Trascendental semana, la del Episcopado Mexicano que del 11 al 15 de noviembre realiza la 117 asamblea general en momentos particularmente delicados por la violencia incesante que ha tocado también a los obispos particularmente por el asesinato del padre Marcelo Pérez de la diócesis de san Cristóbal de Las Casas.
Sobra decir que la Conferencia del Episcopado Mexicano, junto con otros organismos eclesiales como la Compañía de Jesús y la Conferencia de Superiores Religiosos de México, emprenden una cruzada nacional por la paz y del resarcimiento del tejido social con el impulso del Diálogo Nacional por la Paz, ahora en una nueva fase cuando el pasado viernes 8 de noviembre, se dio una reunión “estratégica” con autoridades de la Secretaría de Gobernación a fin de plantear lo que todos exigimos y está un punto quizá de los más críticos en la historia: la disolución del estado de derecho, la detonación de las instituciones, el avasallamiento de los poderes, la “dictadura” constitucional y la escalada de violencia que trae aparejada la impunidad y la corrupción.
En medio de esto, la Iglesia católica de México ha desplegado un cauteloso protagonismo que busca hacer que su voz no se vea eclipsada por otras. Ya se sabe que esto fue provocado por el desafortunado asesinato de los jesuitas de Cerocahui. Y el Diálogo Nacional por la Paz busca que la Iglesia sea efectiva interlocutora con una estructura inigualable y que no tiene ninguna otra institución o gobierno.
Este panorama es el que ahora enfrentan los obispos. La 117 asamblea de la CEM tiene, además, otro aspecto relevante: la renovación de sus estructuras y cargos, los más importantes, el Consejo de la presidencia mismo que, desde 2018, ha sido liderado por el arzobispo de Monterrey, Rogelio Cabrera López.
Los seis años de Cabrera López no fueron dulces o armónicos. Inició prácticamente en momentos de turbulencia política que aún continúan con el pretendido gobierno de la transformación. No fueron pocas las veces que la CEM cuestionó la grave situación de millones de católicos mexicanos ante la inseguridad, pobreza y el supuesto beneficio de las reformas que tumbaron a las reformas estructurales del neoliberalismo. Cabrera fue particularmente cercano al presidente López Obrador con reuniones en Palacio, la última de ellas después de las elecciones del 2 de junio donde trató de pasar la hoja de los fuertes cuestionamientos episcopales al gobierno de AMLO y para desear éxitos y bendiciones a la presidenta Sheinbaum.
Cabrera López enfrentó al covid-19 tomando decisiones fuertes e impopulares entre los católicos. Como en los inicios del siglo XX, el cierre de los templos y las limitaciones del culto público provocaron que la Iglesia pasara, como todos, la crisis que le hizo tambalear en recursos; la rápida recuperación postpandémica pasó a otras circunstancias dolorosas: el asesinato de sacerdotes e, incluso, la inseguridad vivida en carne propia por algunos obispos, el caso más difícil, el del emérito de Chilpancingo-Chilapa, Salvador Rangel.
El covid-19 y la recuperación postpandémica dieron pausa a la aplicación del PGP 2031-2033 del cual Cabrera fue de los principales artífices. Aunque ahora estamos inmersos en una Novena Intercontinental Guadalupana hacia el 2031, todavía no se logra descender al nivel del pueblo de Dios las implicaciones de este hecho, el cual definirá en mucho el futuro del catolicismo. En los dos períodos de Cabrera, se vio la sucesión de dos nuncios: Franco Coppola y el actual, Joseph Spiteri, diplomático que ha tenido un papel más bien discreto y muy cauteloso, incluso ya cuestionado al seno del Episcopado y destaca, además, los dos encuentros eclesiales nacionales para escuchar la voz de la Iglesia de México
Sin embargo, en materia moral, la Iglesia ha perdido influencia. La descristianización es apabullante en zonas urbanas. En los dos períodos de Cabrera, hubo un avance contundente del aborto. Al terminar su presidencia, se asoma la posible abrogación de este delito del Código Penal de la capital del país que podría generar un efecto dominó. Mensajes pastorales al respecto trataron lo que políticamente es correcto y deseado, sin condena alguna a los impulsores de la industria del aborto.
Así estos puntos, el próximo presidente de la CEM abrirá un período nada cómodo ni sencillo, especialmente en las relaciones con el gobierno que podrían apuntar hacia una reforma del marco legal para actualizar, siempre a conveniencia de la llamada 4T, el marco constitucional y legal en materia de libertad religiosa y de asociaciones religiosas y, sobre todo, para apuntalar el Diálogo Nacional por la Paz, la apertura del jubileo 2025 y la conducción de la Iglesia hacia los años 2031-2033.
Algunos obispos tienen un perfil adecuado para lo anterior. Para eso, los prelados de las diversas provincias deberán decantarse por el mejor para advertir en el Episcopado Mexicano la unidad y garantizar que la voz de la Iglesia sea fuerte y, sobre todo, escuchada.
Una sucesión natural sería la del arzobispo de Yucatán y actual vicepresidente de la CEM, Gustavo Rodríguez Vega. Del clero de Monterrey, su cercanía al saliente presidente de la CEM podría generar un consenso adecuado para tomar las riendas del Colegio de obispos. Destaca del arzobispo Rodríguez Vega su papel en la Red Eclesial Latinoamericana y Caribeña de Migración, Desplazamiento, Refugio y Trata de Personas, cargo que dejó en 2023. Esto no pasó desapercibido ya que en mayo de ese año fue electo presidente de Cáritas América Latina y El Caribe, influyente y poderosa organización cuyos recursos humanos y materiales son el músculo de la Iglesia para afrontar las situaciones más apremiantes. El V arzobispo de Yucatán cumplirá 70 años en marzo de 2025.
No se pasa por alto el perfil del segundo vocal de la CEM, el actual arzobispo de León, Jaime Calderón Calderón. Asumió ese importante arzobispado apenas en agosto pasado. Su último encargo era el de llevar las riendas de una diócesis no menos complicada, la de Tapachula, con los graves problemas migratorios. Jaime Calderón tiene un “plus” que es el querido por el Papa Francisco, es miembro ordinario del sínodo de los obispos y quienes le conocen, le dan por un interlocutor y mediador.
Se recuerda cómo Calderón se despidió de Tapachula, con un duro mensaje denunciando las terribles condiciones del Estado de Chiapas: “Al rezago y la pobreza ancestral que han padecido, ahora tienen que sumar: vivir secuestrados en sus comunidades, pagar el derecho de piso (…), ser obligados por turnos para estar en los retenes que impiden el libre tránsito llamados filtros -so pena de ser multados y agredidos si no cumplen con este deber impuesto-, pagar a precios muy altos la escasa mercancía que se vende en los negocios que de sus ganancias deben sacar la cuota que les dé derecho a mantener su trabajo y, en últimas fechas -20 y 22 de julio del 2024-, ser amedrentados, amenazados y obligados a participar como escudos humanos en los enfrentamientos de los cárteles de la droga”, escribió en julio pasado.
Su traslado a León, mientras las nominaciones y elecciones a diversos episcopados se acumulan y salen a cuentagotas, es un signo que también podría apuntar al área de influencia de otro arzobispado importante, el de Guadalajara. A favor de Calderón hay otro factor, es un clérigo joven con apenas 58 años.
Otra figura que descolla en esta sucesión es la del secretario general de la CEM, Ramón Castro Castro. Su paso por el Consejo de la presidencia del organismo episcopal ha hecho que, prácticamente, tenga la experiencia en casi todos los cargos. Ha sido tesorero en el primer trienio de Cabrera López y secretario en este segundo lo que le facultaría a optar por la reelección en la secretaría; Castro, sin embargo, ha asumido un rol fundamental en el Diálogo Nacional por la Paz y ha sido de los obispos que ha hablado de forma contundente sobre la violencia organizando, en una importante proporción, las diversas jornadas nacionales de oración.
Su habilidad diplomática no está fuera de sintonía con el carácter profético que ha asumido en la conducción de su diócesis. Castro Castro ha padecido serias afrentas y amenazas, ha convocado a multitudinarias marchas por la paz, construyó una red de paz y su diócesis ha sido el foco de atención de poderosos y políticos. Si el Episcopado Mexicano opta por seguir adelante en el resarcimiento del tejido social, sin duda el perfil del secretario general sería el adecuado para la presidencia, pero no así para el gobierno en turno quien lo podría ver con cierto recelo. Aunque se ha dicho que por “compromisos pastorales” el obispo de Cuernavaca no estuvo en la estratégica reunión con la secretaria de Gobernación, su ausencia hace pensar que su interlocución no es muy cómoda para la presente administración. El obispo de Cuernavaca cumplirá 69 años en enero.
Así, la 117 asamblea de la CEM concentrará sus esfuerzos en elegir al mejor pastor en la presidencia. Otros nombres podrían estar en la palestra como el del arzobispo de Xalapa, Jorge Carlos Patrón Wong, cuya experiencia vaticana podría ser importante en esta sucesión o el del actual tesorero de la CEM y cercano a Cabrera López, el arzobispo de San Luis Potosí, Jorge Alberto Cavazos Arizpe, incluso se rumora de otros arzobispos aspiracionistas que buscan tener de nuevo la presidencia de la CEM a pesar de haber pasado por dos trienios, sin embargo, sus pretensiones se asumen en eso, anhelos sin éxito.
No obstante, el momento que vivimos requiere de liderazgos fuertes que requieren consolidar el papel de la Iglesia como Madre y Maestra, especialmente cuando México vive circunstancias dolorosas y difíciles. Requiere de un liderazgo en el que la Iglesia está “llamada a aportar, de manera humilde, respetuosa, dialogante, incluyente, a la vez que valiente y profética, lo que le es propio desde su fe, a la construcción de este “santuario de vida” que es nuestra sociedad, para que nadie se quede fuera y pueda tener las condiciones necesarias para vivir con dignidad sin ninguna clase de exclusión… para reconstruir este “santuario sagrado” que es nuestra Iglesia, como el Pueblo de Dios que desea anunciar y dar testimonio de la alegría del Evangelio, en comunión y fraternidad cristiana”. (PGP 2030-2031, No.170).