En la inauguración del sínodo sobre la sinodalidad, el Papa ha dejado claro qué no es sinodalidad. En cuanto a lo que sea, ha sido algo más difuso y metafórico. El problema, como en tantas ocasiones anteriores, es que las palabras acaban significando lo que decidan que significan.
“Cuando uso una palabra, quiere decir lo que quiero que diga…, ni más ni menos”, le decía a Alicia Humpty Dumpty en el célebre cuento de Lewis Carroll, ‘Alicia a través del espejo’. Alicia, desconcertada, le replica: “La cuestión es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes”, a lo que responde Humpty Dumpty: “La cuestión es saber quién manda, eso es todo”.
En estas páginas he insistido varias veces en dos rasgos de este pontificado que colaboran objetivamente a la confusión: la alarmante disonancia entre lo que se dice y lo que se hace, entre doctrinas alegadas y gestos y decisiones; y el uso de las palabras con una acepción extraordinariamente sesgada y particular, unidireccional.
En cuanto a lo primero, acabamos de tener un ejemplo en la audiencia que el sábado concedió Su Santidad a la ‘speaker’ de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, la ferviente abortista Nancy Pelosi, en un momento en que el presidente Biden, correligionario político de Pelosi y con su apoyo, ha redoblado hasta el extremo la furia legislativa abortista en Estados Unidos y los obispos norteamericanos se pregunta cómo responder a este escándalo.
Miren las fotos. Los comentaristas políticos han entendido las señales, lo han interpretado como un espaldarazo evidente a la Administración frente a las críticas de los obispos. El Papa ha sido clarísimo en su oposición al aborto, ha llamado a los médicos que lo practican “asesinos a sueldo”, lo ha condenado con multitud de coloridas expresiones. Pero, en la práctica, frustra cualquier intento de la Iglesia de Estados Unidos de actuar en buena lógica e impedir que estos fautores de la masacre reciban la Sagrada Comunión. ¿Por qué? ¿Por qué es el Santo Padre tan entusiasta con gobiernos o programas de la ONU que tiene el acceso al aborto gratuito como uno de sus pilares esenciales, y desprecia o ignora las iniciativas provida en la vida pública? ¿Por qué tan obsequioso y sonriente con Pelosi y tan distante y frío con el cardenal Zen?
Lo segundo lo hemos tratado aún más a menudo. Los críticos de la renovación que abandera Francisco han cuestionado con frecuencia su énfasis en una misericordia tan omnímoda que parece obviar la justicia, o, por centrarnos en lo inmediato, una obsesión por la descentralización eclesial y la sinodalidad, la escucha atenta y el diálogo, que se les antoja incompatible con la irrenunciable misión de la Iglesia como Maestra y transmisora de verdades eternas e irrenunciables.
Una vez más, en este caso se fijan demasiado en las palabras y menos en las decisiones, que muchas veces las contradicen radicalmente. No hay misericordia alguna para los adeptos a la Misa Tradicional, los críticos y los ‘rígidos’. No hay escucha atenta para los firmantes de los Dubia, ni diálogo para el Cardenal Zen. Porque todas esas palabras significan solo lo que el Papa quiere que signifiquen.
Sinodalidad, que es lo que nos ocupa. Que florezcan mil flores, parresia, participación. Pero, si quien me lee tiene cierta edad, ¿ha conocido algún momento de la Iglesia contemporánea en el que se hayan seleccionado obispos y cardenales con un criterio ideológico y de lealtad personal tan estricto? ¿Ha habido algún otro momento en que los prelados no solo hagan suyas con fidelidad tan puntillosa las preocupaciones no estrictamente evangélicas, sino también incluso sus expresiones y coletillas?
Por ejemplo, ha dicho el Papa en su discurso inaugural que a veces “hay cierto elitismo en el orden presbiteral que lo hace separarse de los laicos; y el sacerdote al final se vuelve el “dueño del cotarro” y no el pastor de toda una Iglesia que sigue hacia adelante”.
Bien, pero, ¿cuál es la alternativa en la práctica, expresada de forma precisa para saber a qué atenernos? ¿Propone parroquias asamblearias? El clericalismo puede ser lo peor, sí insiste Su Santidad, pero, ¿cree que este sínodo, como los demás, no va a ser clerical, en el sentido más estricto de que los fieles no van a tener una influencia en la toma de decisiones final?
No ya los fieles: tampoco los obispos. Llámennos cínicos, pero todos sabemos que de aquí saldrá exactamente lo que desee el Pontífice, hasta el último detalle, y que todos los participantes saben que si se mueven no van a salir en la foto. Lo hemos vivido demasiadas veces.
Por Carlos Esteban
Infovaticana.