Tres de los sacerdotes que denunciaron al obispo emérito Gustavo Zanchetta en el juicio canónico, declararon ante el tribunal de Orán, en Salta, donde ratificaron sus acusaciones. El religioso está procesado como autor del delito de abuso sexual simple continuado agravado por ser cometido por un ministro de culto religioso. Los exseminaristas G.F.L.G. y M.C. son los que lo llevaron a esta instancia. Hubo testimonios que ratificaron que el acusado solía pedir “masajes” y que en su teléfono móvil encontraron fotos de “contenido pornográfico en las que aparecía el obispo y algunos jóvenes”.
El sacerdote Martín Alarcón, que se desempeñaba como rector del seminario Juan XXIII durante la gestión de Zanchetta como obispo de Orán y que es uno de los denunciantes en el juicio canónico, expuso que los seminaristas le tenían “miedo”, ya que el acusado iba “seguido” a ese lugar, y les decía que él era el obispo y que los “podía sacar o correr”.
Precisó que el entonces seminarista G.G. sufría un “estado de ansiedad por todo lo que vivía” y que por eso renunció a sus estudios. Alarcón también se refirió a las “preferencias” de Zanchetta por algunos seminaristas, a quienes les hacía “regalos” en forma personal o a través de terceros como ropa, computadoras o dinero.
Subrayó que, cuando él debía ausentarse de la ciudad, los aspirantes a sacerdotes le pedían que “no se fuera por mucho tiempo, porque el obispo tenía otro comportamiento cuando él no estaba”.
La jornada comenzó con la declaración por vía remota de un exseminarista, que solía conducir el auto cuando Zanchetta recorría la diócesis o debía movilizarse. Lo calificó de “autoritario” y argumentó que tanto los seminaristas como los sacerdotes “le tenían miedo”.
Dijo que tenía un trato “diferencial” con algunos aspirantes, mientras que a otros los “ignoraba”. Aseguró que vio los “abrazos que, por lo general, eran desde atrás y duraban más de la cuenta, y también los masajes” que solía pedir el obispo emérito. El testigo afirmó “creer” en los denunciantes.
Zanchetta llegó desde el Vaticano para participar del juicio que terminará el viernes próximo. Lo acompañan dos abogados canónicos, pero su defensor es el oficial, Enzo Giannotti. Por las acusaciones que pesan sobre él, la pena prevista es entre tres y 10 años de prisión. Se espera que en los alegatos la defensa pida la absolución.
En un segundo testimonio por vía remota, otro exaspirante a sacerdote relató su ingreso al seminario e hizo referencia a los tratos “preferenciales” del obispo con algunos de sus compañeros, entre los que se contaban las víctimas. Reiteró que hacía regalos y contó que presenció algunos momentos “incómodos” como cuando Zanchetta “les pedía que le hagan masajes”. Lo describió como “manipulador”.
El diácono Andulfo Pérez fue otro de los que, en su exposición, aludió a situaciones “preferenciales” de Zanchetta con algunos seminaristas.
Cenas y alcohol
El sacerdote Gabriel Alejandro Acevedo, que era formador y director espiritual de los seminaristas y vicario general de la diócesis, también declaró hoy. Es otro de los denunciantes ante la Iglesia, igual que el cura Juan José Manzano, que también dio testimonio.
Acevedo habló de los “acercamientos físicos” de Zanchetta a las víctimas. Apuntó que, en los primeros años de estudio, un grupo de seminaristas vivía en la casa parroquial de la Catedral de Orán, que era “muy visitada” por el acusado.
“Visitaba los cuartos y se quedaba a cenar”, expresó Acevedo, que subrayó que compartía bebidas alcohólicas con los seminaristas y que, a veces, los domingos por la noche, se extendían las sobremesas y luego pedía a algún seminarista que lo acompañara al Obispado. Admitió que solían ir “varios” y “volvían más tarde y más embriagados”.
Un tramo importante de su exposición fue cuando expresó que, en septiembre de 2014 –luego de una visita a Rivadavia– el obispo le entregó su teléfono celular al canciller del obispado para que descargara fotos en la computadora e hiciera una selección para enviar a la Agencia Informativa Católica Argentina (AICA) o subir a las redes. Acevedo dijo que en esa oportunidad se encontraron fotos de “contenido pornográfico en las que aparecía el obispo y algunos jóvenes”.
También señaló que el canciller lo llamó para que viera las imágenes. Él consultó con otros dos sacerdotes y con el obispo de Orán que había precedido a Zanchetta en el cargo. Hablaron con el Arzobispo de Salta y decidieron llegar al nuncio metropolitano, a quien le llevaron un pendrive con las fotos. “Por esto se comunicaron con el Papa y, desde Roma, lo convocaron a Zanchetta”.
En tanto, Manzano advirtió que “no” fue testigo “directo” de los hechos, sino que se enteró “por comentarios”. Repasó que en 2016 se desempeñaba como párroco de General Mosconi y, a veces, llevaba tres seminaristas desde esa ciudad a Orán. Uno de ellos fue el que le mencionó que “se sentía incómodo, estaba como angustiado, porque el obispo a veces los veía en paños menores, y en ocasiones les pedía que le hagan masajes”. En el relato el joven afirmó que eso ocurría en algunos de los viajes que se hacían y que él sentía una “especie de riesgo o de peligro” para algunos de sus compañeros, con los que Zanchetta tenía un “trato especial”.
Manzano señaló que le sugirió que hablara con su director espiritual o confesor. Planteó que en ese tiempo Zanchetta había expresado su “preocupación” por el abandono de algunos seminaristas, a los que el cura conocía.
Entre sus dichos, volvió al tema de que el acusado tenía “tendencia a abrazar por largo tiempo” y recordó una suerte de “fiesta” que vio en la casa parroquial de la Catedral. Había ido a saludarlo al entonces obispo después de una celebración. “Monseñor estaba con algunos jóvenes”, añadió, y que estaba “como muy cargoso” con uno “ya que le hacía algunas preguntas”.
Testimonio de psicólogas
Ante los jueces también se presentó la psicóloga que asistió a los seminaristas. Tenía a su cargo el taller de Educación Emocional para los seminaristas. Elisa Margetti precisó que atendió a M. C. Reconoció que los jóvenes se sentían “limitados para hablar con libertad” y que cuando el obispo se fue “se expresaron más”.
Otra psicóloga, que trabajó ad honórem para el seminario y era la responsable de los psicodiagnósticos, planteó que a G.F.L.G. el comportamiento del obispo “lo asustó y lo intimidó”.
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