El Evangelio de este domingo nos cuenta que Jesús se sentó frente al alcancía del templo de Jerusalén y se puso a observar a las personas que depositaban ahí su limosna. El Evangelio dice que muchos ricos daban en abundancia. Llama la atención que lo hicieran porque generalmente los ricos son quienes menos dan, pero Jesús no se admira de ellos sino, de una pobre viuda que da dos moneditas de poco valor, pero que era todo lo que le quedaba para vivir.
Jesús le dice a sus discípulos: “Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos porque los demás dieron de lo que le sobraba, pero esta, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir”. Efectivamente, no hay mérito en dar lo que nos sobra, pero a veces ni siquiera somos capaces de eso argumentando que nunca nos sobra nada, que no tenemos, que no hay y ese apego enfermizo a los bienes se llama avaricia y es un pecado grave porque hace de los bienes un Dios, seca el corazón de quien se apega a ellos y priva de lo necesario a los demás.
La madre Teresa de Calcuta decía que hay que dar hasta sentir dolor, es decir, no des de lo que te sobra sino aquello que incluso te duele dar y desprenderte, es como podar las ramas de un árbol sabiendo que este dolor y sacrificio le hará bien porque es el precio a pagar para que produzca mucho fruto.
Lo cierto es que cuando empiezas a ser generoso, te cuesta, te duele, pero después, una vez que hayas purificado el corazón y ordenado los afectos lo harás con alegría, experimentarás eso que decía San Pablo: “Hay más alegría en dar que en recibir”. A Jesús le admira la generosidad de los pobres, no la de los ricos. La verdadera generosidad no está en dar lo que sobra, sino en dar todo lo que se tiene para vivir.
La generosidad da alegría, libertad, incluso te purifica de tus pecados; por el contrario, la avaricia seca que el corazón, te hace desconfiado, amargado, infeliz; vives con mucho miedo cuidando que no disminuyan tus bienes y que nadie se apropie de ellos y te causa amargura porque sabes que, al final, no te llevarás nada y otros disfrutarán lo que tú hiciste con tanto trabajo y esfuerzo.
“Señor Jesús, enséñame a ser generoso como lo es el Padre celestial que alimenta a las aves del cielo y viste los lirios del campo. No permitas que mi corazón se apegue a los bienes materiales, más bien hazme bondadoso y desprendido con quienes lo necesitan sin esperar recompensa por lo que, de hecho, es mi obligación cristiana. Que mi corazón sea generoso y alegre en dar como tú lo haces conmigo. Feliz domingo, ¡Dios te bendiga!