* Los vínculos de larga data del cardenal Kevin Farrell con los Legionarios de Cristo –una congregación cuyo fundador fue culpable de crímenes y abusos atroces– y con el ex cardenal depredador homsexual Theodore McCarrick, son motivo de profunda preocupación.
En estos días críticos, mientras los ojos de los fieles se vuelven hacia Roma con preocupación y esperanza, llega a ser el solemne deber de cada pastor de almas hablar con claridad, guiado no por el miedo o el favoritismo, sino por la luz del Evangelio y la fidelidad a la Esposa de Cristo.
Con gran pesar debo abordar las inquietantes circunstancias que rodean al cardenal Kevin Farrell.
Sus antiguos vínculos con los Legionarios de Cristo —una congregación cuyo fundador fue culpable de crímenes y abusos atroces— ya son motivo de profunda preocupación.
El papel administrativo del cardenal Farrell dentro de esa comunidad durante esos años, especialmente en el ámbito financiero, plantea interrogantes que nunca han recibido suficiente aclaración pública.
Aún más inquietante es su estrecha relación con el excardenal Theodore McCarrick.
Es bien sabido que el cardenal Farrell no solo conocía a McCarrick, sino que fue elegido por él como colaborador de confianza. Los fieles no pueden ignorar la profunda gravedad de esta conexión, especialmente a la luz de la depravación criminal y moral que ahora se revela en el caso de McCarrick.
Las víctimas de abuso, y de hecho todos los católicos que buscan transparencia y justicia, se preguntan con razón cómo tal alianza pudo permanecer indiscutible durante tanto tiempo.
Desde 2019, el cardenal Farrell ha ocupado el cargo de Camarlengo de la Santa Iglesia Romana, un cargo de gran influencia en el gobierno de la Iglesia durante una sede vacante y en la preparación de un cónclave. En esa función, el cardenal Farrell tiene acceso a información e influencia que pocos poseen. Si, como muchos temen, tiene conocimiento de los cómplices y facilitadores de McCarrick, una sombra oscura se cierne sobre cualquier papel que pueda desempeñar en el cónclave, ya sea mediante presión, persuasión o silencio.
En estos tiempos, no carecemos de precedentes. En 2013, el cardenal Keith O’Brien de Edimburgo, reconociendo su propia indignidad, se retiró voluntariamente del cónclave que eligió al papa Francisco. Lo hizo no por obligación, sino en conciencia, entendiendo que la integridad de la Iglesia exigía tal sacrificio.
Por eso, pido al cardenal Kevin Farrell que renuncie a su papel de camarlengo y se retire de participar en el cónclave papal, por el bien de la credibilidad de la Iglesia, por la curación de las víctimas y por el restablecimiento de la confianza entre los fieles, especialmente aquí en los Estados Unidos.
Esto no es un llamado a la venganza ni un juicio a su alma, sino un humilde llamado a la integridad, la prudencia y la caridad eclesial. El silencio ante el escándalo ya no es una opción. Caminemos en la luz para que la oscuridad sea vencida.

MONSEÑOR JOSEPH STRICKLAND.
OBISPO EMÉRITO DE TYLER, TEXAS