El tema del hombre como persona ocupa mi atención en esta reflexión, pues el hombre es único, irrepetible y personal. ¿Cuál es la verdad del hombre? Quien busca realizar y encontrar esta respuesta requiere de un tratamiento más prolijo, más detallado y largo, que permita llegar a la verdad del asunto.
Veo la realidad del hombre desde varias dimensiones, como persona, como ser social, ser productivo, y ser prolífero, sin descartar que existen más dimensiones. El hombre como persona tiene una dignidad que da sentido a su existencia al poseer plena conciencia de su dignidad, de su elevación y del valor trascendente de su persona humana; no se trata del hombre abstracto, sino del real, concreto, histórico, único e irrepetible. El hombre en su realidad singular es persona, tiene una vida y una historia propia, así como un alma esencialmente única, ¡es un misterio!, porque en el corazón del hombre se encuentra lo más íntimo de su ser. Con el pleno uso de su libertad acepta o rechaza a Dios.
Al vislumbrar al hombre como persona, lo veo en su dimensión social y en su relación con los demás, por ejemplo, en el trabajo. El valor social del trabajo no nace solo de la admiración ante los logros del arte; el trabajo tiene un lugar en la vida social y en las relaciones económicas. Sin los labradores y los artesanos ninguna ciudad puede constituirse, pero ¿qué le queda al hombre de todo su trabajo y de los días de fatiga, o de la preocupación por los negocios y las noches de insomnio? En efecto, la arbitrariedad, la violencia, la injusticia y la rapacidad hacen constantemente del trabajo un peso abrumador. Esquilmadas por el impuesto, el hombre como persona es sometido a prestaciones forzosas que lo subyugan y condenan, golpeándolo en su economía con trabajos forzados y con un ritmo de horario agotador, todo, bajo una vigilancia despiadada en la cual las personas no pueden sentarse hasta la hora de comer. Tal parece que se pretende aniquilar a la persona y quitarle toda la capacidad de resistencia como si estuviese en un campo de concentración; aun así, el hombre es una persona capaz de decidir, un sujeto que obra de manera racional, pues “el hombre es sujeto de trabajo”.
En la dimensión prolífera hay que hablar de la vida conyugal y familiar. La experiencia de pareja y de familia es diversa según las personas; sus usos, costumbres y principios, además de los constantes, graves y dolorosos problemas en la vida familiar no se hacen esperar. Lo interesante es que el matrimonio y la familia son una cosa y su común denominador siempre será el amor. El hombre no puede vivir sin amor en la vida conyugal y familiar; se necesita del amor para crecer y perfeccionarse como una comunidad de personas.
La dimensión personal y comunitaria de la existencia humana experimenta la relación y comunión entre sus miembros de la sociedad, las personas. Toda civilización requiere de la persona humana para cubrir sus necesidades materiales, físicas, espirituales y, por ende, sustentar su desarrollo. Al poner en el centro a la persona, reflexiono que el mundo de ésta no es estático, ya que se encuentra en constate movimiento y adecuación, pero lo que no cambia es su esencia, sus principios, su verdad y el plan que Dios tiene de él.