En el evangelio que escucharemos este domingo (Lc 12, 49-53) Jesús usa unas frases, un poco desconcertantes, que es necesario comprender para tratar de descubrir el mensaje que nos quiere transmitir.
En efecto Jesús dice: He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuanto desearía que ya estuviera ardiendo! ¡Tengo que recibir un bautismo ¡y cómo me angustio mientras llega! ¿Piensan que he venido a traer paz a la tierra? No he venido a traer la paz, sino la división.
Las imágenes del Fuego y del Bautismo, tomadas de forma aislada, tienen significados muy diferentes, pero cuando van unidas hacen referencia a la pasión de Jesús que bien puede ser presentada como un fuego que devora y purifica o como una inmersión bautismal en las aguas profundas del sufrimiento o de la muerte. Se trata del bautismo de sangre que vivirá con su pasión en la cruz; es la asimilación del sufrimiento, del dolor y de la muerte para la salvación de la humanidad. Se trata además del fuego de su amor. El fuego simboliza también al E.S. que será donado como fruto de su pasión, muerte y resurrección.
Por lo tanto, con estas imágenes del fuego y del bautismo, Jesús expresa el deseo intenso de llevar a plenitud la salvación de la humanidad que tiene que pasar por la experiencia amarga de la cruz.
Jesús menciona además que él no ha venido a traer la paz sino la división. Esto aparentemente contrasta con su mensaje donde él dice expresamente a los apóstoles: mi paz les dejo mi paz les doy (Jn 14, 27) o con el saludo pascual que hace varias veces a sus discípulos: La paz esté con ustedes (Jn 20, 19.26)
Jesús no se contradice consigo mismo. En efecto él es el portador de la paz y dona su paz en el interior de cada persona. Jesús es la paz porque con su presencia libera a la persona de los desórdenes y divisiones interiores que causa el pecado. Jesús conduce a las personas a la amistad con Dios padre y las orienta a vivir en su voluntad; Jesús lleva además a las personas a una relación fraternal ya él nos enseña a amarnos como hermanos.
La división de la que habla Jesús ciertamente se realiza al menos en estos 3 sentidos: 1. la lucha interior que debe hacer cada persona cuando acepta la invitación de Jesús a seguirlo; 2. la división que se genera entre quienes viven un estilo de vida cristiano o quienes son indiferentes al evangelio y por último la separación que se produce entre lo bueno y lo malo gracias a la luz del evangelio.
La lucha interna que se hace dentro de una persona sucede porque el mensaje que Jesús nos anuncia nunca nos deja indiferentes y por lo mismo, nos provoca a tomar una decisión. El mensaje de Jesús no nos deja indiferentes o tranquilos, sobre todo cuando una parte de nosotros desea seguir sus enseñanzas y otra se revela.
La división de la que habla Jesús se realiza también cuando su Palabra nos conduce a tomar elecciones fundamentales de vida. Hay quienes aceptan el mensaje del evangelio y quienes lo rechazan. Esto sucede incluso al interior de las familias, o en el ámbito de trabajo o en la búsqueda de las relaciones humanas. Un cristiano no puede conducirse por el principio de lo políticamente correcto o vivir un falso irenismo. Hay ocasiones donde las circunstancias exigen tomar un posicionamiento y resulta hasta un deber hacerlo.
Por último, el mensaje de Jesús nos ayuda a distinguir entre la verdad y la falsedad. Eso genera también una separación o división. A la luz del evangelio uno puede distinguir entre la luz y las tinieblas, entre la verdad y los errores, entre lo que es justo y lo que no es, entre el bien y el mal.
Frente a Jesús no se puede permanecer indiferente, se necesita hacer una opción en el estilo de vida que uno desea llevar, o con él o en contra de él.
Pbro. José Manuel Suazo Reyes
Vocero de la Arquidiócesis de Xalapa