada para trabajar junto a Cristo, y atender a tantas almas que le buscan, convéncete de que no hay más que un camino: acudir al Señor.
–¡Solamente en la oración, y con la oración, aprendemos a servir a los demás! (Forja, 72)
Por SAN JOSEMARÍA.