“A mí no me gusta dar entrevistas. Lo hago un poco contra el gusto”, dijo Jorge Mario Bergoglio a su amiga periodista Elisabetta Piqué del diario argentino “La Nación”, precisamente mientras lo entrevistaba por sus diez años como Papa.
Viva la sinceridad. Desde el 2013 hasta hoy, las entrevistas dadas por el papa Francisco llegan ahora a las doscientas, in crescendo al acercarse la década y con un pico de siete entrevistas en sólo cuatro días, entre el 10 y el 13 de marzo pasados.
También hay entrevistas kilométricas, como la de Jorge Fontevecchia (en la foto), fundador del grupo editorial argentino “Perfil”, en la que el papa Francisco se detiene insistentemente sobre un tema que le interesa especialmente desde hace tiempo.
Es la cuestión de su proximidad juvenil al peronismo, cuando no a Juan Domingo Perón.
En los primeros años de su pontificado esta proximidad era doctrina común en sus biografías, incluso en las que él autorizaba y controlaba. Hoy, sin embargo, no pierde ocasión de negarla.
En la entrevista con “Perfil”, volvió a contar que su abuelo materno era de otra pasta, era un “radical del 90”, un movimiento político que se estableció en Argentina con un levantamiento armado en 1890, y que luego se convirtió en partido con el nombre de Unión Cívica Radical. Su abuelo era carpintero, y Bergoglio recuerda que cuando era niño “un hombre de barba blanca” llamado Elpidio solía venir a venderle anilina y a charlar con él de política. “¿Sabes quién es Don Elpidio?”, le dijo un día la abuela. “Fue vicepresidente de la República”. Fue efectivamente así, entre 1922 y 1928. “La amistad de mi abuelo con los radicales era por Elpidio González, y nuestra familia heredó siempre ese ser radical. Cuando empezó el movimiento peronista, fueron antiperonistas tremendos”.
Pero también un poco socialistas. Recuerda que “papá salía a comprar La Vanguardia”, que era su diario, que se vendía puerta a puerta. E iba con toda la familia a la Plaza Francia a sus mítines. “Era como ir a la peregrinación a Luján, ir ahí era sagrado”.
En síntesis, “mi familia era ciertamente antiperonista”, insiste hoy Francisco. Ciertamente, “como obispo me tocó acompañar a una de las hermanas de Evita, la última que murió, que venía a confesarse conmigo, una mujer buena”. Y en este sentido “pude dialogar con gente peronista bien, gente sana, como había radicales sanos”. Pero la acusación de haber sido peronista no, el Papa no la acepta hoy, y menos aún la acusación de “haber formado parte de Guardia de Hierro” por haber dado a algunos de sus exponentes la dirección de la Universidad de El Salvador, cuando en cambio de eso “yo no tenía la menor idea”.
Ciertamente, también en la entrevista con “Perfil” Francisco reconoce grandes méritos al peronismo, en particular el de haber hecho suya la “doctrina social de la Iglesia” y el de haber sido “un movimiento popular que convocó a mucha gente con proyectos de justicia social”. Pero tiende a reiterar que nunca participó en él. Es más, que ni siquiera fue “simpatizante” del mismo, según dijo a sus biógrafos autorizados Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti en su último libro sobre él, “El Pastor”, publicado en Argentina a principios de marzo.
¿Pero es precisamente así? Si se recorren los nombres de los filósofos, de los teólogos, de los militantes con los que Bergoglio estuvo más estrechamente vinculado, desde Lucio Gera a Alberto Methol Ferré, desde Carlos Mugica a Jorge Vernazza, el peronismo los une a todos.
En cuanto a los peronistas de Guardia de Hierro que ahora dice que ni siquiera los conoció como tales, basta releer lo que él mismo, como Papa, contó a los periodistas Javier Cámara y Sebastián Pfaffen en el libro “Aquel Francisco”, de 2014:
“A Alejandro Álvarez [uno de los fundadores de Guardia de Hierro – ndr] lo conocí cuando yo ero provincial de la Compañía de Jesús, porque se hacían reuniones de intelectuales en la Universidad del Salvador y yo participaba de esas reuniones porque estaba en el proceso de desligue de la Universidad para darla a los laicos. En una de esas reuniones estuvo Álvarez. Después lo vi otra vez en una conferencia con Alberto Methol Ferré. Después, gente de Guardia de Hierro conocí bastante, como conocí también gente de otras partes del peronismo, pero muchos en esas reuniones que se hacían en la Universidad del Salvador”. Y fue precisamente a ellos que Bergoglio les entregó la Universidad.
Sin mencionar lo que se puede leer en la que es quizás la biografía más documentada y autorizada de Bergoglio entre las publicadas hasta ahora, escrita por el inglés Austen Ivereigh, una firma muy querida del mismo Papa:
“Bergoglio no sólo era cercano a Guardia de Hierro, sino que en febrero y en marzo de 1974, a través del amigo Vicente Damasco, un coronel que fue un íntimo colaborador de Perón, él fue uno de los diez o doce expertos invitados a escribir sus pensamientos en el borrador del ‘Modelo Argentino para el proyecto nacional’, un testamento político que Perón consideró que era el instrumento para unir a los argentinos después de su muerte”.
Bergoglio nunca fue activista partidario, escribe también Ivereigh, pero “se identificaba con el peronismo, al que consideraba el vehículo de expresión de los valores populares, del ‘pueblo fiel’”.
Y precisamente su cercanía al “pueblo fiel” es materia de otra calificación que hoy Francisco insiste en rechazar, la de “populista”.
En la entrevista con “Perfil”, el Papa polemiza con un libro publicado en 2020 por Loris Zanatta, profesor de Historia de América Latina en la Universidad de Bolonia y columnista del diario argentino más popular, “La Nación”, con el elocuente título: “El Populismo Jesuita. Perón, Fidel, Chávez, Bergoglio”.
El Papa considera que la acusación de “populismo” es intolerable para él, por la deformación negativa que el término ha adquirido en Europa y que remite, en su opinión, al racismo hitleriano. Cuando en su lugar el calificativo correcto, del que se sentiría orgulloso, sería “popularismo”, que es “la cultura del pueblo con su riqueza”.
En su apoyo Francisco cita a Rodolfo Kusch, “un gran filósofo que tuvimos en la Argentina”, no muy conocido, pero que “entendió lo que es un pueblo”.
Bergoglio ya lo había citado con admiración en su libro-entrevista de 2017 con el sociólogo francés Dominique Wolton: “Kusch hizo comprender una cosa: que la palabra ‘pueblo’ no es una palabra lógica. Es una palabra mítica. No se puede hablar de pueblo de manera lógica, porque sería sólo una descripción. Para comprender a un pueblo, comprender cuáles son sus valores, es necesario entrar en el espíritu, el corazón, el trabajo, la historia y el mito de su tradición. Este punto está realmente en la base de la teología denominada ‘del pueblo’. Significa ir con el pueblo, ver cómo se expresa. Esta distinción es importante. El pueblo no es una categoría lógica, es una categoría mítica”.
Lo dijo también en su conferencia de prensa en el avión que lo llevaba de regreso a Italia desde México, el 17 de febrero de 2016: “la palabra ‘pueblo’ no es una categoría lógica, es una categoría mítica”.
Pero este es precisamente el mito populista con el que se identifica Francisco y que nada tiene que ver con el concepto europeo de “popularismo”, que se refiere a la campaña política y cultural de los grandes partidos populares cristianos de Italia, Alemania y otros países.
El mito populista es también el secreto del éxito mediático del papa Francisco, facilitado por ponerse siempre del lado del pueblo contra las instituciones y las jerarquías de todo tipo, incluidas las eclesiásticas.
Por SANDRO MAGISTER.
CIUDAD DEL VATICANO.
LUNES 20 DE MARZO DE 2023.
SETTIMO CIELO.