El evangelio de este domingo (Jn 15, 1-8) utiliza la imagen de la vid y los sarmientos. Jesús se presenta como la vid verdadera e invita a sus discípulos a permanecer unidos a él para producir frutos abundantes. Con esta imagen de la vid y los sarmientos se nos explica la relación entre Jesús y sus discípulos así como los resultados que esa relación debe producir. No basta decir que somos cristianos, se necesita demostrarlo con resultados.
Ahora bien, el momento fundante en el que fuimos incorporados a Cristo, vid verdadera, fue el momento de nuestro Bautismo (Cfr. Rm 11, 16). Allí recibimos el Espíritu Santo y fuimos transformados en nuevas creaturas. Nuestro bautismo fue por lo tanto un momento esencial para nuestra vida cristiana, allí empezó la relación sacramental con Dios y por eso es fundamental mantener esa relación de permanencia.
Permanecer unidos a Cristo significa mantenerse fieles a los compromisos bautismales; tratar de vivir las enseñanzas que Cristo nos presenta en el Evangelio; estar en comunión con el amor de Dios, es decir dejarse amar por él, ser conducidos por su espíritu de amor y no obstaculizar su gracia.
Permanecer con Cristo significa además cultivar un proceso de madurez espiritual, es decir hacer que nuestra fe crezca y que produzca frutos abundantes en obras buenas. Jesús dice: “El que permanece en mí ese da muchos frutos”.
Cuanto mayor es la permanencia con Cristo y la comunión con él, tanto mayor es la participación en su amistad y en su vida divina así como nuestra proyección espiritual.
Esta comunión con Dios se mantiene o se cultiva a través de 4 cosas. Por medio de la escucha frecuente de la Palabra de Dios, a través de la frecuencia de los sacramentos, especialmente con la Sagrada Eucaristia: “quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6, 56). Y por la práctica de las buenas obras. No nos amemos solo de Palabra, amémonos de verdad y con las obras.
Pbro. José Manuel Suazo Reyes