Hace poco meditaba en torno al capítulo 21 de Mateo, en donde el Señor se identifica a sí mismo como “la piedra que desecharon los arquitectos” y que ahora “ha venido a ser la piedra angular”, que a su vez lo cita del Salmo 118, y que es una de las tantas figuras que encuentran su cumplimiento en Jesucristo. Y creo que es una figura cristológica que nos sirve perfectamente para explicar porqué el “Sínodo de la Sinodalidad” que se ha anunciado con bombos y platillos, ha terminado siendo un fracaso total, no solo en España en donde las asambleas sinodales son reuniones de curas – de avanzada edad en su mayoría – y unos cuantos laicos que rozan los sesenta, en donde se supone está representado el rostro joven de una Iglesia que está viviendo su “primavera”, o al menos eso es lo que se nos viene diciendo desde hace un buen tiempo. Pero no solo en España. Nadie. Ni siquiera los mismos obispos tienen la menor idea de qué cosa se supone que es la “sinodalidad”, y qué decir de los mismos curas, que ni lo saben, y francamente tampoco les interesa saberlo. Los únicos que al parecer lo tienen claro son los obispos de Alemania, que para diálogos sobre lo que debe ser hoy la verdad cristiana, se han hecho expertos. De hecho, ha sido tanta la innovación que se han quedado fuera de la Iglesia.
Pero no tiene caso centrarnos en lo que el Sínodo es o no es, que si los mismos obispos no lo entienden, peor lo entenderemos nosotros. Más bien, quería centrarme en esta figura cristológica de la piedra angular, porque explica porqué estas invenciones de la modernidad no funcionan.
La piedra angular en la arquitectura del tiempo tenía su sentido, porque era aquella piedra que se colocaba en la esquina de una edificación, y era la más sólida, la más grande, y a partir de la cual se haría el resto de la construcción. En otras palabras, toda la obra se hacía tomando como referencia esta piedra angular, todo lo demás debía estar alineado con esta piedra. Cristo es por tanto, esa piedra angular de la Iglesia que marca el sentido, la misión y la razón de ser de la misma. Cuando entendemos esto, y luego vemos cómo se reparten cuestionarios en las parroquias para “averiguar el camino a seguir”, es que sencillamente algo no cuadra. Y no desde ahora. Esta actitud servil ante el mundo se viene arrastrando desde la Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, en donde la Iglesia (la que durante siglos ha sido la depositaria de la verdad revelada del único Dios) sale ante el mundo en pleno auge del relativismo, a preguntarse: “¿Quién soy?”. Cuando la Iglesia es la que está llamada a ser la imagen de la solidez y de la perennidad a través de la Tradición.
Cuando pretendemos “reinventar” una Iglesia que al parecer existe desde 1965, y se pretende borrar del mapa la liturgia tradicional y cualquier otra manifestación de la imponente antigüedad del catolicismo, pues entonces se adoptan características temporales en todos los ámbitos de la fe. Es lo que explica porqué la liturgia posconciliar da cabida a tantas creatividades graciosas del sacerdote durante la celebración eucarística. Desde saludos iniciales que desacralizan el misterio con un “buenos días a todos”, que por supuesto espera de vuelta un “buenos días padre…”, hasta la remoción del tabernáculo en las iglesias modernas y la centralidad del factor humano por sobre el divino.
La herejía se ha convertido en una cosa común que pocas o raras veces es señalada por los obispos, a pesar de que es justamente su misión principal, guardar y defender el depósito de la fe. Muchos, a raíz de Traditionis Custodes están más preocupados de eliminar la misa tradicional de cualquier rincón de su diócesis que de atender los casos de abusos sexuales que tienen apilados en el escritorio o los abusos litúrgicos que con mucha paciencia sufren los fieles. Pues bien, en este contexto histórico, se nos dice que Jesucristo es la piedra angular que desecharon los arquitectos, Jesucristo es la medida de la vida. No la OMS, no la ONU y mucho menos los mismos fieles. Porque cuando perdemos de vista el hecho de que Cristo es la piedra angular, es lógico que la Iglesia olvide qué es y para qué existe, y así, es lógico que surjan ideologías como la de la sinodalidad, en donde se pretende consultarle al mundo qué es lo que se supone que debe ser la Iglesia, o peor aún, a los fieles, cuando no hay ningún misterio en la identidad de lo que la Iglesia debe ser. Es sacramento de salvación y depósito de la única fe verdadera.
Cuando reconocemos que Jesucristo es la piedra angular, dejamos de inventar tantas tonterías y nos centramos en lo que Dios quiere: que seamos luz del mundo y sal de la tierra, anunciando la verdad del Evangelio y no encuestas de identidades perdidas.
Al final, decir lo que evidentemente está mal, es hoy un verdadero riesgo, porque se ha caído en un pésimo malentendido en torno a la virtud de la obediencia y entonces esto se ha transformado en el cuento del rey que va desnudo… apuntar con el dedo lo que está mal es entre muchos católicos un “acto de desobediencia” o peor aun “un ataque al Papa”. Cristo no nos ha liberado para que depositemos una confianza incondicional en los hombres, y esto se nos cura leyendo un poco la Historia de la Iglesia además.
Decía Chesterton que “para entrar en la Iglesia hay que quitarse el sombrero, no la cabeza”… algún día canonizarán a este gran hombre, en algún otro pontificado.
Steven Neira Camba.
Infovaticana.