¿Recuerdas esa cita de San Mateo, 19. que dice, «es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de los cielos«?
¿Qué nos quiere decir realmente? ¿Acaso dice que ser ricos es malo? ¿Qué pasó entonces con los grandes reyes del antiguo testamento, no pudieron entrar al cielo?
Sabemos que esta frase nos la dijo el mismo Jesús, así que debemos leerla con mucha atención. Para empezar, no tiene sentido que un camello pase por el ojo de una aguja, para nuestro lenguaje moderno. Por eso se dice que San Jerónimo, al traducir la biblia al latín, interpretó la palabra “Kamelos” como camello, cuando en realidad en griego se refiere a la soga gruesa con la que se amarran los barcos en los muelles.
En otra versión, se dice que el “Ojo de la aguja” era un pase montañoso y angosto donde apenas podía cruzar una persona y mucho menos un camello. Así mismo, otra versión dice que en las antiguas ciudades amuralladas, para ser salvaguardadas, se cerraban sus puertas al final del día solo dejando disponible un pequeño pórtico llamado aguja, el cual se abría si algún viajero llegaba de noche, después de cerradas las puertas grandes.
Sea cual sea la definición de esta famosa frase, sabemos que amar la riqueza, según el mismo Jesús, nos aleja del reino de Dios. ¿Por qué?
Recordemos el mandamiento nuevo que nos deja Jesús. “Amarnos unos a otros”, pero no de cualquier forma, sino como nos amó Dios. Hasta darlo todo. En ese sentido, ser rico tiene un condimento incongruente con el amor al prójimo. Para los que hemos tenido la oportunidad de ver algo de la miseria humana, ya sea en las personas de la calle, en los presos o en los hospitales, sabemos que el amor de Dios es darnos a los que lo necesitan, más no llenarnos los bolsillos de dinero. La clave es “¿Dónde está tu corazón?”
Si bien todos necesitamos cosas para vivir, el amor que nos enseña Jesús es un amor que se da gratuita y generosamente. No se da a medias o en cuotas. Es ese amor del Padre el que recibimos y el que estamos llamados a dar. Es así, como ser rico se convierte en una carga horrible para quien ama a Dios y a su prójimo como a sí mismo. Porque es muy incómodo disfrutar de mis vacaciones de lujo y mis bienes cuando a mi hermano, a quien amo, lo veo en pobreza absoluta, tristeza y soledad.
No quiero decir con esto que no busquemos los bienes terrenales y que lo dejemos todo para vivir pobremente. Eso nos lo tendría que inspirar el Espíritu de Dios en el amor, y no nuestra lógica humana que vive para acumular y ahorrar, preparándonos para los tiempos de las vacas flacas.
Por el contrario, como el sentimiento de Dios es el amor, tenemos que pedirle que nos regale un corazón de carne para que sintamos el dolor de nuestros hermanos y que sea inevitable darnos en todo sentido.
De cualquier forma, llegar a tener un corazón de carne, es un regalo que Dios te da solo si estás listo y se lo pides con fe. De lo contrario, tu Padre que te ama no te va a privar de vivir en una forma digna para que seas infeliz. Por eso, si quieres conocer el camino del amor de Dios, en el que solo Él importa, te invito a que seas parte de nuestra comunidad del Diplomado en Sanación Interior, en el que a través de la psicología y la fe, trabajamos para sanar las heridas emocionales que nos hacen querer llenar nuestros vacíos con aquellas cosas materiales, que no nos permiten darnos libremente a otros.
Así como el indigente que está en la calle se aferra a sus bolsas llenas de cosas viejas, nosotros estamos apegados a muchos bienes materiales, sentimientos, emociones y personas, que nos impiden amar a Dios y al mundo como Él nos amó.
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