El motu proprio emitido el 16 de julio por el Papa Francisco pone en entredicho la aplicación de la Summorum Pontificum de Benedicto XVI restringiendo la celebración de la forma extraordinaria. ¿Con qué resultado?
La crisis provocada por la publicación del motu proprio no puede más que preocupar a cualquier observador de la vida eclesial desde hace medio siglo. Parafraseando la famosa fórmula del padre Yves-Marie Congar, siempre se puede condenar una respuesta cuando es falsa, pero nunca se puede condenar una pregunta. Compartamos pues algunas preguntas y reflexiones.
Vuelta hacia atrás
1) Aquí estamos, de vuelta a la época del indulto de 1984, que autorizaba, bajo drásticas condiciones, el uso del misal de 1962. Las condiciones son aún más severas hoy en día, ya que ahora un obispo, sucesor de los Apóstoles, debe consultar a la Santa Sede antes de autorizar a un sacerdote recién ordenado beneficiarse de estas disposiciones. Pero, desde entonces, la Iglesia ha reconocido las legítimas aspiraciones de muchos fieles vinculados a lo que se convirtió en 2007 en «forma extraordinaria del rito romano», estableciendo así un derecho, una reivindicación justa, una oportunidad para la Iglesia y su misión. A partir de ahora, estos fieles ya no son reconocidos, están de más en el seno del pueblo de Dios. Las vocaciones que han suscitado, las escuelas que han abierto, los movimientos de espiritualidad que han animado, las peregrinaciones que han renovado, las asambleas que han constituido, las familias que han fundado y sostenido todo esto ya no cuenta para nada.
Recepción del Vaticano II
2) La cuestión central parece ser la de la recepción del Concilio Vaticano II y la reforma litúrgica que ha suscitado. Ante la pluralidad de interpretaciones y de puestas en práctica de las reformas conciliares, San Juan Pablo II ofreció a la Iglesia dos instrumentos, dos vectores para permitir a los católicos integrar y asimilar la doctrina de la fe y el comportamiento evangélico que implica, a saber, el Código de Derecho Canónico de 1983 (así como el Código de los Cánones de las Iglesias Orientales de 1990) y el Catecismo de la Iglesia Católica de 1992. Sin embargo, la mayoría, por no decir la totalidad, de los fieles adheridos a la misa tradicional han trabajado estos últimos años para difundir, aprovechar y comunicar las enseñanzas del magisterio. Nunca han cuestionado la codificación actual y sus sacerdotes lo aplican con un cuidado escrupuloso. Si no fuera así, los pastores les habrían con toda seguridad recordado su deber, como no dejan de hacer con todos los sacerdotes que les han sido confiados.
El concilio convertido en tótem
3) La crisis actual también debería permitir cuestionarse sobre el carácter «totémico» de la evocación o de la invocación del Concilio por parte de muchos. Sin embargo, partes enteras de la doctrina conciliar, especialmente cuando se hace eco de de la Tradición más establecida, se pasan hoy por alto, son silenciadas, ignoradas, incluso se las contradice, y además por la propia jerarquía. Los ejemplos sobre la renovación de la liturgia son demasiado conocidos para citarlos aquí. En el ámbito de la misión, ¿cómo hacer compatible, por ejemplo, la afirmación de Dignitatis humanae, proclamada solemnemente en su preámbulo: “Creemos que esta única y verdadera religión subsiste en la Iglesia Católica y Apostólica” con la Declaración de Abu Dhabi sobre la diversidad de religiones como expresión de una “sabia voluntad divina”? Los ejemplos podrían multiplicarse. Por lo tanto, está bien claro que justificar las actuales medidas por un supuesto rechazo del Concilio parece un poco miope…
El colapso del catolicismo
4) La crisis que se abre ahora tiene lugar en un contexto particular, el del colapso del catolicismo en Occidente. Tras el optimismo de fachada de los años 70, la expectativa de una primavera eclesial, de un nuevo Pentecostés, versión católica de ese mañana más brillante que cantan (a menos que sea una gran noche…), tenemos que mirar la situación de cara para poder evaluar finalmente las reformas introducidas en la Iglesia durante el último medio siglo, examinando los resultados obtenidos. Es muy normal probar nuevos enfoques misioneros y apostólicos, y es saludable permitir a los fieles laicos plena libertad de iniciativa, ya sea personal o comunitaria (el derecho de asociación también existe en la Iglesia), pero entonces es necesario, por una parte, asegurarse de la plena conformidad de estas iniciativas con la doctrina católica, y por otra, hacer de manera regular un balance para juzgar de la autenticidad del testimonio evangélico. En cuanto a los fieles, se debe respetar también su derecho a vivir según una determinada espiritualidad y tradición litúrgica cuya legitimidad es fruto de la historia. En este contexto tan particular, también es necesario interrogarse sobre las reacciones desproporcionadas que provoca en muchos de nuestros pastores la mera mención de la tradición litúrgica. La expresión de un resentimiento tal, de un odio tal, constituye el signo de una amarga psicología que impide toda lucidez. Los «tradis» como mala conciencia de la Iglesia de Francia…
Una sana pluralidad
5) Todos tenemos que examinar nuestra conciencia, pero todos tenemos también derecho a existir, ya que la Iglesia reconoce sabiamente una pluralidad de maneras de vivir nuestra identidad cristiana y nuestra pertenencia a Cristo. Los fieles que se han beneficiado de las medidas de Summorum Pontificum deben recordar con firmeza ese derecho que tienen y que se les ha reconocido. Es también misión de sus sacerdotes, sean o no miembros de las comunidades llamadas antiguamente Ecclesia Dei, apoyarlos con valor y humildad. Tengamos un pensamiento especial para los futuros delegados episcopales encargados de la aplicación del motu proprio. Procurar llevar a los fieles a renunciar a lo que más aprecian después de Cristo, su Madre y la Iglesia, no es una misión muy envidiable y conlleva una contradicción que importante. Igualmente, esperamos también de los pastores que tienen a su cargo, de forma ordinaria, a estos fieles tradicionales, así como de los periodistas que se interesan por estos temas, que evitarán buscar chivos expiatorios para la actual repartiendo puntos positivos y certificados de buena conducta, sino que buscarán más bien sostener el buen combate llevado a cabo por quienes no tienen intención de desaparecer sin decir nada…
P. Laurent-Marie Pocquet du Haut-Jussé, SJM.
L’Homme Nouveau.