Llegamos a un tiempo de gozo y esperanza. Implica un ciclo en la Iglesia y es, de nuevo, el período que nos mueve hacia el encuentro con el Señor de la historia, Cristo, nuestra paz.
En estos difìciles tiempos, se nos han presentado ofertas que, nos dicen, serán la realidad transformadora de un país ahogado en la violencia, el sin sentido y la desilusión. México está cansado. Por lustros ha vivido burlado y decepcionado. Agobiado por el crimen, desparramando corrupción, sosteniendo parásitos y vividores que han envilecido a la política.
El narcotráfico está favorecido por personas en el gobierno y la violencia y el crimen organizado han provocado la parálisis de la economía nacional; este país vive empobrecido por la concentración de la riqueza en unas manos, por el capitalismo salvaje, inmoral y obsceno que se olvida de la responsabilidad social y, ahora, por el supuesto estado de bienestar que dilapida recursos creando más y más pobres.
Vemos el desprecio de los valores y de la familia por el impulso de ideologías multicolores, del aprecio por el divorcio, la exaltación del antinatalismo, el falso derecho al aborto y los mal llamados matrimonios de personas del mismo sexo, todo ello gracias a la política populista de las ideologías de izquierda representadas por el partido que dice llevar una bandera de transformación.
El avance del secularismo, ateísmo práctico donde se vive como si Dios no existiera, mira sólo a la tierra y al presente sin la visión trascendente de la vida futura promoviendo una «religión» de Estado en la ideología del laicismo corruptor de la identidad religiosa que quiere eliminar cualquier manifestación social de las creencias que han fundado la identidad de este país.
Hoy, desde el poder, se intenta acusar a la fe y limitar la manifestación libre de los valores que hacen posible la ciudadanía. Esta forma de corrupción ha desmantelado la confianza en un gobierno cuya legitimidad se ha desmoronado y provoca resentimientos, polarización y odio. Tal parece que la transición política es una vía hacia el peor de los autoritarismos que hace que el antiguo régimen del partido único sea pura anécdota. La llamada “esperanza de México” es una pesadilla que está atormentando la paz, seguridad y real bienestar.
A diferencia de los sistemas políticos e ideologías populistas mundanas, el cristianismo trae un signo de esperanza que supera cualquier intención humana. Ese populismo autoritario quiere deformar el sentido del Reino anunciado para acomodarlo a su pérfido gusto, pero se equivocan.
El adviento es anuncio de un Reino superior a todo. Como bien afirma el Papa emérito Benedicto XVI: “Este reino no está construido sobre un poder mundano, sino que se funda únicamente en la fe y el amor. Es la gran fuerza de la esperanza en medio de un mundo que tan a menudo parece estar abandonado de Dios. El Reino del Hijo de David, Jesús, no tiene fin, porque en él reina Dios mismo, porque en él entra el reino de Dios en este mundo. La promesa que Gabriel transmitió a la Virgen María es verdadera. Se cumple siempre de nuevo”. Que este adviento sea al anuncio de la paz y esperanza que México necesita y que su Reino venga, donde todas las cosas serán nuevas.