Los portavoces de DIOS

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En todo tiempo es bienvenido el profeta que nos habla de DIOS. Algunos vienen diciendo desde hace décadas, que el mundo será de quien sepa sembrar una esperanza, y los profetas dan razón del presente con un horizonte donde se reconoce la línea de intersección entre las cosas de este mundo y DIOS mismo. La persona del profeta se convierte en testigo de lo que anuncia y pocas palabras son precisas para dar veracidad a su anuncio. El profeta sabe de DIOS, pero no lo conoce todo de ÉL, y también le toca aproximarse al MISTERIO con toda prudencia. Es lógico que el profeta muestre facetas distintas de DIOS mismo, que resulten difíciles de comprender. Pensemos por un momento las sociedades antiguas altamente violentas, en las que los dioses a los que se daba culto se entendía que estaban exigiendo sacrificios humanos para ser aplacados en su ira. El círculo vicioso y macabro en el que entraban  el grupo social y la persona individual, era muy difícil de romper. Los pueblos de alrededor influyeron a Israel en este sentido de forma inevitable. Una gran tormenta, unas lluvias torrenciales o un terremoto por leve que éste fuese, daban la impresión del enojo de DIOS para el hombre religioso israelita. Por otra parte, el domino de las fuerzas naturales era considerado como una prerrogativa divina: DIOS controla los vientos, cierra y abre las compuertas del cielo y las aguas inundan la tierra, DIOS habla y se deja oír  en el trueno de la tormenta, y el temblor de la tierra da una idea de su poder atemorizante. Con el tiempo, el profeta se da cuenta que la imponente creación no agota los atributos divinos, y la creación misma muestra que DIOS no hizo todo este magnífico universo echando una partida de dados, como decía el sabio: todo responde a un plan inteligente, del que el profeta es partícipe en el grado dispuesto por la divina Providencia.

“Consolad a mi Pueblo” (Is 40,1)

Las diferencias de la revelación bíblica con los escritos de otras religiones son notables. En todo momento es DIOS quien busca la interlocución con el profeta de modo personal, descartando cualquier saber o conocimiento iniciático. Amós era pastor y cultivador de higos cuando el SEÑOR lo llamó y le encomendó la misión (Cf. Am 7,14-15) La vocación profética no es una profesión para ganar dinero; que exija, además, un ejercicio de ciertas habilidades. El nigromante o el espiritista tienen que perfeccionar sus verdaderas o falsas artes para  continuar en su cometido. El profeta tiene un camino diferente, y su guía es el SEÑOR desde el comienzo, durante todo el proceso hasta su término.

Estamos envueltos en una extraña calima por la que intentamos ver lo que nos rodea, pero muchas iridiscencias distorsionan la realidad. Hoy el profeta nos trae una palabra del SEÑOR, que vale por sí misma más que cientos de tratados sobre DIOS:  “consolad, consolad a mi Pueblo. Hablad al corazón de Jerusalén, y decidle bien alto que ya ha cumplido milicia, ya ha redimido su culpa, pues ha recibido castigo doble por todos sus pecados” (Cf. Is 40,1-2). Cuando no se camina en humildad se entra  por la vía de la humillación, pues de otra forma significa que Dios a abandonado definitivamente. Es muy difícil llegar a este punto extremo, pues los restos de Fe en DIOS que puede albergar el corazón humano son un una incógnita para el propio  individuo. Ahora bien, hay que considerar la posibilidad de una negación real y total a DIOS por parte de la criatura. Alejándonos de este extremo, las palabras iniciales del profeta, en este capítulo cuarenta de Isaías tienen la virtud de revelar lo íntimo de DIOS una vez más. La consolación ofrecida por DIOS es el bálsamo que cura las heridas ocasionadas por las circunstancias de la vida, que desfiguran la imagen de DIOS. La dureza y crueldad vivida en la infancia hacen muy difícil reconocer y aceptar la proximidad amorosa de DIOS, pero ahí se tiene que notar la palabra profética ungida por el Amor de DIOS. Este texto de Isaías podría situarse cercano al momento de la vuelta del destierro, y el profeta tenía que anunciar la nueva acción amorosa y poderosa de DIOS, pues “el Pueblo ya pagó doblemente su crimen y pecado”. La protección de DIOS no faltó incluso en el momento del doloroso exilio; y, ahora, cancelada la deuda, vuelven a experimentar la proximidad amorosa de DIOS. El profeta tiene el encargo de volver a despertar la confianza amorosa en el Pueblo hacia su DIOS, que lo lleva tatuado en su mano (Cf. Is 49,16).

La palabra del profeta nos atañe a nosotros, en cuanto que la doble expiación de la culpa está de forma permanente realizada en JESUCRISTO. Estos versículos adquieren todo su sentido cuando consideramos la muerte de JESÚS, pues por su carácter de ofrenda universal nos da la reparación de la culpa y la acción directa del CONSOLADOR, como así designa al ESPÍRITU SANTO (Cf. Jn 14,16-17)

La voz que proclama en el desierto

“Una voz clama: en el desierto abrid camino al SEÑOR. Trazad en la estepa una calzada recta a nuestro DIOS” (v.3). No cambia el sentido si leemos, “una voz clama en el desierto”, aunque se le pudiera dar un sentido de inutilidad a lo que se dice. El desierto viene siendo el lugar del encuentro con DIOS, la circunstancia en la que el hombre se enfrenta con los demonios, pues en el desierto mora Azazel. El desierto es el lugar de la prueba, donde se templa a los verdaderos profetas. Los que resisten la prueba del desierto se acreditan como guías del pueblo: Moisés y Elías. Los caminos que preparamos “al SEÑOR” son en realidad los caminos que el SEÑOR mismo traza y describe. En el desierto DIOS hace lo que no fue posible realizar en el Edén, y se quedó en un proyecto inacabado. Allí, en el Paraíso había toda clase de árboles de ciencia y conocimiento, a través de los cuales el hombre habría podido colaborar con DIOS en un perfeccionamiento de su obra con una trayectoria muy distinta de la presente. La situación actual del hombre es muy distinta, y la realización de algo noble pasa  por el desierto, en el que sólo se encuentra la realidad del hombre y DIOS, pues el medio circundante es hostil con horizontes vacíos. En el paraíso el hombre, rodeado de todos los medios y en armonía, quiso sobrepasar lo que se le había dado e inició su desgracia; ahora, en el desierto, lo que el hombre sea capaz de hacer constructivo y válido, será porque el mismo DIOS lo realice. Antes de entrar en la Tierra Prometida, el Pueblo de Israel tenía que construir en su corazón la actitud adecuada al don del que iban a participar: una tierra que manaba leche y miel (Cf. Ex 3,8). La Ley dada en el Sinaí tenía la finalidad inmediata de modelar los corazones de los israelitas en el desierto, antes de tomar posesión física del terreno. La vuelta del exilio en Babilonia supone un segundo éxodo y su parte expiatoria está cumplida según el profeta. Un camino espiritual se abre de nuevo para los israelitas, que pueden volver a su patria. El pueblo judío muestra a lo largo de los siglos una sorprendente capacidad de rehabilitación, y las palabras del profeta para aquellos momentos son un testimonio de lo que estaba sucediendo: en el desierto, DIOS estaba trazando nuevos caminos que iban a recorre sus hijos que volvían al lugar donde estaban sus raíces.

Metáfora y realidad

Sabemos que las realidades religiosas, que atañen directamente a la trascendencia,  están recogidas mediante metáforas; y, de esa forma, la Biblia se expresa en distintos géneros literarios. El profeta Isaías es un ejemplo vivo de lo anterior con una muestra  evidente en la primera lectura de este domingo. Hay que trasladar al plano espiritual los caminos, que DIOS quiere preparar en el desierto; lo mismo que la elevación de los valles o el abajamiento de las colinas, pues no pretende el profeta acabar con la variedad paisajística o geográfica. Ahora bien, es preciso resolver las circunstancias que hunden en la miseria a muchas personas, o acabar con los prepotentes, que esclavizan a otros. Los caminos inviables por lo escabroso de su firme debe ser modificado para favorecer el buen tránsito de todos. En parte la literalidad de estas imágenes fue protagonizada por Juan Bautista como precursor de JESÚS, y por la secta de los esenios, que buscaban la pureza suficiente para acoger al Mesías que estaba a punto de venir. Por supuesto, la modalidad mesiánica que JESÚS de Nazaret encarnó no estaba en los cálculos de los esenios de Qumrán. Este lenguaje poético de Isaías es entendido por todas las generaciones de personas devotas, que permanecemos en el tronco común de la tradición bíblica, y obtenemos de la lectura y meditación de estos versículos una nueva inspiración que se traduce siempre en un incremento de la conversión y la Esperanza. Esto es un fruto directo de la unción misma del texto bíblico.

Isaías y Juan Bautista

Tantas veces se aplicaron estos versículos a Juan  Bautista, que hemos perdido de vista, que el primer destinatario del Mensaje fue el propio Isaías y el pueblo que  estaba bajo su acción profética. El Pueblo debía volver a su tierra con un corazón renovado y convertido. Renovado, porque de nuevo la Palabra de DIOS llegaba a ellos con una nueva fuerza profética; y convertidos, pues no cabía otra orientación que no fuese hacia YAHVEH. El profeta tenía que gritar: “toda carne es hierba y todo su esplendor como flor del campo se marchita (Cf. Is 40,6-7). En contraposición a la fugacidad de la condición humana está la perennidad de la Palabra de YAHVEH (Cf. Is 40,8). La Palabra del SEÑOR es tan inmarcesible como ÉL mismo, revelándose así que el SEÑOR está en condiciones de tener un diálogo permanente con el hombre, si se mantiene en su Palabra. Lo caduco de la condición humana se cambia en inmortalidad cuando el hombre encuentra su camino de vuelta a DIOS en su misma Palabra. Esta profunda verdad  se revelará  de forma plena con JESUCRISTO.

La palabra del profeta es un camino en el desierto

Los términos en los que se expresa el profeta dan al Mensaje una categoría especial. La plenitud de todo aquello, nosotros lo centramos en JESUCRISTO y hacemos lo correcto; pero, al mismo tiempo, debemos considerar la densidad del Mensaje en el tiempo y lugar vividos por el Pueblo y el profeta. La actividad de éste encuentra un objetivo central: llamar la atención de la presencia de YAHVEH en medio de aquel Pueblo acrisolado por los años de destierro: “clama, profeta, y di a las ciudades de Judá, ahí está vuestro DIOS” (Cf. Is 40,9). La presencia de YAHVEH antes del destierro estaba relacionada con la existencia del Arca de la Alianza ubicada en el Santo de los Santos: allí estaba la sequinab, o gloria de DIOS, donde nadie podía entrar a excepción del sumo sacerdote una vez en el año. Pero la ausencia del Templo y del Arca de la Alianza habían obligado a una reelaboración del culto con unas  disposiciones netamente espirituales: el lugar de culto se había vuelto “un corazón quebrantado y humillado” (Cf. Slm 50,19); pues “ya, SEÑOR no tenemos un lugar  donde propiciarte culto” (Cf. Dn 3,38; Sl 50,18-19).

El poder de DIOS y el poder de la Palabra

Quinientos años antes de la Encarnación del VERBO la acción de DIOS comienza a manifestarse con rasgos propios del Nuevo Testamento. Decimos bien cuando confesamos en el Credo, que el ESPÍRITU SANTO habló por los profetas, aunque la efusión plena del mismo se realizase en el Pentecostés cristiano. La palabra del profeta tiene que trazar nuevos caminos con el Pueblo y su calidad profética es un ámbito de manifestación de la fuerza viva de DIOS: “Ahí viene el SEÑOR YAHVEH con poder, y su brazo lo sojuzga todo. Ved que su salario lo acompaña y su recompensa lo precede” (Cf. Is 40,10). En aquellas circunstancias, el profeta está señalando una acción extraordinaria por parte del SEÑOR, que el Pueblo debió vivir con una gran expectativa. El poder de DIOS se traduce en lo que nosotros conocemos como acción de la Gracia con quinientos años de anticipación. En el Día del SEÑOR serán pagados los salarios y dadas las recompensas: cada uno recibirá por lo que haya hecho y DIOS recompensará según le parezca, porque es libre de hacer lo que quiera con lo que es suyo (Cf. Mt  20,15). En tiempos del segundo Isaías el futuro se está haciendo presente, lo que pertenecía por derecho propio a los tiempos mesiánicos estaba acaeciendo entre ellos. Este modo de actuar por parte de DIOS debe ser tenido en cuenta para acercarnos a las cosas que están por venir, pues puede ser que en cierto grado ya están aconteciendo en el orden de la Gracia. Y de nuevo recapitulamos sobre la poderosa eficacia de la predicación profética como creadora de ámbitos de la acción de la Gracia, y por tanto como verdaderas epifanías  del poder de DIOS.

“Oh, DIOS restáuranos” (Cf. Slm 80,4)

YAHVEH desciende de la tormenta, deja su manifestación imponente, que los israelitas no podían soportar (Cf. Ex 19,16), y se vuelve tan próximo como el pastor lo está con su ovejas, y “a los corderitos los coge en brazos y cuida a las  paridas” (Cf. Is 40,11). Si en algún momento la severidad de la corrección al Pueblo obliga a los profetas a describir la acción del SEÑOR con rasgos inflexibles, esta forma de presentarlo cede en el mismo momento en el que la corrección deja paso a la acción misericordiosa, que tampoco estuvo ausente del tiempo de la corrección. En más de una ocasión la acción de DIOS ha tenido una función restaurativa en el Pueblo en general, y en la persona particular. Cuantas veces haga falta, la paciencia de DIOS va conformando la imagen que cada uno de sus hijos está destinado a presentar delante de ÉL. Por caminos ignorados para uno mismo, el SEÑOR es en realidad el que conoce y prepara los caminos que son más acordes con sus designios.

El Evangelio de JESUCRISTO

Para nosotros la predicación de la Palabra tiene como motivo central el Evangelio, que encierra el Mensaje de DIOS a los hombres traído por JESUCRISTO. Sin rodeo alguno, san Marcos comienza su Evangelio señalando el alfa y la omega del mismo: JESUCRISTO, HIJO de DIOS. Todo lo que vamos a contemplar y meditar en la exposición que hace san Marcos es un desarrollo de esta verdad inicial y fundamental. Sabemos que el término “evangelio” significa “buena noticia”, pero después de recorrer  los cuatro evangelios el término adquiere un significado propio. El HIJO de DIOS viene a este mundo a revelar lo que DIOS está dispuesto a realizar en este mundo, y de forma especial en la vida de los hombres. El Evangelio es una acción del Amor de DIOS en las distintas áreas de la existencia humana para transformar este mundo en Reino de DIOS. A través del Evangelio, que se propaga de forma principal por la predicación, el Amor de DIOS pretende reinar en el corazón de todos los hombres. El Evangelio está ligado a las acciones de JESUCRISTO, y más aún a su misma persona. JESÚS es el CRISTO o MESÍAS, que significa el UNGIDO. JESÚS es el CRISTO, que posee el ESPÍRITU SANTO sin medida (Cf. Jn 3,34), y por eso mismo puede constituirse en la fuente del ESPÍRITU SANTO para todos aquellos dispuestos a integrarse en el Reino mesiánico. San Marcos fija muy bien la posición: JESUCRISTO no es un profeta cualquiera, que hubiera recibido  la unción pertinente a ejemplo de Eliseo (Cf. 2Re 2,9-13), y a partir de ese momento comenzara una predicación; JESUCRISTO es, por otra parte, el UNGIDO de forma única, porque es el HIJO de DIOS. Todas las dificultades padecidas por los cristianos tienen como origen la quiebra de esta verdad fundamental y centro dinámico de la Fe. Juan Bautista predicó la conversión como una vuelta a la autenticidad de la Ley, pero nuestra conversión debe realizarse en un giro permanente a la unión con JESUCRISTO, pues de ÉL deriva la amplitud del Reino de DIOS, las distintas manifestaciones de la TRINIDAD entre nosotros, la visión genuina de la Iglesia; y, por supuesto, la nueva ética derivada del Sermón de la Montaña de san Mateo.

El Precursor

“Envío mi Mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino” (Cf. Ex 23,20; Is  40,3; Mq 3,1). Juan el Bautista es propuesto como aquel que anuncia los tiempos mesiánicos y está en la frontera entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Así fueron los hechos, pero con alguna variante esencial, en lo que respecta a la visión que Juan  tenía del MESÍAS que había de venir y él anunciaba. Juan pensaba que el Día del Juicio de DIOS era inminente y el MESÍAS sería su ejecutor. La cosa estaba a las puertas, y lo que iba a suceder lo describe de forma apocalíptica. El hacha está  puesto en la raíz del árbol, que será cortado y echado al fuego, que no se parece en nada al fuego del ESPÍRITU SANTO con el que va a bautizar JESÚS (Cf. Mt 3,16; Lc 3,21-22). Las llamadas a la conversión hacia determinados grupos religiosos, por parte de Juan, son verdaderamente cáusticas: “Raza de víboras, ¿cómo pensáis escapar de la ira que llega?” (Cf. Mt 3,7). El Precursor pensaba en el Día del Juicio y para ese  Día se acomodaba mucho mejor la visión mesiánica del libro de Daniel sobre el Hijo de hombre, que desciende del cielo (Cf. Dn 7,13-14). Juan Bautista, junto con sus discípulos, llegará a sentir cierto desconcierto por la actuación de JESÚS; y decide, estando en la prisión, que algunos de sus seguidores vayan donde JESÚS a preguntarle de forma directa, si ÉL es el MESÍAS, o deben esperar a otro (Cf. Lc 7,20). Esta falta de visión ajustada por parte de Juan Bautista es una lección que nosotros debemos mantener presente, porque es difícil de asimilar: JESÚS no entiende que el Reino de DIOS deba ajustarse a la ejecución del Día del SEÑOR según la concepción del profeta, y más que profeta, que era Juan el Bautista. Las miradas hacia el futuro, sobre lo que DIOS quería para el hombre y el mundo en general, eran distintas en Juan y JESÚS. La ejecución inmediata de los designios de DIOS estuvo vigente en las primeras generaciones cristianas como se puede comprobar en los escritos del Nuevo Testamento, ofreciendo una muestra de la fuerza mantenida por la predicación del Bautista en consonancia con el ambiente apocalíptico de aquella época. A lo largo de los siglos, y en nuestros días, la tentación de vuelta a una mirada catastrofista acontece cuando los grupos humanos se sienten superados por los acontecimientos. La lucha por la existencia debe buscar medios que ofrezcan a DIOS el protagonismo absoluto para resolver lo que la culpa o la ignorancia han originado. El recurso a esperar la catástrofe en realidad es de cobardes.

Bautismo de conversión

“Apareció Juan bautizando en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados” (Cf. Mc 1,4). Próximo al desierto de Judea podía encontrarse Juan bautizando. Esta ubicación ofrece un gran simbolismo por sí mismo, pues rememora al Pueblo que está a punto de entrar en la Tierra Prometida después de un largo periodo de purificación por el desierto. Ahora, los que confiesan sus pecados, se arrepienten y vuelven su mirada hacia DIOS, pueden poseer de nuevo la tierra con un sentido más espiritual, que los dispone de mejor manera para  encontrarse con el MESÍAS. Allí, en el Jordán acudían de todas partes y de todas las condiciones sociales. Juan tenía una palabra concreta y dispuesta para cada uno de los grupos de personas: fariseos y escribas, soldados romanos, publicanos y personas  en general. Juan el Bautista estaba abriendo una brecha considerable en el orden religioso judío de su tiempo, y no es extraño que surgiese el conflicto, que trascendió pronto al campo político, por lo que fue arrestado. La cuestión del matrimonio indebido de Herodes Antipas con su cuñada Salomé pudo ser la gota que colmó el vaso, al ser denunciado el hecho por el Bautista como recogen los evangelios; pero el asunto  mollar estaba en la corriente religiosa y social que se estaba originando en torno a Juan. De momento Juan no predicaba otra cosa que el cambio ético o moral, pero en cualquier momento, en la visión de los dirigentes políticos, podía levantar en armas a las multitudes contra el Imperio, aunque la revuelta pudiera ser sofocada pronto y resueltamente.

Si los pecados quedaban perdonados por el bautismo de Juan, ¿en qué lugar quedaban la mayor parte de los sacrificios en el Templo? ¿Qué intereses movían a los dirigentes del Templo: intereses religiosos, espirituales, económicos, sociales o políticos? Recordamos la escena de la expulsión por parte de JESÚS de los mercaderes en el Templo (Cf. Mt 21,12). El Templo, la casa del PADRE, debe ser “casa de oración” (Cf. Jn 2,13-16), ¿primaba la oración o los costosos sacrificios de animales de los que los beneficiarios eran los dirigentes del Templo? De forma muy directa, la conversión predicada por Juan Bautista iba dirigida a los responsables de la dirección religiosa del Pueblo de Israel, aunque el Bautista se encontrase en la orilla del Jordán .

La confesión de los pecados

El rito realizado por el Bautista procuraba una forma visible de contrición y renacimiento a una nueva vida. “Venían a Juan de toda Judea y de Jerusalén, para ser bautizados por Juan, entraban en el río confesando sus pecados y Juan los bautizaba” (Cf. Mc 1,8). Empezaba a tener de nuevo valor la confesión  pública o privada, en la que la persona expresaba a DIOS su pecado: “propondré al SEÑOR mi culpa, y TÚ  perdonaste mi culpa y mi pecado” (Cf. Slm  32,5). Una nueva corriente espiritual estaba surgiendo y muchos empiezan a tener a Juan por el Mesías, pero “él confesó sin reservas: no soy yo el Mesías. Detrás de mi viene otro que es más fuerte que yo, al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia; ese os bautizará con ESPÍRITU SANTO” (Cf. Jn 1,20-34 ; Mc 1,8). Juan tenía  un sentido claro del rito que realizaba, al tiempo que estaba lleno de una profunda humildad, y en ningún caso quería, en exceso de celo, méritos que no le pertenecían. El aplauso de la multitud podía haber tocado el alma del Bautista y lanzarse a una empresa para la que no había sido designado por DIOS. Cuando la soberbia nubla el entendimiento es muy fácil que el tentador instale falsas ilusiones en la mente y el corazón del hombre, que le den la vuelta a lo que expresa el Salmo 130: “SEÑOR, no pretendo grandezas que superan mi capacidad” (Cf. Slm 130,1).

Juan vestía de modo inusual

La forma de vestir de Juan y la alimentación salían fuera de lo acostumbrado, sin llegar a la ruptura total con las normas de pureza ritual. “Juan iba vestido de piel de camello y se alimentaba de miel silvestre y langostas” (Cf. Mc 1,6). Estos alimentos rozaban la ilegalidad con la dieta coser, que exigían las normas de pureza de los escribas y fariseos, que presumían de estar preparados a la espera del MESÍAS. Las vestiduras de Juan distaban de las túnicas blancas de los esenios, que a su manera también se consideraban los puros y escogidos para recibir al MESÍAS. El atuendo de Juan visibilizaba la austeridad de su vida, y al mismo tiempo la singularidad frente a cualquiera de los grupos oficiales de carácter espiritual o religioso, como hemos señalado. El roce con la piel del pelo de camello produce una sensación muy distinta  de las túnicas de lino u otro tipo de vestiduras convencionales. Juan es un asceta, que une a su estilo de vida un corazón ardiente por las cosas de DIOS según el espíritu más recio del nazir. Juan Bautista selló con su vida el destino anunciado por el Ángel Gabriel a su padre Zacarías: “No beberá vino ni licores” (Cf. Lc 1,15-16). El carácter de Juan fue asistido por el ESPÍRITU SANTO desde el vientre de su madre, cuando la VIRGEN MARÍA realizó su visita a la casa de Zacarías en Aín-Karim, y la criatura saltó de alegría al percibir la presencia de su SEÑOR” (Cf. Lc 1,41).

Segunda carta de Pedro 3, 8-14

Dejamos para los especialistas los detalles de la crítica textual, y nos ocupamos de las  consideraciones de estos versículos sobre las cuestiones referentes a los últimos acontecimientos. Los dieciséis primeros días del Adviento orientan nuestra mirada en el mismo sentido de la lectura de estos versículos. Son cuestiones que suscitaban  expectativas y en otras ocasiones verdaderas inquietudes rozando la zozobra. Muchos habían conocido a JESÚS en su misión, más de quinientos hermanos tuvieron la experiencia del encuentro con el RESUCITADO, y el deseo de ver cumplida la plenitud de la Revelación distorsionaba bastante las profecías pendientes sobre los acontecimientos últimos. Esta carta se hace eco de los comentarios mordaces, de los que eran objeto las comunidades cristianas, y el apóstol les dice: “tened en cuenta, que un día para el SEÑOR es como mil años, y mil años como un día. No se retrasa el SEÑOR en el cumplimiento de la promesa como algunos lo suponen” (v.8-9). El apóstol señala el motivo principal de este aparente retraso: “EL SEÑOR usa de paciencia con vosotros, y no quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión” (v.9). Dicho de otra forma, “la paciencia de DIOS es nuestra salvación”, y esto es válido para cualquier época. Después de dos mil años, la historia descrita es un mosaico de escenas grabadas a fuego, que refieren luces y muchas sombras con tintes muy oscuros; sin embargo, la humanidad ha seguido adelante hasta el momento presente, en el que nos volvemos a encontrar en una región de frontera. Las decisiones a tomar en los próximos meses pueden determinar muchas cosas trascendentales en el curso de la humanidad en su conjunto; y, sin embargo, haremos bien en seguir apelando a la paciencia de DIOS para que la humanidad supere lo que está a punto de acontecer, aunque se viene gestando desde hace bastantes décadas.  Por otra parte, la experiencia y el sentido común nos dicen que todo lo humano llegará a su término o final por la dimensión material que nos caracteriza. La región espiritual  no es de este mundo y a ella estamos destinados después del tiempo conveniente sometidos a las condiciones físicas. El apóstol hace coincidir este momento con el Día del SEÑOR, “que llegará como un ladrón, y los cielos con ruido ensordecedor se desharán, los elementos abrasados se disolverán y la tierra y cuanto ella encierra se consumirá” (v.10). La presencia del hombre en el planeta es una insignificancia en el tiempo con respecto al cómputo total de años de existencia del planeta y de los años  que puede permanecer dentro del sistema solar, pero podrían suceder acontecimientos cósmicos no previstos. Por otra parte la Parusía del SEÑOR no está determinada por el curso de los astros, y depende en todo momento del designio eterno de DIOS, que siempre tiene como centro de sus decisiones el bien del hombre y su salvación. Ateniéndonos a los textos sagrados el momento de la Parusía pondría el punto final al planeta o al Universo entero en un proceso inverso, al que pudo producirse con el big-ban. Estas últimas apreciaciones no dejan de ser meras especulaciones con poco fundamento, pues la ciencia vierte más incógnitas que certezas, a media que avanza en los descubrimientos astrofísicos. El apóstol exhorta a una conducta irreprochable teniendo en cuenta la grandeza de las promesas dadas por el SEÑOR, pues estamos destinados a un “Cielo nuevo y a una Tierra  Nueva” (v.14) preparados desde siempre para los bienaventurados. La Esperanza cristiana en este tiempo de Adviento nos mueve a una mirada confiada y serena hacia las realidades últimas, que nos esperan gracias a la Salvación traída por JESÚS de Nazaret.

Por Pablo Garrido Sánchez

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