- Del santo Evangelio según san Mateo: 28,16 – 20
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban.
Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
COMENTARIO:
- El tiempo de pascua se caracteriza por la celebración gozosa y exultante de la victoria absoluta del Señor, victoria definitiva sobre la muerte, el pecado, la condenación. Es la presencia del Señor en medio de la comunidad de la Iglesia, para decirle siempre:“…ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
- Esta confirmación de Jesús a su Iglesia, históricamente la realizó Él, en la tierra, cuando durante 40 días fortaleció a sus discípulos en la fe, los preparó para que caminasen de ahora en adelante con la fuerza de la fe y la presencia del Espíritu Santo; así, durante 40 días Jesús estuvo con ellos, y la Iglesia lo vió, escuchó y sintió su presencia omnipotente como Señor resucitado. Por ello, ellos y toda la Iglesia serán testigos de la resurrección de Cristo.
- En este domingo, la Iglesia celebra la ascensión del Señor, cuando -después de esos 40 días en que los discípulos experimentan la realidad de la resurrección- Jesús asciende al cielo, y envía a sus discípulos como testigos por todo el mundo, los envía con la misión de testimoniar en toda época y tiempo la realidad de la resurrección del Señor, su señorío sobre la historia y la humanidad.
- Nosotros también hemos recibido el testimonio de la Iglesia y de los hermanos, y por ello también nosotros debemos testimoniar a otros la realidad de la fe, que no es una simple creencia, sino la verdad de Dios que nos salva realmente, y sin la cual realmente naufragamos en la vida.
- “En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado”: Recordemos que eran 12 los elegidos, pero uno, Judas Iscariote, traicionó; sin embargo, la Iglesia está completa, pues donde Jesús está no falta nada, y la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, la componen los que permanecen unidos a Cristo; si no traicionamos, aun con nuestros defectos, podremos contribuir a la realización del plan de Dios, el cual se realiza siempre por su gracia y su poder.
- Jesús había citado a sus apóstoles en Galilea; dice el evangelio que para ver a Cristo, ellos “…subieron al monte en el que Jesús los había citado”; tuvieron que esforzarse y “subir el monte” para ver a Jesús y encontrarse con Él; cabe preguntarse ¿cuál es el monte que nosotros debemos subir para ver a Jesús? Subir el monte nos sugiere que debemos elevar nuestro espíritu, haciendo el esfuerzo de despegarnos de lo que nos ata abajo, de liberarnos de lo que obstaculiza nuestra fe, de elevar nuestro corazón en la oración y en la adoración, hasta llegar dónde Cristo está, viviendo su mandamiento de amor.
- “Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban”: Aun viendo a Jesús resucitado el corazón vacila, pues la fe NECESITA de la gracia para perseverar y superar todas las dificultades. Qué breve pero qué hermosa oración la que aparece en el evangelio: “¡Creo, ayuda a mi poca fe!” (Mc 9,24).
- “Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: ‘Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos…’ ”: Jesús envía a su Iglesia, a sus apóstoles, y nos envía a todos nosotros, a hacer discípulos a todos los hombres de la tierra y de todos los tiempos; una empresa, no sólo más allá de nuestras fuerzas, sino increíblemente intrincada y humanamente imposible, pues es enfrentarse a todo el mundo y a lo largo de todos los siglos; a veces también a nosotros nos parece imposible evangelizar en nuestros ambientes, iniciando por evangelizar a los nuestros, a los más cercanos en nuestras familias, y también a nuestros hermanos en el trabajo, en la escuela y la universidad, en la vida social, etc.; pero ahí está la palabra potente del Señor: “‘Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos…’ ”.
- “…bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…”: la piedra de toque para saber que hemos evangelizado, es cuando nuestros hermanos aceptan recibir, gozosos en su corazón, los sacramentos de Dios, principalmente el santo bautismo, que nos abre las puertas a toda la vida de hijos de Dios, y nos hace templos de la santísima Trinidad. Dígase lo mismo, en el caso de muchos bautizados que son evangelizados después de su bautismo, y llegan ahora a recibir gozosos los sacramentos de la confirmación, la reconciliación, la eucaristía, el matrimonio, etc.
- “…y enseñándoles a cumplir todo cuanto yo les he mandado”: la evangelización es enseñar a vivir como el Maestro nos ha enseñado, sin omitir nada de lo que él nos ha enseñado como camino de salvación; el cristianismo y la doctrina de la Iglesia no es un mero moralismo, no es tan sólo decir “haz el bien y evita el mal”, sino es vivir como el Maestro divino nos ha enseñado, vivir su verdad de salvación, dónde Él nos revela el amor de la santísima Trinidad y que se proyecta tanto en nuestro bautismo, como después en el verdadero amor entre nosotros “como Cristo mismo nos ha amado”. Vivir como el Maestro nos ha enseñado es mucho más profundo y amplio que un simple “haz el bien y evita el mal”, que es algo bueno, pero que queda como algo totalmente pequeño, en relación al horizonte divino al que nos invita el Dios que nos “amó hasta el extremo” (Jn 13,1).
- “y sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo…”: Cristo cumple su promesa, y jamás nos abandona; siempre está donde dos o más se reúnen en su nombre, en cada obra que hacemos viendo a Jesús en el prójimo, en todo lo que Cristo hace en su Iglesia y su actividad a través del Espíritu Santo; y la prueba máxima de su amor es su presencia en el Santísimo Sacramento, presencia real, substancial y permanente de Jesús en persona, en medio de su Iglesia. Ahí, en la Eucaristía, Jesús cumple su promesa de forma excelente, pues ahí siempre está Cristo con nosotros “hasta el fin del mundo”.
- La Iglesia cumple a través de los siglos el mandato misionero del Señor:“…hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo cuanto yo les he mandado”: pero recordemos que la Iglesia somos todos, y todos participamos, de una u otra forma, de esa excelsa misión que el Señor encomienda a su Iglesia; qué alegría cuando somos testigos del evangelio aunque nos persigan, cuando hablamos de Jesús aunque sea de forma muy sencilla pero con amor; cuántos padres de familia han evangelizado así, con su ejemplo, y con sencillas pero significativas acciones, a sus hijos, y a otros más allá de sus hijos; toca ahora a nosotros cobrar conciencia de nuestro compromiso bautismal, de dar testimonio de que Cristo vive, y no avergonzarnos de predicar su evangelio “con oportunidad o sin ella” (2 Tm 4,2);el amor de Dios aumenta en nosotros cuando cumplimos, aunque sea de forma muy sencilla, ese mandato misionero que Jesús da a toda su Iglesia.
- Que la Virgen Santísima de Guadalupe, que con tanto amor vino a América, con privilegio a nuestro México, a mostrarnos con su ternura de Madre al “verdaderísimo Dios por quien se vive” (Nican Mopohua n. 26), nos permita cumplir gozosamente con el mandato de su santísimo Hijo de llevar el evangelio a todos nuestros hermanos.