En el pequeño poblado de Bahuichivo, enclavado en la sierra Tarahumara, una casa sobresale de todas las demás; la lujosa arquitectura gringa con finos acabados en su interior y patio con césped sintético contrasta con la pobreza que se padece en esta región de Chihuahua y, en particular, de esta localidad perteneciente al municipio de Urique, que no llega a los 800 habitantes.
Es la casa de José Noriel Portillo Gil, El Chueco, el criminal más buscado en el estado durante las últimas semanas, y quizá en el país, por los asesinatos de dos sacerdotes jesuitas, un guía turístico y un joven de 22 años de la comunidad de Cerocahui, ocurridos hace tres semanas.
La residencia, construida con ladrillo aparente -uno de los materiales más comunes utilizados por contratistas en Estados Unidos-, tiene un par de lámparas de vidrio colgantes en los techos de las entradas al exterior y al interior; así como una gran bodega en la que igual guardaba armas que droga, algunos de los lujos que deja ser el jefe delincuencial de una región en México.
Pero si esta opulencia no fuera suficiente, todavía hay algo más llamativo que distingue a la casa de El Chueco en Bahuichivo: una auténtica fortaleza construida enfrente en la que vivían al menos una docena de sicarios exclusivamente asignados a su protección.
Se trata de un predio con dos construcciones: la primera tiene cinco cuartos, todos con camas y colchones sucios y bases de madera gastadas y rotas; algunos tenían el lujo de una televisión, ya sea de bulbos y de plasma. Lo que no falta en ninguna habitación es un altar a la Santa Muerte: flores, veladoras y hasta balas le dedican los sicarios a la “Niña blanca”.
“Bajo la sombra de tus alas me amparo”, se lee en la pared debajo de uno de los alteres. En otro, con letras más grandes escritas con aerosol rojo está la frase: “Mi vida loka (sic)”. En la construcción trasera, por las camas individuales, cobijas viejas y pequeños baños sucios, parecería más bien una casa de seguridad donde retenían a sus víctimas o a los ‘contras’ capturados, y es que en esta región de la Tarahumara, el grupo criminal de El Chueco controla los secuestros y la extorsión, entre otros delitos.
En un par de puntos estratégicos de este predio construyeron una especie de balcones para vigilar a toda hora, ya sea de pie o sentados en sillas, la entrada principal de la residencia del “patrón”. En una estas “terrazas”, por las bajas temperaturas que se dan en la sierra, los halcones incluso adaptaron un calentador para que las vigías nocturnas no fueran tan frías y largas.
De esta fortaleza también destacan las llamadas troneras: hoyos que los sicarios hacen en las paredes que rodean al inmueble para utilizarlos como parapeto por si algún grupo rival se acerca, solo hay que sacar las armas y comenzar a descargar la bala.
“Ahí lo íbamos a agarrar”, aseguró el fiscal General de Chihuahua, Roberto Fierro Duarte, quien reveló que hace un par de meses realizaron un operativo junto con la Secretaría de Marina para detener al El Chueco, pero su estructura criminal desplegada en Bahuichivo y la extensa sierra que Noriel Portillo conoce como pocos, le permitieron escapar.
“Estuvimos apunto de capturarlo”, recordó. Pero no todo fue malo ese 28 de abril, pues las autoridades federales y estatales realizaron un decomiso histórico que se estima en más de 70 millones de pesos: 65 armas largas y 16 cortas de diferentes calibres; 14 granadas; cinco lanzagranadas; 240 cargadores; 17 mil 871 cartuchos; 36 chalecos balísticos y 14 tácticos; 22 pecheras porta cargador; unos 450 kilogramos de pasta de goma de opio; tres más de clorhidrato de cocaína; 44 libras de cristal y una más de semilla de amapola.
“Debilitamos su organización”, destacó el fiscal Fierro Duarte, quien evocó que apenas tenía un día en el cargo cuando al otro ya le habían hecho una denuncia anónima de El Chueco, y es que, como tantas otras comunidades en la sierra Tarahumara, Noriel Portillo tenía sometida a la población en Bahuichivo.
“No soportaban a este sujeto, nos dicen que estaba extorsionando”, aseveró Fierro Duarte ya con nueve meses en el cargo. Antes de los asesinatos que cometió en la jornada trágica en Cerocahui, El Chueco se movía con total libertad, no solo por Bahuichivo sino por varios puntos de esta región en la sierra Tarahumara, lejos de esconderse, presumía, al menos con su casa, la vida que puede llegar a tener un líder criminal que hoy está a salto de mata.
“Esa impunidad se tiene que acabar”, aseveró el fiscal.“Desgraciadamente la sierra fue olvidada por mucho tiempo”.
JOSÉ ANTONIO BELMONT.
Texto y fotos propiedad de MILENIO.