La Eucaristía, incluso cuando se celebra de manera oculta o en lugares recónditos, posee un carácter de universalidad, por ello, el cristiano que participa de ella aprende a ser “promotor de comunión, de paz y de solidaridad”. La toma de consciencia de las responsabilidades del ser humano es uno de los mayores problemas que dista mucho de ser ajeno con los principios del Evangelio; los hombres de fe se desarrollan en las realidades que se viven en los distintos ámbitos de la vida social, cultural y política.
Es necesario aprender que todos los ambientes, sean de diálogo o comunión, representan todo un reto, ya que los intereses y las personas que se mueven en los distintos ámbitos son diversos. La presente reflexión está centrada en promover la comunión, la paz y la solidaridad, ¿quién es responsable de la dureza de la vida? El responsable no es Dios, es el ser humano, pues es necesario estar abierto al diálogo, a la sana relación y la convivencia. Todos somos responsables de propiciar el encuentro, la ayuda y la comunión entre los demás. He de reconocer que esta responsabilidad no es de medida humana solamente; la intervención de Dios es el fundamento esencial, sin embargo, tú eres sus manos, sus labios y sus gestos de solidaridad que conllevan a la armonía y la paz.
El hombre ansía la paz desde lo más profundo de su ser, pero a veces ignora la naturaleza del bien que anhela y, lamentablemente, los caminos que sigue para alcanzarla no siempre son los más adecuados. La paz y el bienestar designan armonía, concordia y tranquilad, pero también justicia social; es un bienestar de la existencia humana que vive en consonancia con uno mismo, con los demás y, desde luego, con Dios, es decir, la paz es concordia en una vida que da inicio con mi familia, mis amigos y conocidos, es una confianza continua, con un trato de buena vecindad. Si quisiéramos profundizar, el don de la paz lo obtiene el hombre en la oración y por la actividad de la justicia.
La comunión, la solidaridad y la feliz unión entre un grupo de personas es esencial; ese trato familiar derivado de la comunicación de unos con otros es virtud y todos estamos llamados a ser solidarios con determinación firme y perseverante, empeñados por el bien común, al servicio de la vida y de la esperanza. Hay que promover el compromiso firme de hacer el bien a los demás en la vida ordinaria, familiar y social. Es responsabilidad de todos participar en la Eucaristía, pues nos compromete a vivir en solidaridad con todos los seres humanos, sobre todo con los más necesitados. Por todo ello, celebrar la Eucaristía es aprender de ella y ser promotor de comunión y solidaridad en todas las circunstancias de la vida.
El testimonio personal, lejos de ser una actividad aislada, es una expresión irrenunciable, clara y expedita para cultivar la relación con Dios y hacer el ejercicio cotidiano de compartir no solo los bienes, sino la misma vida. Puedo decir que es posible crecer cuando se cultiva la vida en todas sus dimensiones, ¿cómo es esto? Cultivando la relación con Dios en la Eucaristía.