El domingo pasado, Jesús nos animaba a decidirnos y a no ser seguidores suyos a medias tintas. Hoy en el Evangelio, nos invita a evitar tantas deformaciones que pueden darse y que cuestionarían nuestra fe. No olvidemos que nuestra relación con Dios pasa a través de la atención al hermano necesitado. Mostramos que hemos encontrado a Dios si tenemos la valentía de encontrar al hermano.
Los opositores de Jesús son los fariseos y escribas; personas conocedoras de la ley y practicantes de una religión que se había apartado de Dios para centrarse en tradiciones muy humanas. Se habían contentado con practicar ritos, prácticas alejadas de Dios. El legalismo farisaico hacía observantes que se acomodan a las normas, pero no eran capaces de captar el espíritu de la ley.
A Jesús le dirigen una pregunta inquisitoria: “¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores?”. Jesús les contesta con la palabra “¡hipócritas!”.
Reflexionemos:
- El peligro que corre toda religión. En todas las religiones encontramos elementos o prácticas que nos llevan a esa relación con Dios. Los judíos no son la excepción; fueron aumentando prácticas a los mandamientos y en tiempos de Jesús, eran más importantes las tradiciones que los mandamientos, tradiciones que ahogan a la persona.
Nosotros como cristianos del siglo XXI no estamos lejos de correr ese peligro. Nos quedamos con una religión maquillada, cuando observamos las formalidades externas, dejando a un lado el centro de la fe. El riesgo es una religiosidad de apariencia; aparentar ser bueno por fuera, descuidando purificar el corazón. ¿Qué prácticas estamos realizando como católicos? ¿Acaso rezamos el Rosario, participamos en peregrinaciones o procesiones, vamos a Misa y hasta comulgamos? Pero ¿qué pasa?, porque sigo enemistado con mis vecinos, no atiendo a mis padres, guardo resentimientos, no me detengo ante el necesitado, critico destructivamente a los demás, etc. y además, me justifico echando la culpa a los otros. Y así, podemos vivir una religiosidad de las apariencias. Jesús nos sigue invitando para que analicemos ¿cómo vivimos nuestra fe? Evitemos que nos diga “¡hipócritas!”, que nos contentamos con la apariencia. Busquemos la voluntad de Dios y practiquémosla. No caigamos en practicar una religión sin Dios.
- Sobre la pureza. Iniciemos diciendo que el judío tenía designados ciertos acontecimientos que hacían a la persona impura, como: comer carne de puerco, entrar en contacto con la sangre, tocar un cadáver, pisar territorio samaritano, etc. Pero la pureza en las comidas, el “lavarse las manos antes de comer”, era una práctica que debían realizar los sacerdotes antes de ofrecer un sacrificio; aplicaban las tradiciones a su conveniencia.
Jesús deja en claro, qué es lo que mancha al hombre; “no es lo que entra”, las cosas no son puras o impuras, “sino lo que sale del corazón del hombre”, es decir, las personas sí pueden caer en impureza por sus decisiones… En la mente del ser humano se conciben las cosas, se aceptan o se rechazan y de allí bajan al corazón y allí se da la voluntad de realizarlas o rechazarlas. Es allí donde Jesús invita para que se tenga cuidado, donde debemos poner atención y purificar aquellos pensamientos que pueden hacerse actos y apartarnos de Dios. Es allí dentro de nuestro ser donde debemos practicar la pureza, evitar la mancha o la contaminación. Jesús, además, menciona un elenco de vicios que pueden concebirse dentro del mismo ser humano, un catálogo de las maldades que salen del corazón: “Intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad”. ¡Qué retrato de una sociedad corrompida! ¿Acaso no se parece esta descripción a lo que está ocurriendo hoy, más que nunca, en nuestro País y en nuestro mundo, la corrupción, el fraude a ojos vistos? ¿Hasta dónde estamos contaminados de estas maldades los que nos decimos seguidores de Jesús? Si se practican esas maldades, vuelven a la persona incapaz de entrar en comunión con Dios. Esos actos son los que incapacitan al ser humano y lo vuelven impuro.
Hermanos, Dios no se contenta con la fachada, sino que entra a echar una mirada al interior de la casa. No confía en la buena cara y su maquillaje, entra al corazón, echa una mirada a lo oculto, aquello que queda escondido a nuestra mirada. Por eso, echemos una mirada a nuestras personas y veamos si hay distinción entre lo que llevamos “dentro” y lo de “fuera”, si es así, estamos marcados por la hipocresía; estamos centrados en el legalismo externo.
No olvidemos hermanos, Jesús coloca el corazón como la fuente de las acciones; podemos decir, es la conciencia donde maduran las convicciones profundas, donde se fraguan las decisiones, donde se determinan las orientaciones de la vida. Lo externo ha de ser la expresión de lo que ha crecido en ese lugar secreto; no la máscara, el camuflaje, la apariencia… no nos contentemos con ese culto exterior; esa observancia de las rúbricas. Hermanos, no nos vaya a suceder que tengamos nuestras manos limpias y olorosas, pero que del corazón se desprenda un olor a podredumbre. No perdamos de vista lo fundamental, lo que Dios quiere. Jesús pone en evidencia las deformaciones que nos llevan a poner más atención en “prácticas externas” que en procurar la unión del corazón a Dios; a “aparecer buenos”, más que “serlo de verdad”, por eso, cuidémonos, porque no sea que tengamos mucha pureza de manos y mucha suciedad en el corazón. Tengamos presente que Dios no escucha tanto el canto de nuestros labios, cuanto el canto de nuestro corazón.
Hermanos, preguntémonos: ¿Cuál es mi forma de vivir en el seguimiento de Jesús? ¿Mis actitudes son más farisaicas que cristianas? Para ser más fieles seguidores de Jesús, cuando tengamos que emitir un juicio, nunca olvidemos emitirlo con misericordia.
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!