Este nacimiento no es mito…

Editorial ACN Nº49

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Después de la pandemia, el frenesí por Navidad y fin de año parecen querer recuperar el tiempo perdido. No obstante riesgos y repunte de contagios, pretendemos rehacer la vida con un virus que sigue acosándonos. Todo sigue y en esta Navidad, la vida se enfoca a miles de cosas y detalles, pero ¿hemos hecho una pausa para entender lo que significa?

En el mundo cristiano, por más simples que sean, los símbolos y signos de la Navidad recuperan una realidad que no debe ser perdida de vista, a pesar del laicismo que nos dice que lo propio de este tiempo es decir ¡Felices fiestas! vaciando el significado de esta festividad. Colores y luces que apantallan, pero serían puros destellos estrambóticos; compras y consumismo que desuellan el porqué de dar. Al final, calles con adornos, sin embargo, ausentes de Dios limitando nuestra mirada hacia lo sobrenatural, al puro hecho intimista y hasta egoísta que no es propio de lo que significa el nacimiento de Cristo.

En últimos tiempos, se ha cuestionado este hecho que implica el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. Algunos tienen ímpetu casi energúmeno para sacar la Navidad de la vida diciendo que es puro mito asociado a proyectos colonialistas, herramientas de religiones conquistadoras y alegan que es instrumento de poder para someter la conciencia.

En esas ideas, incluso, se ataca la libertad de creer, derecho humano fundamental, y hasta se pone en tela de juicio la construcción de la cultura occidental. En un comportamiento propio de enajenados, juran que la Navidad ya no debería celebrarse por privilegiar al cristianismo amagando con tocar el mismo núcleo de la fe cuestionándolo y poniendo en la palestra para ser juzgado desde el pensamiento del laicismo beligerante enarbolando la imposición de creencias e ideas extrañas, relativizando la vida e incluso pugnando por “antinacimientos” como una especie de una penosa revancha.

Navidad es conmemorar y reconocer un nacimiento. El 24 de diciembre de 2002, hace 20 años, san Juan Pablo II explicó lo que significa el hecho de que Dios haya tomado la humildad de la carne para ser semejante a nosotros, menos en el pecado: “Pasan los siglos y los milenios, pero queda la señal, y vale también para nosotros, hombres y mujeres del tercer milenio. Es señal de esperanza para toda la familia humana:  señal de paz para cuantos sufren a causa de todo tipo de conflictos; señal de liberación para los pobres y los oprimidos; señal de misericordia para quien se encuentra encerrado en el círculo vicioso del pecado; señal de amor y de consuelo para quien se siente solo y abandonado”.

Por eso, este nacimiento no es mito. Es una tremenda realidad que nos abre el horizonte hacia la propia salvación. Pasarán los sistemas políticos, dictadores y megalómanos, se alzarán nuevos Herodes que atentarán contra la vida, pero el nacimiento de Cristo siempre es novedad que nos ayuda a comprender quiénes somos y qué destino queremos asumir; en lo personal, cuando el mundo nos sugiere el pensamiento líquido o como país, cuando estamos al borde de ser fallido, el nacimiento es signo de que hoy es posible vivir en la libertad de los Hijos de Dios, no como una consecuencia populista, comunista o demagógica, sino ser, en efecto, “manifestación gloriosa al final de los tiempos”.

Desde la Agencia Católica de Noticias deseamos a todos ¡Feliz Navidad! ¡Dios nos ha nacido!

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