Voces de bronce, el clamor por los que nos faltan…

Guillermo Gazanini Espinoza
Guillermo Gazanini Espinoza

Cada parroquia y templo tiene una voz de bronce.  Su significado se pierde en el tiempo, pero permanecen, perduran y anuncian, lo mismo gozo y alegría como lamento y denuncia. Son las campanas, instrumentos magníficos que adornan catedrales o bendicen sencillos oratorios

Con un significado teológico perdido por los vaivenes de la modernidad litúrgica, las campanas son fósiles de una era de esplendor donde sus repiques y tañidos anunciaban momentos especiales en la vida de la comunidad. Su origen viene de la antigua liturgia romana. Se piensa que san Paulino, obispo de Campania, fundió las primeras  en el siglo V y en el 604, el Papa Sabiniano, el de las reformas económicas para acabar con la hambruna en Roma, ordenó colocarlas en lugares destacados de los templos romanos.

Las campanas tuvieron carta de nacionalidad desarrollando una teología propia. Los maestros campaneros subían a las torres para efectuar los conciertos que pautaban la vida de una comunidad. Con historia y vida propias, majestuosas e impresionantes, su voz fue imponente. Y esas voces tuvieron nombres. Dedicadas a los santos patronos y ángeles, con inscripciones que daban cuenta de su fundición y origen.

En el Nuevo Mundo, la fe cristiana llegada de Europa hizo que las campanas impusieran el anuncio de la Buena Noticia. Diez años después de la Conquista, el cabildo del obispado de México determinó el repique de campanas en el momento de la elevación de las especies eucarísticas. Un edicto del arzobispo de México, Francisco Antonio Lorenzana y Butrón, de 1766, reguló el abuso de su tañido debido a los “muchachos que lo hacen (por) diversión”. La voz de las campanas escribía el arzobispo, era el sonido por el que “huyen los espíritus malignos, no nos dañan los rayos, porque están rociadas con agua bendita, ungidas con el óleo de los enfermos y últimamente con el santo crisma, y aún la sola bendición sin consagración tiene admirables efectos como lo expresan las devotas oraciones de la Iglesia…”

Cuando la catedral de México estuvo edificada, se dice que sus 28 campanas hicieron el repique de alegría más largo en la historia del México independiente cuando el Ejército Trigarante entró a la capital para la consumación de la Independencia y similar acción se dio en el 2000 con el nuevo milenio de la era cristiana.

Antes de las reformas conciliares, las campanas tenían toques con significados concretos. Sea civil o litúrgico, su tañido era una voz que “ordenaba” los que los ciudadanos o fieles debían observar; toques de oración de alabanza a Dios conforme a las Horas del día, fiestas, el anunció de la principal hora, el Ángelus; el toque de la tarde para acabar con la jornada o el llamado a misa o el anuncio de un nuevo pastor para la diócesis; los toques de alzar anunciaron el exaltación del cuerpo y sangre de Cristo o fúnebres como las del viático, la comunión de la persona que agoniza y entregará el espíritu al creador. Muchos de esos repiques se prestaron a abusos lo que obligó a una estricta regulación que emitió el vicario capitular del arzobispado de México en 1847 para determinar los tiempos que deberían durar los distintos toques de campanas.

En Semana Santa, esas voces son protagonistas del misterio pascual. En el viernes, el luto por la muerte de Nuestro Señor, sus voces se apagan y el silencio permanece para prorrumpir en un desborde de alegría, la noche de la vigilia pascual en el anuncio de la resurrección.

No obstante, las campanas no anunciaron siempre regocijo. Su voz se ensombrecía por acontecimientos funestos o por la visita de la muerte. Lo mismo advertían de las tormentas y, litúrgicamente, de sucesos fúnebres. Algunos pueblos usan las campanas u otros instrumentos en recuerdo de hechos aciagos de la historia. En Israel, por ejemplo, todo se detiene cuando las sirenas tocan en memoria del Yoam Ha Shoá, el día del Holocausto, para que el pueblo tenga memoria y en el tiempo no se pierda el significado de ese capítulo llorando a sus difuntos y gritando al mundo: ¡Nunca más!

Hoy 20 de junio, las campanas de las iglesias de México tañen por las víctimas de la violencia y los desaparecidos. Quizá sea el inicio de un día de la memoria precisamente cuando se cumple un año del sacrificio de dos ancianos sacerdotes en Chihuahua. A las tres de la tarde, la hora nona de la muerte de Nuestro Señor en la cruz según la tradición, para que esto sea un clamor por los que nos faltan, con las voces de bronce que también gritan por la justicia que debe sembrarse en medio de nosotros (Os 10, 12)

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