Es importante acotar que la finalidad del discurso escatológico de San Mateo no es describir el futuro, sino orientar a los discípulos hacia él y llamarlos a vivirlo en vigilancia y aquí, el cuándo (cfr. 24, 3) no tiene relevancia. Pues lo importante es que el discípulo sepa el camino que ha de recorrer para no comprometer el futuro; en donde sí es de suma importancia es el cómo vivimos aquí y ahora para poder recibir al Señor que ya viene. Para la reflexión, nos enfocaremos a tres puntos:
Primero, hay que hablar del tiempo, esa realidad en la que estamos inmersos tan cotidianamente; vivimos de acuerdo a los números que avanzan y cambian sin pausa en la carátula de nuestro celular… se nos escurre entre la piel, sin darnos cuenta y lo malgastamos en superficialidades, o lo desperdiciamos en trivialidades… gastamos tiempo en peleas con nuestros seres queridos, dejamos que se vayan las horas, a veces los días y los años, sin hablarle a aquel con quien nos disgustamos, para luego caer en arrepentimientos cuando ya es demasiado tarde… algunos otros se pierden en el alcohol, quizá como una fuga de su realidad, quizá como un acto de placer para el cuerpo o un mero influjo de los otros… hay quienes prefieren perderse en el trabajo, seducidos y auto-engañados por la idea de progreso, competitividad y desarrollo, cuando en realidad se sumergen en una rutina de auto-explotación y auto-esclavitud… todo por ganar unos pesos más para sobrellevar una crisis económica que nos dicen que no existe, pero vemos que es real al momento de hacer las compras de la despensa… ahí, en ese contexto, es importante tener en cuenta que no es tiempo lo que gastamos, en realidad es vida y en esa vida, ausentes de Dios… una vida que no está garantizada, hoy estamos aquí y en un instante podemos haber partido, a veces sin decir adiós, por lo imprevisto de una enfermedad, lo trágico de un accidente o víctimas de algún delito. Así es que el Santo Evangelio, en medio de todo esto que vivimos, nos invita a hacer una pausa, a volver la mirada hacia Aquel que realmente puede darnos luz para iluminar nuestra penumbra… ya se acerca y está muy próximo, pero no sabemos cuándo.
Segundo punto, este tiene que ver con el conocimiento. La ciencia ha dado grandes pasos; sabemos más del desarrollo biológico, emocional y social del ser humano, se estima con cierta certeza la edad cronológica mayor que puede alcanzar este mismo, han podido explicarnos el recorrido que debe hacer la gónada masculina para fecundar el óvulo, sabemos ya de lo minúsculos que somos en el basto universo así como del magnífico microcosmos que constituimos cada uno de nosotros y de la hermosa anatomía con la que deambulamos todos los días; de igual modo, hemos rasgado el conocimiento sobre el ADN; no obstante, a pesar de todo los conocimientos que hemos acumulado, nadie sabe el día ni la hora en la que vendrá el Señor; pues muere un niño apenas con días de nacido, muere un hombre con cáncer a los 27 años de edad y otro más de un infarto a los 65… no hay precisión tangible que nos indique el momento en el que deberemos dejar este plano terrenal; por lo que queda claro que nuestro conocimiento siempre será limitado cuando se trata de saber sobre Dios y su voluntad; es por ello que para dirigirnos hacia Él, no son las nociones adquiridas las que deben guiarnos, sino la fe… y la fe, en este domingo siguiente estará llamada a reconocer que vivimos en continua incertidumbre.
Tercer punto, reconocer nuestra ignorancia. Dicha situación viene acompañada de la exhortación enfática a estar en continua preparación, como lo hacen los atletas al ejercitarse día a día, hasta alcanzar su máximo potencial; como lo hacen los buenos estudiantes al acudir a las escuelas, al dedicar tiempo para repasar, hacer tareas, investigar y leer; como lo hacen los maestros, al elaborar su material didáctico y su plan académico; como lo hacen los sacerdotes al reflexionar sobre la Palabra de Dios y hacer oración para recibir la asistencia del Espíritu Santo para elaborar la homilía, no como un mero discurso, sino como un medio a través del cual Dios hable. Así pues, los cristianos estamos llamados a vivir en continua preparación, armados con nuestra armadura, que es el amor que Dios nos ha dado, arraigados en la esperanza y acorazados con la fe. Todo ello, traducido en una constante e inquebrantable oración, así como en frecuentes obras de caridad y solidaridad en favor de los hermanos más pobres y de esa manera podamos ser una extensión digna de la Luz que ya viene.