La madre, dando la vida, ocupa un lugar distinguido en la existencia ordinaria de los hombres y de toda la humanidad. Ella, que da la vida, se merece ser amada, sin embargo, el amor de ella se transforma a veces en sacrificio, a ejemplo del ave, el pelícano o la gallina que resguardan a sus polluelos bajo sus plumas.
Muchos prefieren hablar del amor sublime y encantador de la madre como cuidadora y protectora de sus hijos, pero pocos hablan sobre la fecundidad, vocación de las mujeres que son llamadas a procrear hijos, madres de los vivientes. A pesar de las desfavorables circunstancias, siempre recurrimos a ellas.
Hay que tener cuidado con la astucia, el fingimiento y el engaño artificioso de las corrientes que hoy nos quieren vender la idea de que sin hijos te puedes realizar y que una mascota puede “sustituir a los hijos”; esto es totalmente nefasto. Esta estratagema engañosa específicamente para las parejas o familias confunde el corazón de los hombres y pone el riesgo la fecundidad.
La mujer, una vez madre, salta de júbilo. Debe ser respetada por sus hijos al igual que el padre; ella goza de un honor particular, se le puede llamar “la gran señora”. Las características de la madre son evidentes, ya que dan a conocer su amor día a día y en toda circunstancia bajo el flujo en cualquier contexto.
Hay en la madre cierta similitud con Dios. En efecto, podré decir que Dios es un padre, pero también una madre en una traducción metafórica, pues juntas expresan actitudes aparejadas, por ejemplo, la misericordia y ternura con que tratan. Ambos designan las entrañas maternas y evocan la dulzura de Dios, el consuelo, la delicadeza de su hacer. Dios lleva en sí todos los rasgos de la paternidad y la maternidad; el sexo es una condición humana, Dios no se olvida de nosotros, aunque en ocasiones nosotros nos olvidemos de él.
Es evidente que el modo de actuar de Dios con su pueblo se describe con rasgos maternales; la madre enseña a caminar, lleva a sus hijos en sus brazos, les da de comer y de beber. Dios lo hace de la misma forma, esta maternidad es para la vida eterna, no así la maternidad de los animales.
¡Qué bien es reflexionar y qué difícil es investigar y decir la verdad! por eso es frecuente hablar sin sentido, pero contamos con una promesa que no pude fallar si Dios está con nosotros. ¿Quién estará contra nosotros? permíteme comentar, a mi madre solo la vi en dos ocasiones, entonces no me alegra lo mucho ni me entristece lo poco. Recuerdo siempre el fin, el tiempo pasado jamás volverá y en esta vida nunca alcanzaré, si no soy diligente, el desarrollo de las virtudes. No obstante, he llegado al conocimiento de que todo es dadiva, un regalo de aquel que es mi padre y mi madre a la vez.
En su presencia todo es bueno y nada parece sucumbir. ¡Oh, qué bienaventurado soy al estar a los pies de “mi madre Dios”! si todo fuera perfecto, ¿qué tendríamos que vivir? Sueño que algún día, si todos cumplen su deber, si nada se descuida ni olvidas a tu hijo, ni tú, hijo, olvidas a tu madre, habrá mejores padres a la vez.