El inicio de la Cuaresma en la Iglesia católica implica un período especial y sumamente importante que prepara a todos a la celebración de los misterios de nuestra redención, tiempo en el cual el arrepentimiento, el perdón y la conversión van acompañados de signos personales o visibles que demuestran sinceras actitudes de cambio, de dejar lo que se ha descompuesto y ha perjudicado a los demás. Ayuno y penitencia, binomio que parecería de tiempos antiguos; sin embargo, cobra actualidad especialmente en momentos donde las cosas parecen en la incertidumbre o, peor aún, en la desesperación.
La Cuaresma no sólo es un tiempo personal e individual. Impacta a todos, debería ser una especie de brújula indicadora del camino para redimirnos de las actuales condiciones que nos parecen llevar hacia terracerías de incertidumbre. En el relato evangélico de las tentaciones en el desierto, persisten estas formas por las que todos podemos ser azotados por el pecado sin darnos cuenta: autosuficiencia, arrogancia, desmedida confianza. La cuaresma, por el contrario, es la exigencia de un practicar un serio examen de conciencia para darnos cuenta de que México vive en el fariseísmo de la transformación, es una República de corrupción generalizada y engaños solapados desde el poder, de desviación de las instituciones hacia otros fines que no son los que la ley impone y todo eso, se desparrama creando una sociedad polarizada y amargada, de mediocridades y vanidades.
Y debe alertarnos que, por la ambición del poder, vivimos en una descomposición de las formas de convivencia y de la gestión del poder público, de ver, con buenos ojos, la gestación de la narcodemocracia, de la impunidad y la acción del crimen organizado. Como en las tentaciones en el desierto, en México el mal se nos ha presentado atractivo y convenientemente, se nos ha aparecido como capaz de transformar las piedras en pan.
Los obispos de México, tomando el mensaje de Cuaresma de Papa Francisco, han dicho que este tiempo es el de ponerse en camino, un camino cuesta arriba que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración”; efectivamente, frente al manipulado y devaluado verbo transformar está el de transfigurar. Este último, como afirma el Papa Francisco en su mensaje, implica escuchar a Cristo como una acción que también se da en el prójimo. Ese diálogo no es enfrentamiento.
Si queremos vivir esta cuaresma de forma especial, se debe advertir que el papel de los creyentes no es menor. En cada católico ha de haber un convencido, por su fe y por su sentido de humanidad, de que las cosas pueden y deben transfigurarse, creyentes y personas de buena voluntad debe hacer todo lo que está de su parte para no propiciar ni tolerar el crimen, la impunidad, corrupción, mediocridades y vanidades. Que con sus dichos y con sus actos diga «no» a estas formas de esclavitud para erradicar los males que nos aquejan y nos mantienen postrados.
Con el miércoles de ceniza, escucharemos una frase que parece ordinaria y habitual. Una sentencia que encierra el sentido de este momento de gracia. Y esa misma es también para un país que se desangra en el pecado: México, arrepiéntete y cree en el Evangelio.