Parábolas de la misericordia

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Aunque resulte un juego de palabras, decimos que la Misericordia Divina no es una parábola, aunque para hablar de ella en la propia Escritura se utilicen parábolas, y de modo especial en el Nuevo Testamento. JESÚS muere en la Cruz ofreciendo absolución general para todos los que a ella se quieran acoger: “perdónalos SEÑOR, porque no saben lo que hacen” (Cf. Lc 23,34) JESÚS había dicho: “todo les será perdonado a los hombres, cualquier acto o palabra en contra del HIJO, pero el que peque contra el ESPÍRITU SANTO no tendrá perdón ni en esta vida ni en la otra” (Cf. Mt 12,31-32; Lc 12,10). Si el pecador no se acoge a la Divina Misericordia, que es el mismo ESPÍRITU SANTO dándose por el costado abierto de CRISTO, tal persona no encontrará ningún otro medio por parte de DIOS para ser perdonado, reconciliado y salvado. La  Divina Misericordia anuncia que DIOS tiene “corazón” y rompe su esfera divina para encontrarse de forma personal con el hombre. El Amor Divino da el salto del Cielo a la tierra –Pascua- En un principio DIOS encontraba al hombre en el Paraíso, pero una vez alterado el régimen de equilibrio y perfección, el hombre inicia la dispersión por caminos propios y DIOS no permanece pasivo observando las penas que el hombre se infringe a sí mismo, y recorre los caminos más difíciles y escabrosos para recordarle cuál es su verdadero hogar y la patria de origen. En las primeras décadas del Cristianismo ya se comenzó a especular si el DIOS del Antiguo Testamento era el mismo que se había revelado en el Nuevo Testamento. Esta duda levantó opiniones enfrentadas, que siguen repitiéndose en la actualidad. ¿Se puede leer la Biblia desde sus primeros libros revelado por DIOS cuyo atributo principal es la Divina Misericordia?.

DIOS es MISERICORDIA

La primera carta de san Juan dice sin rodeos: “DIOS es AMOR” (Cf. 1Jn 4,8). DIOS es perfectamente Justo, porque su juicio se realiza a través de la Divina Misericordia. Cualquier criatura resulta insignificante ante DIOS, y nos caracterizan las limitaciones de todo tipo. DIOS mantiene su santificación hacia nosotros gracias a su Divina Misericordia, pues la santidad o perfección solo es posible en la esfera de La Divina Misericordia. DIOS conjuga con perfección la trascendencia y el encuentro con el hombre gracias a la Divina Misericordia. DIOS trasciende todo lo visible y el mundo de los Ángeles, pero no se desentiende de su Creación, y permanece pendiente de los suyos hasta en los detalles insignificantes. El autor sagrado del Salmo ciento treinta y cinco encuentra en la Eterna Misericordia de DIOS la causa de todo lo existente. DIOS cuenta con el pecado de sus criaturas, que está dispuesto a perdonar tantas veces como sea necesario, a condición que el pecador pida perdón. El libro del Deuteronomio rehace el Primer Mandamiento o Palabra del Decálogo, poniendo inmediatamente al hombre religioso en una actitud de búsqueda y encuentro con el Eterno Amor de DIOS.

La Divina Misericordia crea y libera

El autor sagrado del Salmo ciento treinta y cinco ve el mundo que lo rodea y la vida de los hombres como una gran obra de la Divina Misericordia. No somos nosotros, los cristianos, que asistimos a la donación del ESPÍRITU SANTO en el nombre de JESUCRISTO, los que vemos distorsionada la actuación de DIOS en la antigüedad. Rezamos así con el salmista a ritmo de letanía: “Dad gracias al SEÑOR porque es bueno, porque es eterna su Misericordia. Dad gracias al DIOS de los dioses, porque es eterna su Misericordia. Dad gracias al SEÑOR de los señores, porque es eterna su Misericordia” (v.1-3) Los tres versículos iniciales definen la Fe monoteísta del autor sagrado: YAHVEH es el único SEÑOR frente a la multiplicidad de dioses y señores del resto de los pueblos. YAHVEH se ha manifestado a Israel de forma singular por pura Misericordia y condescendencia: “¿Existe algún pueblo que tenga los dioses tan cerca como lo está YAHVEH tu DIOS de ti?” (Cf. Dt 4,7). Tampoco existe pueblo alguno que tenga unas leyes tan sabias como las dispuestas por YAHVEH para su Pueblo (Cf. Dt 4,8). La Divina Misericordia de DIOS establece la gran proximidad al Pueblo, que va descubriendo que es el único CREADOR: “ÉL solo hizo maravillas, porque es eterna su Misericordia. Hizo los cielos con inteligencia, porque es eterna su Misericordia. Sobre las aguas asentó la tierra, porque es eterna su Misericordia. Hizo las grandes lumbreras, porque es eterna su Misericordia” (v. 4-7). Verdaderamente la Creación es una maravilla salida de las manos de DIOS, y el salmista lo reconoce. Ningún otro dios extranjero creó nada, porque carecen de cualquier capacidad creadora; sin embargo YAHVEH tiene todo el poder y “sólo ÉL hizo grandes maravillas”. YAHVEH actuó de tal forma que dotó al hombre de la capacidad para admirar y comprender la creación diseñada por ÉL. El hombre tiene capacidad de maravillarse por la Creación, porque posee la racionalidad con la que DIOS ha hecho todo el mundo alrededor. Las leyes de la Creación son precisas, los ritmos que presentan los astros mantienen ciclos previsibles. Todo en la Creación muestra estar dentro de un orden, que ningún ídolo le pudo dar. El astrónomo o cosmólogo de hoy mira al cielo y descubre muchos más motivos de carácter científico para contar, pero también se encuentra con muchos más interrogantes y enigmas por resolver, ante un Universo que aparece inmenso y al mismo tiempo con leyes físicas comunes para la grandiosidad de sus incalculables dimensiones. El hombre religioso de hace tres mil años contaba algunos miles de estrellas que poblaban el cielo nocturno creando una fisonomía y estética nocturna. “El Sol para regir el día, porque es eterna su Misericordia. La Luna y las estrellas para regir la noche, porque es eterna su Misericordia” (v.8-9). El Sol queda situado en la Biblia al lugar de un astro creado por YAHVEH, sin connotaciones divinas en ningún caso. DIOS es digno de ser alabado y bendecido por el Sol, la Luna y las estrellas, pues intuye el autor sagrado que juegan un papel primordial en la vida del hombre sobre este mundo, pero las grandes lumbreras por sí mismas no poseen atributo divino alguno. DIOS se ha mostrado Misericordioso en su Creación, pero ni la tierra, ni los mismos cielos lo pueden contener (Cf. 2Cro 6,18), como asegura Salomón en la oración inaugural del Templo. La Divina Misericordia no se pierde o diluye entre los pueblos de la tierra de manera indiferenciada, y en el momento preciso YAHVEH vuelve a tomar partido en la historia de su Pueblo elegido, y a través de Israel en la marcha de todos los pueblos. La aparición de la religión Yavista no deja indiferente a nadie en el resto de los siglos. El DIOS de Abraham, de Isaac y de Jacob, reaparece en la vida de los israelitas cuando estos se ven oprimidos y claman a DIOS por su liberación. La Fe de los padres mantuvo su llama encendida durante cuatrocientos treinta años, desde que Jacob llegó con sus hijos a Egipto para quedarse, hasta el tiempo del Éxodo. La Fe se mantuvo por la fuerza de la trasmisión oral de padres a hijos. La memoria religiosa de la familia extensa, de la tribu y del Pueblo en su conjunto, hizo posible aunar una oración de clamor, ante la que DIOS tomó partido a favor de Israel. Cuatrocientos treinta años no fueron suficientes para apagar la llama de una Fe que se había encendido en un “arameo errante”, Abraham (Cf. Dt 26,5); y esto por sí mismo es un milagro de incalculables dimensiones, pero no se nota a primera vista y pasa desapercibido.

Éxodo y Divina Providencia

El Pueblo elegido va a conocer a YAHVEH por la liberación de Egipto, el periodo de cuarenta años en el desierto y la entrada en la Tierra Prometida. El salmista sigue cantando a la Divina Misericordia por la manera de proveer al Pueblo y cumplir las promesas hechas a los padres. La salida de Egipto fue el resultado de una batalla entre YAHVEH y el Faraón, entre los dioses de Egipto y YAHVEH. Fueron diez las plagas que vinieron sobre Egipto por la negativa a permitir la salida del Pueblo elegido. Cada plaga estaba destinada a poner delante de los ojos del Faraón y de los egipcios el poder incuestionable de YAHVEH. Moisés es el encargado de transmitir al Faraón lo que YAHVEH quiere, pero el Faraón comienza diciendo “que él no sabe quién es ese DIOS, YAHVEH, del que Moisés dice ser enviado. (Cf. Ex 5,1-2). Después de las primeras plagas, el texto resalta que “el corazón del Faraón se endurecía” (Cf. Ex 7,22). El Faraón iba comprobando que sus dioses no les protegían en la medida que estaban siendo afectados por las distintas plagas. La novena plaga consistió en tres días de oscuridad y tinieblas absolutas (Cf. Ex 10,22), que acrecentó el pánico en grado sumo, pues a los egipcios les parecía vivir en un mundo paralelo con los espectros que se les aparecían (Cf. Sb 17,4). Pero después de ese trance tenebroso de carácter general, el Faraón despidió a Moisés en tono amenazante diciéndole “que no volviese a ver su rostro” (Cf. Ex 10,28). El endurecimiento personal y colectivo desembocó en la muerte de los primogénitos, y consecuentemente querían los egipcios que de una vez se marchasen los judíos: “ÉL hirió a Egipto en sus primogénitos, porque es eterna su Misericordia” (v.10). El salmista entiende que la gran dureza de la prueba, a la que fue sometido el pueblo egipcio quedaba dentro de los márgenes de la Divina Misericordia, pues se le estaba dando la oportunidad a ese pueblo de reconocer la existencia de un único DIOS y desechar para siempre la idolatría que también los esclavizaba a ellos. Por supuesto, para los judíos todos los males sufridos se habían transformado por la Divina Misericordia en un camino de liberación. La libertad es una conquista ardua, que se vive en un largo proceso transformador y diálogo permanente con la voluntad de DIOS, que se manifestará de forma solemne en la Alianza del Sinaí. Pero antes de llegar a ese punto el Pueblo comprobaría el poder de YAHVEH en su favor: “Sacó a Israel de Egipto, porque es eterna su Misericordia; con mano fuerte y extenso brazo, porque es eterna su Misericordia” (v.11-12). Las tempestades en el mar, el azote de los temporales, el viento huracanado del desierto, las tormentas que parecían incendiar los montes o la sacudida de la tierra por los terremotos, estaban sujetos al poder superior de YAHVEH ÉL es más fuerte que cualquier otro poder en la naturaleza; y por su Divina Misericordia cada una de esas fuerzas naturales se disponen a favor del Pueblo elegido:”el Mar Rojo lo dividió en dos, porque es eterna su Misericordia. Hizo pasar por medio a pie enjuto, porque es eterna su Misericordia; y hundió en él al Faraón con sus huestes, porque es eterna su Misericordia” (v.13-15). El determinado contexto, las aguas representan el caos del que puede emerger el Mal (Cf. Ap  13,1); pero en este caso el caos engulle definitivamente al perseguidor del Pueblo elegido, al Faraón y sus huestes. La Eterna Misericordia con una misma acción liberó al Pueblo elegido y aniquiló a sus perseguidores.

El desierto

La Divina Misericordia no malcría a sus hijos. En la Divina Misericordia los hombres experimentamos algo del infinito AMOR de DIOS. La Divina Misericordia no es permisiva, aunque sea comprensiva con la debilidad humana. En el desierto se tensan los espíritus, se forjan temperamentos y caracteres recios y templados. Dice el profeta: “la llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Cf.  Os 2,14). Israel comprobó que YAHVEH es poderoso por encima de cualquier otra deidad; ahora YAHVEH quiere llegar y hablar al corazón de cada uno de sus hijos antes de entrar en la Tierra Prometida. “YAHVEH guía a su Pueblo por el desierto, porque es eterna su Misericordia” (v.16). Israel por el desierto tiene que aprender a comportarse como Pueblo de YAHVEH, y en ese objetivo reside su propia identidad. YAHVEH como supremo pedagogo va conduciendo al Pueblo al que debe corregir en más de una ocasión, y también adiestrar para la lucha y el combate. Hasta ahora las batallas las había librado directamente YAHVEH, pero una parte del aprendizaje en el desierto sería adiestrarse en el arte de la defensa: “hirió a grandes reyes, porque es eterna su Misericordia; dio muerte a reyes poderosos, porque es eterna su Misericordia” (v.18-19). Cuando Israel lucha contra tribus o pueblos idólatras lo hace como ejercicio de una lucha espiritual, por lo que se ve con el derecho a pedir toda la fuerza para la conquista.

La Tierra Prometida

A Israel se le da el territorio al oeste del Jordán –Cisjordania-, ocupada por los cananeos, hititas, amorreos, jebuseos, filisteos y ferezeos. Todos estos pueblos practicaban en su cultos religiosos la prostitución sagrada y los sacrificios humanos, dentro de una pluralidad de dioses ligados a las fuerzas de la naturaleza y la fecundidad. Israel interpretaba que la tierra en toda su extensión era de YAHVEH, al que Israel debía obedecer. La conquista de la Tierra Prometida era un nuevo intento de rescribir las primeras páginas de la Biblia en una tierra que “mana leche y miel” (Cf. Ex 3,17). Esa tierra estaba llamada a volverse extremadamente fértil cuando el Pueblo la poseyese poniendo a YAHVEH en el centro de sus vidas. Para conseguir ese resultado para YAHVEH era necesario expulsar de la tierra todo germen de idolatría. La tierra es de DIOS y se la da a quien ÉL quiere: “les dio sus tierras en herencia, porque es eterna su Misericordia” (v.22). De forma especial en los profetas aparece le pretensión por parte de DIOS de restablecer el orden primigenio del Paraíso, y superarlo con la aparición del MESÍAS. El Cristianismo realizó de forma marcada durante una época la acción liberadora de desencantamiento con la erradicación de las fuerzas satánicas de la esfera personal y social. En estos tiempos presentes da la impresión de la preeminencia de las tinieblas invadiendo las esferas de la actividad humana, sin embargo tenemos que mantener vigente la verdad del salmista: “del SEÑOR es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes” (Cf. Slm 24,1). La tierra y los hombres no pertenecen al poder de las tinieblas, que a lo sumo actúa como ocupa a la espera de ser desalojado.

Acción de gracias

Nuestro mundo no se sostendría sin la presencia activa de la Divina Misericordia. La Divina Misericordia es eterna como se reza en el Salmo, y por tanto actual en todos los tiempos. Vendrán tiempos difíciles como ha ocurrido de forma intermitente, pero la Divina Misericordia estará presente para superar el momento: “en nuestra humillación se acordó de nosotros, porque es eterna su Misericordia” (v.23). DIOS no deja su acción liberadora al arrancar a su Pueblo, cuantas veces fuera necesario, de la opresión maligna: “ÉL nos libra de nuestros adversarios, porque es eterna su Misericordia” (v.24). El Salmo concluye con una acción de gracias, porque la Divina Misericordia es inagotable para el Pueblo elegido: “dad gracias al DIOS de los cielos, porque es eterna su Misericordia” (v.26). Para nosotros, tres milenios después de haber sido escrito este Salmo hay más motivos para afirmar la actuación de la Divina Misericordia, que en cada una de sus manifestaciones nos deja patente que DIOS es MISERICORDIA.

Planes de Misericordia

Decimos con la carta a los Efesios que DIOS tiene un Designio (Cf. Ef 1,10). También es posible considerar que DIOS establece un plan, proyecto o designio para cada uno de sus hijos en particular y la humanidad en su conjunto. Sin embargo la gran diversidad de formas de vida, e incluso de concebir las relaciones con el mismo DIOS nos alejan de la consideración de un único plan o proyecto por parte de DIOS. Cuando miramos a JESUCRISTO y su misión las cosas se esclarecen y aparece con más claridad el Designio amoroso y providente de DIOS para los hombres. Con un ritmo propio, las promesas de DIOS se van cumpliendo. Mil años para nosotros suponen el paso de muchas generaciones, sin embargo para DIOS es una verdadera insignificancia con respecto a la eternidad. Pasaron cuarenta años por el desierto con el objetivo de consolidarse como Pueblo de YAHVEH. Moisés podía haber conducido al Pueblo por una ruta más corta y en un tiempo breve alcanzar la tierra de Palestina, pero no lo hizo así, porque se necesitaba un proceso de maduración espiritual, y el episodio narrado en la primer lectura de hoy lo pone de relieve: la representación del becerro de oro.

Renuncia a las falsas imágenes sobre DIOS

De forma solemne el Pueblo había escuchado y aceptado las Diez Palabras dadas por DIOS en el Monte Santo. La primera de todas dice así: “YO, YAHVEH, soy tu DIOS, que te saqué de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de MÍ. No te harás escultura ni imagen alguna de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra; no te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque YO, YAHVEH, tu DIOS soy un DIOS celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian, pero tengo Misericordia por mil generaciones con los que guardan mis Mandamientos” (Cf. Ex 20,2-6). No ofrece dudas, quien habla al Pueblo es el mismo DIOS liberador de la opresión egipcia, que establece un Pacto con su Pueblo. Dos grandes condiciones establecidas en forma de imperativo negativo para conferir contundencia y determinación al pronunciamiento: “no tendrás otros dioses” y “no te harás imagen alguna”. Delante de YAHVEH no se puede situar ninguna otra deidad pues automáticamente tal cosa quedaría convertida en un dios falso o ídolo. YAHVEH es el único SEÑOR y no existen realmente otros dioses. Como una consecuencia de lo anterior queda radicalmente prohibido la formación de esculturas o la representación en imágenes, pues YAHVEH quiere ser considerado en su inaprehensibilidad: cualquier forma que los hombres demos a DIOS es una falsedad. Sin perder nada de lo esencial, este precepto es preciso considerarlo a la luz del Nuevo Testamento: DIOS en JESÚS de Nazaret se hace una Imagen de SÍ mismo; pero los israelitas todavía no han llegado a la “plenitud de los tiempos” (Cf. Mc 1,15). El Pueblo tiene que seguir el ritmo que DIOS en su Designio tiene establecido. Es una blasfemia fabricar un becerro de oro, o de cualquier otro material, y decir: “éste es tu DIOS, el que te sacó de Egipto” (Cf. Ex 32,4). La misiva que Moisés llevaba al Faraón de parte de YAHVEH, cuando el Pueblo estaba en Egipto, se resumía: “deja salir al Pueblo para que realice un culto de adoración a YAHVEH en el desierto” (Cf. Ex 4,16) El objetivo central de la estancia y paso por el desierto, por tanto, fue la de conseguir una relación con el SEÑOR en exclusiva alejándose de ídolos e imágenes que los sugiriesen o hicieran presentes.

El pecado del Pueblo

“Habló YAHVEH a Moisés y dijo: anda, baja, porque el Pueblo que sacaste de Egipto ha pecado. Bien pronto se apartaron del camino que YO les había prescrito. Han hecho un becerro de oro, se han postrado ante él y le han hecho sacrificios; y han dicho, este es tu DIOS, Israel, el que te ha sacado de la tierra de Egipto” (Cf. Ex 32,7-8). Moisés había permanecido en la Montaña sagrada durante cuarenta días, pues YAHVEH quiso darle a Moisés la Ley por escrito en tablas de piedra (Cf.  Ex 31,18). La escritura en piedra evoca la inmutabilidad de la Palabra de DIOS, que en su núcleo fundamental permanece inalterable para todos los tiempos. La formulación de este primer mandamiento no pierde vigencia con el paso del tiempo, y en todo caso gana en hondura con cada una de las nuevas lecturas que se hacen en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Cuando DIOS deja de ser el eje central de nuestra vida, la pérdida de sentido es inmediata, el desorden cobra cada vez más espacio y la ruina personal avanza con paso decidido.

La condición humana

“Dijo YAHVEH a Moisés: ya veo que este Pueblo es un Pueblo de dura cerviz. Déjame que se encienda mi ira contra ellos y los devore; y de ti haré un gran Pueblo” (Cf. Ex 32,9-10). Moisés va descubriendo con el paso de los acontecimientos el papel que juega con respecto a DIOS y al Pueblo. YAHVEH carga sobre Moisés la responsabilidad por la conducta del Pueblo: “este Pueblo que tú sacaste de Egipto pronto se ha desviado”. Por otra parte el tipo de gente es dura de cabeza y corazón. Habían dado muestras de asombro al pie del Monte Sinaí por la manifestación de YAHVEH (Cf. Ex  19,16); y con anterioridad un gran entusiasmo y alegría por haber dejado atrás la amenaza de los ejércitos del Faraón; pero todo eso se vivió de forma fugaz. Los cambios profundos estaban por llegar y necesitaban un tiempo prolongado, pues se trataba de un Pueblo de dura cerviz. Como en el libro del Génesis, YAHVEH se arrepiente de haber elegido aquel Pueblo como destinatario de sus planes, y propone a Moisés establecer un nuevo orden a partir de la descendencia proveniente de él. YAHVEH se deja convencer por Moisés para que siga adelante con aquel Pueblo rebelde.

Por honor a su Nombre

“Van a decir los egipcios: con malicia los ha sacado para matarlos en las montañas y exterminarlos de la faz de la tierra? Olvida tu cólera y renuncia a realizar el mal contra tu Pueblo” (Cf. Ex 32,12). Este diálogo entre YAHVEH y Moisés resulta como la amable discusión de dos amigos sentados en una terraza con un café en la mesa, en que el uno le hace recapacitar al otro sobre las consecuencias de sus decisiones. YAHVEH dispone que Moisés se muestre sensato poniendo en primer lugar los intereses de YAHVEH. El linaje que perdura por varias generaciones, la herencia transmitida y el nombre o apellidos que se apropian los descendientes y la permanencia en la memoria de los mismos, constituyen vivas aspiraciones para muchas personas, que se sienten más realizadas, arraigadas y valoradas. No es este el caso de Moisés, que renuncia a figurar como el padre de una estirpe fiel a la Alianza con YAHVEH. Ese objetivo santo no está en las aspiraciones del profeta, que prefiere por otra parte seguir moldeando hasta donde sea posible al “Pueblo de dura cerviz”. Ciertamente, este Pueblo le seguirá dando sinsabores, que DIOS premiará en su momento. Un día Moisés aparecerá justificado al acompañar al HIJO en el Monte de la Transfiguración.

Las promesas en la memoria

Continúa Moisés recordando amables consideraciones a YAHVEH, que parece un poco olvidadizo: “Acuérdate de Abraham, Isaac y Jacob, a los cuales juraste por ti mismo: multiplicaré tu descendencia como las estrellas del  cielo, y toda esta tierra que os tengo prometida se la daré a vuestros descendientes, y ellos la poseerán como herencia para siempre” (Cf. Ex 32,13). Moisés refleja una apreciación habitual que tenemos los hombres con respecto a DIOS: el olvido por parte de DIOS de las cosas que nos inquietan y preocupan. Pero en este caso se trata de un asunto crucial: la promesa hecha con juramento a Abraham. Esa palabra valía mucho más que toda la escritura en piedra, pues de hecho Moisés había roto y fragmentado las tablas de piedra hasta la inutilidad a la vista del panorama que se presentaba ante sus ojos. Pero el juramento de YAHVEH era cosa inmutable, y Moisés lo estaba actualizando con la súplica confiada en aquel momento.

Intercesión y perdón

“YAHVEH renunció a lanzar el mal con que había amenazado a su Pueblo” (Cf. Ex 32,14,). Moisés obtiene el perdón para el Pueblo con una intercesión que desprende un profundo carácter sacerdotal. Moisés cargará con aquel Pueblo y las consecuencias de su pecado, hasta el punto de encontrar su muerte en el Monte Nebo (Cf. Dt  34,4-5), viendo la Tierra Prometida, pero sin entrar en ella, anticipando metafóricamente la muerte de JESÚS fuera de la Ciudad de Jerusalén. YAHVEH perdona al Pueblo por la intercesión de Moisés, lo mismo que la humanidad es perdonada por la intercesión de JESUCRISTO. La intercesión y el perdón aparecen en un punto de la historia y la cambian a favor de los planes de DIOS. El perdón dispone un nuevo reajuste de los planes de DIOS con respecto a los hombres en orden al objetivo final. Todas las rectificaciones, reajustes, cambios de rumbo, fracasos o involuciones dentro del curso de la historia humana, no apartarán a DIOS de instaurar todas las cosas en CRISTO (Cf. Ef 1,10), porque el precio de todo ello ha sido pagado por anticipado: la muerte de JESUCRISTO en la Cruz. 

Parábolas de San Lucas sobre la Divina Misericordia

En los evangelios siempre encontramos destinatarios: los discípulos, enfermos, fariseos, juristas, publicanos, escribas o saduceos. La doctrina y partes importantes del Mensaje o la predicación tienen el esquema del diálogo. Los receptores del Mensaje condicionan en gran medida lo que JESÚS expone, y de esta forma la doctrina se entrelaza con el marco vital. Las personas concretas devienen en personajes, que resultan tipos o modelos a tener en cuenta. No siempre el personaje es un modelo a imitar y JESÚS lo advierte, pero su inclusión es oportuna, porque debemos encontrar también en el Nuevo Testamento las actitudes negativas de los que se oponen a JESUCRISTO y su Evangelio. Por otra parte, ninguno de esos personajes ausentes de toda ejemplaridad nos deben ser ajenos, pues pocos cristianos tienen superada la parte correspondiente de cizaña en su corazón. Por tanto, todos los roles presentados por los protagonistas resultan necesarios para la interlocución con JESÚS y nuestra edificación como seguidores del MAESTRO. En el frontispicio de este capítulo quince de san Lucas leemos: “todos los publicanos y pecadores se acercaban a JESÚS para oírlo; y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: éste acoge a los pecadores y come con ellos” (v.1-2). Dos grupos bien diferenciados están dispuestos para escuchar al MAESTRO, y las actitudes iniciales están encontradas. Durante el ministerio público de JESÚS sólo quedan señalados los casos de Nicodemo y José de Arimatea como personas del Sanedrín que acogieron el Mensaje; posteriormente, el libro de los Hechos de los Apóstoles refiere de forma general más adhesiones a las filas del Cristianismo (Cf. Hch 15,5). El caso de los publicanos y pecadores en general presenta otro semblante. En casa de Zaqueo el publicano, JESÚS declara: “he venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Cf. Lc 19,10). Los publicanos considerados traidores, explotadores y renegados, sabían que tenían una oportunidad de cambio de vida dentro del grupo que seguía al MAESTRO. Los pecadores en general albergaban un horizonte espiritual distinto en el Mensaje de JESÚS y podían sentirse atraídos por la acción de la Divina Misericordia. Los publicanos y pecadores sólo podían esperar el rechazo y la exclusión por parte de la religión oficial dirigida por los escribas, fariseos y saduceos.

Tres parábolas

La parábola de “la oveja perdida” también la recoge san Mateo (Cf. Mt 18,12-14) con alguna variante; pero las dos siguientes son exclusivas de san Lucas: “La moneda perdida”, y “El hijo pródigo”, que también podía llamarse ”El hijo perdido y encontrado”. Los elementos comunes de estas tres parábolas son: algo valioso se pierde, con diligencia se busca y el resultado positivo es motivo de fiesta en el Cielo de forma especial. La parábola con más enjundia es la del “El hijo perdido”, que aporta motivos de reflexión y discusión a los dos grupos señalados por san Lucas al comienzo. Lo del hijo menor, consentido y caprichoso, no tenía un pase para el grupo de escribas y fariseos; por lo que el mensaje que la parábola encierra chocaba frontalmente con ellos: ¿era posible que DIOS perdonase incondicionalmente por el hecho de pedirle perdón? La polémica estaba servida. 

La oveja perdida

JESÚS plantea la parábola de forma retórica. ¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va buscar la perdida? (v.4). Gracias a la búsqueda de una cabra perdida por las cercanías del Mar Muerto se descubrieron en mil novecientos cuarenta y ocho las cuevas de Qunram y los manuscritos allí conservados. Anécdotas a parte, el hecho dado para la comparación era verosímil. Un pastor con cien ovejas estaba en buena posición económica, pero se podía preocupar por la pérdida de una de ellas. Una vez encontrada se la carga a los hombros, pues da por hecho que se ha lastimado y contento llega a su casa y da la noticia a los vecinos. La alegría en el Cielo será infinitamente mayor por un pecador que se convierta. No sólo DIOS se alegra de la conversión de uno de sus hijos, sino también los Ángeles y todos los hermanos nuestros que han alcanzado la bienaventuranza. Alguien que se convierte debe tener un tiempo de sanación y recuperación, a semejanza del hombre asaltado cuando bajaba de Jerusalén a Jericó (Cf. Lc 10,34-35), que después de las curas de urgencia, pasó varios días en la posada recuperándose. En el Cielo entran totalmente recuperados y la alegría es plena.

Se perdió una moneda

Un caso para el debate: una mujer tiene diez dracmas –la cuarta parte de un siclo de plata- y pierde una, que probablemente haya llevado en el velo que la cubría el día de su boda. Enciende una lámpara y barre cuidadosamente, pues las estancias, normalmente son oscuras y sin ventanas; y el suelo está hecho de adoquines entre los que se puede introducir la moneda. Al final la encuentra y se alegra de modo indescriptible, pues además del valor material poseía un valor especial por el simbolismo que tenía. Las vecinas son partícipes de la alegría del hallazgo. Una persona depende para su salvación de una piedra de gran valor (Cf. Mt 13,44-46) que simboliza al mismo JESUCRISTO; o de un gran don, que perdido, se reencuentra en un proceso de conversión. Las diez monedas también pueden simbolizar las Diez Palabras releídas por JESÚS en el Sermón de la Montaña (Cf. Mt 5-7); y san Lucas, en el Sermón de la Llanura (Cf. Lc 6). Estas dos parábolas anteriores a la de “El hijo perdido” muestran el gran sentimiento de pérdida. El propietario de las cien ovejas evoca al BUEN PASTOR (Cf. Jn 10) que buscará a cada uno de sus hijos hasta entregar la misma vida; y la segunda parábola es la propia persona consciente de haber perdido algo muy valioso, que necesita recuperar de nuevo. En este segundo caso no sabemos si fue la debilidad, la negligencia o el error, el motivo de la pérdida; lo cierto es que se resalta la diligencia para recuperar lo perdido.

El hijo pródigo y perdido

Estamos ante la parábola con más posibilidades de adaptación a la vida común de una persona o familia, pero no por eso pierde interés, pues nos habla de la  Divina Misericordia en la versión de su incondicionalidad: JESÚS propone la gran parábola del AMOR incondicional de DIOS al hombre, y con ella hace una exposición plástica del núcleo mismo de su Mensaje. JESÚS viene a este mundo a revelar a los hombres, que a pesar de todas las cosas, somos amados por DIOS de forma incondicional. No existe pecado en este mundo, que tras el arrepentimiento, no pueda ser perdonado por DIOS. La degradación humana mayor es recuperable si la persona decide el cambio en su vida. No existe lejanía suficiente en este mundo para que DIOS pierda de vista a cada uno de sus hijos, aunque nos dediquemos a huir de la mirada amorosa de DIOS. La parábola tiene dos partes: la que corresponde al hijo menor con su salida de la casa y el retorno, y la parte correspondiente al hijo mayor, que permanece en la casa como un buen ejecutor de tareas. El padre tendrá que intervenir para intentar mejorar la conducta del hijo mayor fiel cumplidor con gran sentido del deber.

El hijo menor

El texto es conocido y es fácil componer la escena a grandes rasgos. El hijo menor de unos veinte años con mentalidad de adolescente, le dice al padre: dame lo que me corresponde de la herencia, pues tengo aspiraciones, que en esta casa no se pueden llevar a cabo. El padre con paciencia lo escuchó y le dio algunos consejos para que esperase y pensara bien lo que quería. Pero el hijo menor insistió de forma tozuda y sin vuelta atrás, faltando al respeto al padre y descalificándose por sí mismo, sacando a relucir deficiencias graves en su casa. El padre no tuvo más remedio que darle el dinero de los bienes que le corresponderían como hijo menor, pues cabía una donación por parte del padre, conservando la parte principal de la herencia para el hijo mayor por razón de la continuidad del patrimonio familiar. Una agria despedida en la que la inmadurez del hijo menor tuvo que justificarse de modo hiriente contra el padre. El hijo menor era consciente que estaba cortando la relación con el padre y el resto de la familia para siempre.

Un país lejano

Dado que al oeste de Palestina se encuentra en seguida el Mar Mediterráneo, suponemos al hijo menor alejándose hacia oriente enrolado en alguna caravana que cubriese esa ruta entre Egipto y la zona oriental, llegando como mínimo a Babilonia.

Despilfarra el patrimonio y arruina su vida

Este hijo menor termina muy lejos de la casa paterna en la distancia y las condiciones de vida. Este joven fue pródigo en gastar toda su herencia hasta llegar a la indigencia. Los amigos de farra desaparecieron cuando el dinero se terminó y el hambre asoló el país. Las circunstancias no eran favorables y todo contribuía a la desgracia personal. Para malvivir y no morirse de necesidad de forma inmediata, acepta hacerse porquerizo. Pocos trabajos eran más degradantes para un judío, pues el cerdo era un animal impuro, al no ser rumiante, e impedía por tanto la práctica religiosa. El hambre veroz le hacía apetecer las algarrobas que comían los cerdos, como anota el texto, pero parece que también eso le estaba vedado. Era difícil llegar a una situación más desesperada, y a este hombre se le ocurre una alternativa arriesgada: volver a la casa con su familia y presentarse ante el padre confesando su culpa: “padre, he pecado contra el Cielo y contra ti, no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros”. Corría el riesgo de ser echado sin contemplaciones, pero una fuerza poderosa lo movió a volver sobre sus pasos y a encaminarse a la casa paterna, a la que llegaría irreconocible, pues la vuelta no había sido triunfal como la marcha. Pedir limosna por el camino, dormir a la intemperie, escasez de comida o dieta de supervivencia de lo que iba encontrando, riesgos de asaltos y bandolerismo, o salir indemne de distintas afecciones que pudieran afectarlo. La vuelta había sido una conquista dentro de una carrera de obstáculos.

El encuentro con el padre

El padre ve al hijo a lo lejos y sale a su encuentro. El padre no permanece impasible, frío y distante, esperando el modo de presentarse el hijo. Desde el primer momento, el padre quiere recuperar al hijo y eliminar cualquier barrera que pudiera interferir, disuadiendo al hijo de acercarse por miedo a ser rechazado. Motivos para albergar muchas reservas no le faltaban al hijo, que debía estar abrumado del sentido de culpabilidad. La actitud del padre disipa los miedos: el padre abraza al hijo y lo llena de besos, mientras el hijo expresa su confesión cuidadosamente preparada, y sin duda alguna repetida miles de veces en el trayecto de vuelta a la casa: “padre, he pecado contra el Cielo y contra ti, no merezco llamarme hijo tuyo; trátame  como a uno de tus jornaleros”. Ni siquiera este hijo pide ser tratado como el capataz de los jornaleros, sino como el más novato de los jornaleros recién incorporado al servicio de la casa. La reacción del padre no se hizo esperar: “a prisa, traed la mejor túnica y vestidlo, ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; matad el ternero cebado y celebremos una gran fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Muchas cosas se pueden comentar al respecto de la alegría del Cielo por la conversión de los hombres.  Debe ser objeto de alguna meditación detenida.

Llega el hijo mayor

Resulta encomiable el sentido del deber que manifiesta el hijo mayor, pero se oscurece cuando el deber cumplido está desprovisto de Caridad. La segunda parte de la parábola señala algunos rasgos que dibujan el perfil del hijo mayor: se muestra suspicaz cuando escucha la música y la danza; pregunta y el malestar sube varios grados; se niega a entrar a la fiesta y discute con el padre con tonos despreciativos. El que ha llegado ya no es considerado como hermano, pues para este hijo mayor su hermano ha perdido todos los derechos de forma irreversible. Si el padre mostró una acogida incondicionalmente misericordiosa con el hijo menor, se manifiesta con una generosidad ilimitada hacia su hijo mayor: “hijo mío tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo. Debías alegrarte porque ha vuelto tu hermano, porque estaba muerto y volvió a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”. La parábola deja sin aclarar la decisión del hermano mayor. 

Conocimiento de DIOS

Sólo JESÚS de Nazaret, el HIJO de DIOS, podía ofrecer a los hombres esta parábola, que representa una aproximación a la esencia de DIOS mismo. Salimos de las manos de DIOS y a DIOS volvemos tras el velo de la muerte que nos separa del más allá. JESÚS nos revela no tanto qué nos vamos a encontrar, sino con quién nos vamos a encontrar, el modo de recibirnos y el resultado del encuentro. Por si faltaba algo, la parábola ofrece la clave para avanzar personalmente en las etapas de la vida con actitud humilde. No está mal la jaculatoria: “PADRE, he pecado contra el Cielo y contra TI, no merezco llamarme hijo tuyo”. De forma más breve Bartimeo decía: “JESÚS, hijo de David, ten compasión de mí”, y con el tiempo algunos ermitaños completaron: “ten compasión de mi, pecador”. Pero la presentación del hijo menor ante el padre de la parábola no tiene desperdicio y debe ser considerada en todos sus términos a lo largo de las etapas de la vida. Sometámonos con anticipación al juicio de DIOS, si queremos la absolución o amnistía en ese juicio final.

San Pablo, primera carta a Timoteo 1,12-17

Las dos cartas a Timoteo y la de Tito se denominan cartas pastorales, pues el Apóstol ofrece en estos escritos el modo de proceder en casos concretos. Timoteo era de Listra, y san Pablo lo conoció en su primer viaje apostólico; después, en el segundo, lo acompañó en distintas misiones y aparece mencionado en diferentes cartas. Timoteo era presbítero u obispo de Éfeso, recibió el ministerio por inspiración profética de la comunidad, la imposición de manos del propio Apóstol y del grupo de presbíteros. En los primeros momentos de la organización de la Iglesia, los términos “presbítero” y “obispo” son intercambiables. A finales del siglo primero aparecen los obispos con un grupo de presbíteros actuando de colaboradores en la organización y misión de la Iglesia. Tiene importancia en estos tiempos que nos toca vivir, de corrientes extrañas dentro de la Iglesia, saber que la organización de las comunidades pronto se asignó al Sacramento del Orden en sus tres niveles: diaconado, presbiterado y episcopado. Los presbíteros y obispos tienen tres misiones fundamentales dentro de la comunidad: potestativa, santificadora y pastoral o misionera. En los distintos ámbitos el presbítero y el obispo, tienen que organizar y ejercer su autoridad para bien de la comunidad en el nombre del SEÑOR. Muy especialmente les pertenece la función santificadora mediante el servicio sacramental, y de modo especial la celebración de la Santa Misa. Obispos y presbíteros tienen que ejercer su carisma de pastores misioneros evangelizadores.

Acción de gracias del Apóstol

“Doy gracias a AQUEL que me revistió de fortaleza, a CRISTO JESÚS SEÑOR nuestro que me consideró digno de confianza al colocarme en el ministerio; a mí, que antes fui un perseguidor un blasfemo y un insolente, pero encontré Misericordia porque obré por ignorancia en mi infidelidad” (v.12-14) El recuerdo de la vida anterior de san Pablo en el Judaísmo y la persecución a los cristianos en un principio, lo acompañará el resto de sus días. Por obra de la Divina Misericordia Saulo de Tarso se convierte en Pablo de CRISTO, en el Apóstol de los gentiles. Sin mérito propio por su parte, san Pablo da el gran salto a la Fe y reconoce a CRISTO JESÚS como su único SALVADOR. Ante las reticencias de Ananías para bautizarlo (Cf. Hch 9,11ss), el SEÑOR le dice: “YO  le mostraré a Saulo, lo que ha de sufrir por mí” (Cf. Hch 9,16). Al final de sus días san Pablo sólo da gracias por todo lo recibido y vivido.

Todo se debe a la Gracia

“La Gracia de DIOS sobreabundó en mí, juntamente con la Fe y la Caridad en CRISTO JESÚS” (v.14). La Caridad de CRISTO es la Salvación que opera CRISTO en el que acepta el don de la Fe. Nada de eso podía surgir del cumplimiento de la Ley, que sirvió en otros tiempos para una cierta conducta moral y disponer, en el mejor de los casos, a la recepción de la Gracia. Nadie se salva por las obras de la Ley, sino por la Fe en JESUCRISTO. Esta afirmación la repite el Apóstol de muchas formas a lo largo de sus escritos. Las buenas obras del cristiano son el fruto de su unión con JESUCRISTO que es su SALVADOR. 

Por quien viene la Salvación

“Es digna de ser aceptada esta afirmación: CRISTO JESÚS vino al mundo a salvar a los pecadores, y el primero de todos soy yo” (v. 15) San Pablo entendió con presteza que después de recibir la Fe y la Salvación en CRISTO, tenía por delante el camino de la Cruz como vía de seguimiento al SEÑOR. Desde los primeros momentos el Apóstol buscó el “último lugar” que se encuentra a los pies de la Cruz, y por eso puede decir que es el primero en recibir la Salvación, pues la condición de gran perseguidor no le permitía ostentar ningún otro título por su cuenta. Perseguidores manifiestos o inadvertidos, todos llevamos la carga correspondiente de pecado, que clavó a JESUCRISTO en la Cruz, por este motivo la conducta de san Pablo se vuelve modélica y ejemplar para los cristianos de todos los tiempos.

La paciencia de DIOS

“Si encontré Misericordia, fue para que en mí manifestase primero JESUCRISTO toda su paciencia, y fuese así ejemplo a todos los que habían de creer en ÉL para obtener vida eterna” (v.16). La audacia del Apóstol proponiéndose como modelo de vida cristiana es otro de los rasgos singulares que encontramos en san Pablo. Los padres tienen la obligación de ser modelos de comportamiento para sus hijos, pues la interiorización de los contenidos propiamente constitutivos de la personalidad tienen que estar vivos para el hijo viéndolos en los que están más próximos. San Pablo se considera padre espiritual de los de Corinto, pues fue él quien los engendró para CRISTO por el Evangelio” (Cf. 1Cor 4,15-16). Cada cristiano unido por la Gracia a JESUCRISTO es una lámpara puesta encima de la mesa, que brilla con la luminosidad dispuesta por el SEÑOR. En la mayor parte de los casos los cristianos debemos actuar como indicadores que señalan la dirección en la que CRISTO se encuentra, al modo de los primeros discípulos recogidos en el capítulo primero de san Juan (Cf. Jn 1,35ss).

Alabanza o doxología

“Al REY de los siglos, al DIOS inmortal, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.” (v.17) Recordando de forma resumida su vida, el Apóstol tiene una acción de gracias y alabanza para el SEÑOR. Es el reconocimiento expreso y espontáneo de las grandes verdades por las que el Apóstol vive y, más aún, va dando la vida. En el último tramo del camino, san Pablo da por bueno todo lo acontecido, pues prevalece la Gloria de DIOS.   

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