Muy queridos hermanos, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este décimo séptimo domingo del tiempo ordinario.
El pasaje que hoy escuchamos en la primera lectura está tomado del libro del profeta Isaías, en una sección que contiene los llamados “cánticos del siervo de Yavéh”, que son tres y hoy escuchamos sólo dos versículos del tercer cántico. Los biblistas no se han puesto de acuerdo sobre a quién tenía en la mente el profeta al hacer estos anuncios varios siglos antes de Cristo. Pero lo cierto es que todos nuestros teólogos y biblistas coinciden en que estos cánticos anunciaban al Mesías, y a este lo anunciaban sufriente, con un sufrimiento que se ve personificado en la pasión de nuestro Señor Jesucristo.
Se habla, además, de la resurrección sin mencionar esta palabra pues dice que: “Cuando entregue su vida como expiación, verá a sus descendientes, prolongará sus años…” Todo creyente, si lo es de verdad, deberá entregar su vida en sus diarios trabajos, compromisos, dificultades y con la aceptación de los sufrimientos que vengan, uniéndose a la pasión de su Señor, sabiendo que, al igual que Él, verá a sus descendientes y prolongará sus años.
El pasaje de Isaías nos dispone muy bien para escuchar el santo Evangelio de hoy, según San Marcos. El pasaje de hoy sucede luego de que Jesús anuncia por tercera ocasión a sus discípulos su próxima pasión, muerte y resurrección, mientras que los discípulos continúan sin entender lo que esto significa. La prueba de esto es que dos de ellos, los hermanos Santiago y Juan, se le acercan a Jesús para solicitarle el sentarse cada uno de ellos en su Reino, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús habla de lo que será su aparente fracaso, de que será rechazado, de que sufrirá una muerte terrible, y estos dos piensan en el éxito humano en términos de ascenso político.
Por eso Jesús les hace ver que no saben lo que están pidiendo y les pregunta si pueden pasar la prueba que Él mismo ha de pasar y ser bautizados con el bautismo con que será bautizado. Ellos muy seguros le contestan que sí pueden, y Jesús les profetiza que sí podrán pasar esa prueba y recibir ese bautismo. Claro que no entendieron que se trataba de una prueba de muerte y de un bautismo en su propia sangre, como de hecho fueron martirizados años más tarde; lo mismo que fueron martirizados los demás apóstoles uno a uno.
Los otros diez discípulos al escuchar esta plática se indignaron contra estos dos hermanos. A lo mejor tú y yo nos indignamos también cuando nos damos cuenta de que un compañero nos trata de “madrugar”, como se dice vulgarmente, y busca “hacer la barba” a un superior, o sea, granjearlo, o hacer cualquier cosa para ascender en el trabajo o en un cargo político, o hasta en un cargo dentro de la Iglesia. Quien se indigna por estas cosas eso significa que también desearía ese ascenso o ese cargo. Quien siente envidia por estas cosas, en el fondo es porque también las desea. No juzguemos a nadie por estas debilidades, ni por otras cosas: sólo Dios es nuestro juez.
Jesús les dice a todos: “Ya saben que los jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños y los poderosos las oprimen”. Tomemos en cuenta de que ha habido, a lo largo de la historia y a lo ancho del mundo, gobernantes justos y buenos, que han mirado auténtica y totalmente por el bien del pueblo que gobiernan. Incluso ha habido gobernantes que han alcanzado la santidad y han sido canonizados en la Iglesia, es decir, que han sido puestos en la lista (canon) de los que alaban al Señor eternamente en el cielo, e interceden por nosotros junto a Cristo.
Pero, como me decía un sabio sacerdote, “el poder corrompe”. Manejar la abundancia de dinero, de poder o de fama, es una constante amenaza para las personas que gobiernan, o son ricos o famosos. Oremos constantemente por su santidad de vida, para que se conserven puros en sus buenas intenciones originales, o las adquieran.
Eso que se espera de los gobernantes, se espera más aún si con bautizados, y se espera de todos los grupos y comunidades de Iglesia, pues eso no debe suceder entre nosotros, sino que, como dice Jesús: “el que quiera ser grande sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos”. Lo más maravilloso de esta enseñanza es que Jesús cumple a la perfección con este perfil de servidor, ya que vino precisamente “a servir y a dar la vida por la redención de todos”. Tengamos cada uno este proyecto para nuestras vidas de ser en verdad servidores de los demás.
El pasaje que hoy escuchamos en la segunda lectura está tomado de la carta a los Hebreos, cuya lectura venimos continuando. Este texto nos invita a tener mucha confianza en el intercesor que tenemos en el cielo, el Sumo Sacerdote, que es capaz de compadecerse de nosotros, porque compartió todas nuestras realidades humanas, menos el pecado. Tomando en serio este pasaje, deberíamos estar muy tranquilos, sabiendo que nuestro Sumo Sacerdote nos comprende y nos apoya ante su Padre Celestial para alcanzar su misericordia. Lo mismo nos inspira para poner nuestra ancla en las realidades del cielo.
Desde el domingo pasado inició en Roma un nuevo Sínodo de Obispos, donde Obispos de cada nación, representando a todos los demás, están reunidos para abordar el tema de la sinodalidad. La sinodalidad debe ser una característica de toda la Iglesia y de cada Iglesia. El término ‘sinodalidad’ significa ‘caminar juntos’. Se trata de la unidad manifestada en acciones comunes de la pastoral y la vida de la Iglesia. Para que la sinodalidad sea una realidad en la Iglesia tenemos que escucharnos todos los miembros: el Papa, los obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos (as), seminaristas y laicos en general. En estos meses finales del año estamos realizando en Yucatán un ejercicio sinodal de escucha a nuestros sacerdotes, y en el mes de enero, Dios mediante, queremos hacer un ejercicio de diálogo eclesial en todas nuestras parroquias de Yucatán con todo el Pueblo de Dios en estas tierras del faisán y del venado. Ahora se está llevando a cabo una Asamblea Eclesial Latinoamericana de escucha al pueblo de Dios, y en el mes de abril se realizará este diálogo eclesial a nivel de todo México. Oremos por nuestro Sínodo: universal, latinoamericano, nacional y arquidiocesano.
También tengamos en este domingo una oración muy especial por nuestros hermanos y hermanas que ejercen la profesión médica. En este tiempo de pandemia hemos podido cobrar conciencia del gran valor y el importante papel de los doctores en nuestro mundo. Muchos de ellos se han comportado como verdaderos héroes, y algunos hasta dieron su vida, como verdaderos mártires de Cristo. Mañana, lunes 18, celebraremos la fiesta del Evangelista San Lucas, autor de tercer Evangelio y, como hemos de saber, él fue médico y es patrono de los médicos.
El próximo sábado 23 se celebrará el día del médico. Felicitemos a nuestros médicos en ese día ya que le dan una gran ayuda a Dios y a nosotros para devolvernos la salud; y que los médicos creyentes recuerden que la grandeza y nobleza de su profesión estriba en el hecho de que Jesús, el Señor, se hace presente en la persona de los enfermos, según Él dice: “Estuve enfermo y fuisteis a verme” (Cf. Mt. 25, 36).
Servir al enfermo es servir a Cristo.
Pero también Jesús se hace presente en la persona de los médicos para llevar la salud a los enfermos.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán