Ya han pasado 40 días de la Resurrección del Señor y hoy celebramos esta fiesta de la Ascensión, el triunfo definitivo de Cristo o su marcha gloriosa a los cielos. Es uno de los artículos de nuestra fe: “Subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre”. El Papa Benedicto recordaba con insistencia que el cielo no es una realidad cósmica, un lugar concreto del universo localizable más allá de las estrellas, el cielo es Dios mismo, el estar de Jesús en Dios, el adentrarse del Señor en Dios. No es que se haya marchado y tengamos que sentir la orfandad, Jesús sigue estando presente de una manera distinta; podemos decir que llegó el tiempo de los apóstoles, llegó el tiempo de que la Iglesia naciente comparta con los demás la experiencia que ha tenido de Jesús.
Teológicamente la Ascensión es una consecuencia de la Resurrección. El que ha vencido a la muerte, el viviente, no podía estar destinado a una vida en las coordenadas del tiempo y del espacio. La Ascensión es una vuelta al Padre, pero lleva nuestra humanidad. El Resucitado se lleva consigo la humanidad que asumiera en el seno de María. Como lo dice san Ambrosio: “Bajó Dios, subió hombre”. El que descendió era sólo Dios, el que ascendió era Dios y hombre. Jesús no se va, simplemente deja de estar visible; con su Ascensión no nos deja huérfanos, sino que vive entre nosotros con otras formas de presencia.
Hoy quiero centrarme en esa necesidad de volver a Dios. El contexto que nos conduce a la reflexión, es lo que el Resucitado dice: “Está escrito que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados”.
Destaquemos la necesidad de volverse a Dios, ya que pareciera que en nuestra sociedad no tiene cabida Dios; como dicen algunos autores: ‘Dios fue expulsado del mundo’, o como dirá Henry de Lubac: ‘No es verdad que el hombre no pueda organizar la tierra sin Dios. Lo cierto es que, sin Dios no puede, más que organizarla contra el hombre’; este pensamiento está muy encarnado en la actualidad.
Los ateos declaran que Dios no existe; Nietzsche formula la muerte de Dios; el mundo actual ha quitado de su cuestionamiento a Dios y vive sin importar si Dios vive, muere o no exista, se ha caído en la indiferencia. Por eso, analizando la sociedad en la que nos ha tocado vivir, esas palabras que escuchamos en el Evangelio “la necesidad de volverse a Dios”, nos cuestionan y hacen que pongamos los pies sobre la tierra. Esa vuelta a Dios ¿cómo debe ser? ¿a qué ‘dios’? Los sistemas políticos hacen a Dios a un lado, pero desean traer el cielo a la tierra y lo prometen; recordemos la torre de Babel, que se construye sin Dios, no para alcanzar los cielos desde la tierra, sino para bajar el cielo a la tierra.
El gran escritor ruso Dostoievski desde 1880 escribía: ‘Si Dios no existe debemos inventarlo’; parece que se dio cuenta que el ser humano, solo, no puede. El ser humano para reafirmar su libertad, su autonomía, su autosuficiencia, se ha dedicado a negar a Dios, a sacarlo de su vida. Con el avance de la ciencia y la tecnología se busca dar explicación a todo, pareciera que la existencia de Dios no tiene cabida. Pero el ser humano se sigue enfrentando al misterio, ese misterio que no se puede explicar con la ciencia.
Es sabido que la posmodernidad centrada en los avances tecnológicos, en lugar de que conduzca al ser humano a la plenitud, lo está deshumanizando; de allí que tengamos una “necesidad de volver a Dios”, una verdadera vuelta, no simplemente un volver a practicar ritos o engrosar las filas de la Iglesia. Para volver a Dios, primero debemos darnos cuenta que nos hemos alejado de Él, que hemos llevado una vida bajo criterios mundanos; o quizá darnos cuenta que, nuestra relación con Dios ha sido muy superficial.
¿Cómo volver a Dios en un mundo como el nuestro? Quiero proponerles estos cinco lugares, especialmente epifánicos:
1o- La comunidad, volver a la comunidad, porque “donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”, dijo Jesús. La comunidad es lugar privilegiado de encuentro con el Señor, es sacramento permanente y personalizado de Cristo.
2o- La Eucaristía, donde la presencia del Señor se hace más viva, fuente y culmen de la vida de la Iglesia, sacramento invaluable.
3o- La Palabra, porque el Señor sigue enseñándonos, sus Palabras no pasan: “El que a vosotros escucha, a mí me escucha”, nos dice.
4o- El pobre, el niño, el que sufre, porque “lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”, sacramento entrañable de Cristo doliente.
5o- El corazón de todo creyente, del que ama, porque dijo el Señor: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra y vendremos a él y haremos morada en él”, sacramento vivo de Cristo.
Tobías 13,6 nos motiva: “Cuando ustedes se vuelvan a Dios de todo corazón y con toda el alma, actuando con sinceridad ante Él, Él también se volverá a ustedes y nunca más les ocultará su rostro”.
Hermanos: ¡Volvamos al Señor!
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo de Resurrección para todos!